La peluca de Enrique Peña Nieto | Por J. Jaime Hernández

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Pero, tratándose de pelucas, también las ha habido de desde la antigua Roma trataban de ocultar algún tipo de “bajeza moral”. Como las putas que, celosas de las mujeres rubias que traían de los legionarios romanos de sus conquistas en otros lares, aprendieron a pintarse el pelo o a manufacturarse pelucas.

Por J. Jaime Hernández

Hay pelucas que han marcado un episodio cómico y, al mismo tiempo, un hito glorioso en la historia de la humanidad.

Como la que se encasquetó el legendario líder del Partido Comunista español, Santiago Carrillo, aquel diciembre de 1976 para tratar de escabullirse de la policía cuando reingresó de forma clandestina desde Francia a España.

La peluca, que por cierto le confeccionó el íntimo amigo y peluquero de Pablo Picasso, le imprimió a Carrillo una elegancia impostada.

De hecho, algunos de sus amigos le dijeron con sonrisas arrinconadas que parecía “una puta vieja”.

El episodio de la peluca, que le permitió internarse en España para participar en el cónclave que organizó en aquel entonces Adolfo Suárez, para formar el primer gobierno de la transición y desmantelar las estructuras del franquismo, marcaría para siempre la biografía de un veterano comunista que pasaría a la historia por su ingenio y arrojo para impulsar un proceso de reconciliación en la España post franquista.

Con todo y su peluca.

Pero, tratándose de pelucas, también las ha habido de desde la antigua Roma trataban de ocultar algún tipo de “bajeza moral”. Como las putas que, celosas de las mujeres rubias que traían de los legionarios romanos de sus conquistas en otros lares, aprendieron a pintarse el pelo o a manufacturarse pelucas.

Pero también ha habido pelucas que han sido el recurso de la realeza, la aristocracia y la vanidad femenina. Como las que usaba Cleopatra para hipnotizar a su pueblo, a sus amantes y a los admiradores, echando mano de mechones de pelo natural que arrancaba a sus súbditas para fijarlos en mallas y conservarlos lustrosos a base de tintes y ungüentos.

Y quien no se acuerda de las pelucas de Luis XIV, el Rey Sol, a quien la mala salud y la necesidad de transmitir respetabilidad le obligaron a usar cabello postizo desde muy joven.

De niño, Luis XIV sufrió de varicela, lo que le dejó marcado de costra y cicatrices la cabeza y partes del cuerpo. Ya de adulto, el monarca sufriría de “fiebres” y los médicos de aquel entonces le suministraron antimonio para curarle.

La elevada toxicidad de este químico, que se usaba para combatir infecciones parasitarias, le pasó una amarga factura con la pérdida casi total de cabello.

El problema de salud de Luis XIV se convirtió en un problema de imagen para el Estado que consiguió ocultar el efecto del monarca con pelucas espolvoreadas con polvo gris o blanco.

Irónicamente, este recurso para ocultar las miserias del rey ante sus súbditos, se convertirían en el último grito de la moda.

En el caso de Enrique Peña Nieto, quien ha intentado disfrazarse para escapar de los insultos, reclamos o de la mirada aviesa de sus compatriotas o paisanos en Nueva York, no cabe duda que la peluca no le ha servido de mucho para ocultar la larga estela de esa “bajeza moral” que le persigue como una sombra y escapar de la larga ristra de escándalos que le seguirán allá a donde vaya.

Lejos de pasar de incógnito, Peña Nieto y su pareja consiguieron el efecto contrario. Su imagen, en dos de las portadas de los diarios más importantes de México. Los memes que han pulverizado su respetabilidad presidencial en las redes sociales. E incluso las teorías conspiracionistas, que aseguran que ésta ridícula composición de escena en Nueva York forma parte de una estrategia para “mantenerlo en el escaparate de la actualidad”, forman hoy parte de la historia el México surrealista y posmoderno.

Y, de seguro, presidirán el menú del anecdotario popular y servirán de regodeo para las generaciones futuras de mexicanos que recordarán la triste huída de Enrique Peña Nieto al extranjero, después de fracasar como el presidente que prometió “transformar a México”.

Con todo y su gorra y peluca.

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