Benedicto XVI se despide pidiendo renovación y unidad

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En 1968, aquí en los Estados Unidos, los hermanos y sacerdotes católicos Daniel y Philip Berrigan tuvieron notoriedad nacional e internacional por haber sido incluidos en la lista de los 10 fugitivos más buscados por el FBI debido a su participación abierta y muy comprometida en las protestas.

Por Rubén Luengas

En el marco de su despedida del Papado, Benedicto XVI urgió a una «renovación» de la iglesia y pidió a los líderes de la misma que dejen de lado las rivalidades y piensen únicamente en la unidad de la fe. Pero, ¿qué entiende Joseph Ratzinger en esta coyuntura de la iglesia por «renovación» y qué exactamente sería estar unidos en la Fe?

«Unidad» es una de esas palabras que resultan cautivantes cuando su significado en la práctica tiene como resultado, en el contexto de la vida cristiana, el ágape narrado en el libro de los Hechos de los Apóstoles, capitulo 2, versículo 42. Aquella fraternidad celebrada no como acto solemne o rito establecido, sino como realización de gozo compartido en las asambleas de los primeros cristianos para profundizar sus lazos de amor y de concordia, aún dentro de las diferencias propias de nuestra condición humana. Esos primeros cristianos tenían, sin lugar a dudas, unidad en su fe y cuya práctica, fue motivo de persecución incluso hasta la muerte. Pero la palabra unidad, también puede encerrar un significado de vocación autoritaria y excluyente, de uniformidad acrílica que apele a la obediencia ciega y al dogmatismo.

En 1968, aquí en los Estados Unidos, los hermanos y sacerdotes católicos Daniel y Philip Berrigan tuvieron notoriedad nacional e internacional por haber sido incluidos en la lista de los 10 fugitivos más buscados por el FBI debido a su participación abierta y muy comprometida en las protestas civiles contra la guerra de Vietnam. Al ser interrogado sobre cómo explicaba sus acciones en su condición de sacerdote, Daniel Berrigan respondió que se trataba de las acciones de, como él se definía así mismo, «un católico que luchaba por llegar a ser cristiano». Pero, ¿no es una redundancia la respuesta de Berrigan? ¿Ser católico no le define a un creyente de manera automática como cristiano? No, de acuerdo al premio nobel de literatura 1956, Juan Ramón Jiménez, autor de la famosa obra Platero y yo, que dijo sobre su patria: » España es un país más católico que cristiano, más eclesial que espiritual, país más de raíces y de pies que de alas».

Si comparamos a la Iglesia romana con una orquesta sinfónica interpretando, por ejemplo, la novena sinfonía de Beethoven, un buen director de orquesta no pediría unidad interpretativa en torno a sí mismo, sino a la transmisión fiel de lo que el compositor dejó plasmado en su partitura. Entonces la diversidad de voces e instrumentos se reúnen para darle vida a un todo sonoro que admite la interpretación de intensidad, brillantez y grandiosidad, pero sin dejar de serle fiel a la composición original del autor. Valga el ejemplo para ilustrar la traición que muchas veces en el nombre de la «unidad y de la autoridad de la iglesia» se le ha hecho al Cristo que predicó caminos de verdad, de amor y de justicia.

Esta institución jerárquica de la que se despide Benedicto XVI, «parece creer más en sí misma que en el Dios sobre el cual predica», me dijo en entrevista reciente el antropólogo especializado en religión, Jose Luis González. Vemos que en el caso concreto del escándalo de abusos sexuales cometidos contra niños por parte de muchos sacerdotes, el silencio y el encubrimiento no están escritos en la partitura del verdadero cristianismo. Entre las palabras más duras de Jesús narradas por los evangelios, están aquéllas que denuncian la maldad cometida en contra de los más pequeños.

No encuentro por ningún lado en la partitura de los evangelios algo que pueda justificar la indiferencia mostrada por el Papa Benedicto XVI a las víctimas de pederastia en México durante su visita a Guanajuato en marzo del 2012.

Si de algo están convencidos muchos católicos y ex-católicos, es de que la Iglesia requiere de eso a lo que urge el Papa en el marco de su despedida, de renovación y de unidad, sí, pero siempre y cuando esa unidad le sea fiel a la fe de la partitura original del cristianismo y no al dogmatismo ni a una jerarquía tantas veces divorciada de la realidad y la verdad sobre la que predica, lo que ha significado ser en sí misma fuente de muchas divisiones. Cuenta una anécdota que un día, alguien cerraba las ventanas de un salón del Vaticano ante la mirada del entonces Papa Juan XXIII y éste intervino para impedirlo diciendo «no cierre las ventanas, la Iglesia necesita de aire fresco».

Hoy no parece suficiente sólo un poco de aire fresco, el problema es estructural y de fondo, no sólo de la jerarquía, sino de una feligresía que requiere salir del templo para encontrarse con los otros y vivir con ellos en comunidad las enseñanzas del amor, de lo contrario, prevalecerá la hipocresía, el auto-engaño y hablaremos de una iglesia, predominantemente, «más católica que cristiana, más eclesial que espiritual y más de raíces y de pies que de alas».

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