¿Por quién doblan las campanas en Ayotzinapa, México? – por Rubén Luengas

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Ayotzinapa

Por los caminos del sur, políticos aferrados a su moral putrefacta reciclan viejas confabulaciones criminales cuyos efectos, en el transcurrir del tiempo, están grabadas a fuego en la memoria colectiva de los habitantes de Guerrero y de la basta geografía mexicana.

Por Rubén Luengas

Por los caminos del sur, los horrores de la perversión política eclipsaron nuevamente en México, durante septiembre, el llamado mes de la patria: «las rosas, voces, estrellas, canciones y doncellas bajo un alto cielo azul».

Por los caminos del sur, políticos aferrados a su moral putrefacta reciclan viejas confabulaciones criminales cuyos efectos, en el transcurrir del tiempo, están grabadas a fuego en la memoria colectiva de los habitantes de Guerrero y de la basta geografía mexicana: «represión, secuestros, torturas, desapariciones, asesinatos, masacres». Violencia alucinante construida sobre los sólidos cimientos de la impunidad y sobre la vigente miseria estructural de un país que el pasado primero de enero de 2014 cumplió 20 años del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), ofrecido por sus más entusiastas promotores como el «exorcista» que vendría a expulsar, de una vez por todas, a los demonios anacrónicos del populismo que mantenían a México, de norte a sur y de este a oeste, crucificado. Tratado que conduciría supuestamente al país hacia «la modernidad» y que «frenaría los masivos flujos migratorios» originados en los caminos del sur, en las «llanuras rajadas de grietas y de arroyos secos» de la demagogia y de las tantas promesas gubernamentales incumplidas.

Esta semana por los caminos del sur, centenares de estudiantes y maestros de la Normal Rural de Ayotzinapa , frustrados por la falta de noticias sobre la desaparición de 43 de sus compañeros el pasado 26 de septiembre, tras ser atacados por sicarios y policías municipales de la ciudad de Iguala, desafiaron a las autoridades estatales cercando durante varias horas el Palacio de Gobierno en la ciudad de Chilpancingo, prendiéndole fuego y causándole destrozos.

Más tarde, maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG) tomaron todos los bancos del centro de la ciudad; Banamex, Santander, Bansefi y Banorte, demandando así la presentación con vida de los 43 normalistas de Ayotzinapa, mientras estudiantes tomaban por su lado radiodifusoras con la misma exigencia y para informarle a la población las razones que les motivaron a emprender acciones violentas como el ataque contra el Palacio de Gobierno.

Ocurría lo anterior cuando en su búsqueda de los estudiantes desaparecidos, integrantes de la policía comunitaria de la Costa Chica de Guerrero, surgida como parte de un Sistema de Seguridad, Justicia y Reeducación Comunitaria ante la ineficacia y la corrupción del sistema se seguridad pública del Estado de Guerrero, informaron del hallazgo de cuatro nuevas fosas clandestinas localizadas en el Cerro de la Parota, desenterrando así un nuevo secreto criminal oculto bajo tierra por los caminos del sur, tan fértiles desde hace décadas, en Guerrero y todo México, para la siembra impune de corrupción, muerte, pobreza y desprecio al dolor humano. Contando para ello con medios de comunicación que, en su mayoría, hacen justo lo que advirtiera el activista afroamericano Malcolm X:

» Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido».

Por los caminos del sur, «los instauradores del odio no han sido los odiados, sino los que odiaron primero». Los que asesinan y desaparecen personas, no los que ante la falta de justicia optaron por quemar una sección del Palacio de Gobierno.

¿Cómo olvidar aquel 22 de diciembre de 1997 cuando indígenas tzotziles que se encontraban orando en una pequeña iglesia de Acteal, en la región de Los Altos de Chiapas fueron atacados por una incursión paramilitar, matando a 45 personas, incluidos niños y mujeres embarazadas? ¿Cómo olvidar al gobierno tratando de calificar la masacre como el resultado de «un conflicto étnico» y no como un acto terrorista auspiciado por el gobierno para desarticular las bases sociales de la rebelión?

¿Cómo olvidar la Masacre de Aguas Blancas cometida por la policía del estado de Guerrero, el 28 de junio de 1995, cuando agentes del agrupamiento motorizado dispararon en contra de miembros de la Organización Campesina de la Sierra del Sur (OCSS) que se dirigían a un mitin político en la población de Atoyac de Álvarez, quitándole la vida a 17 campesinos?

Por los caminos del sur, el poder quisiera que la gente permanezca el mayor tiempo posible conectada a esa droga que se enchufa: la televisión. Y que de ninguna manera estudiantes y profesores intenten promover procesos educativos que partan de la realidad que rodea a cada individuo en sus comunidades y que tenga como objetivo la transformación de su realidad opresora. Para el poder, eso no es educación, sino actividad subversiva y eso es lo que está en la raíz de la represión y la desaparición de los 43 estudiantes normalistas cuya identidad, según el gobierno de Enrique Peña Nieto, no corresponde a la de 28 cuerpos calcinados recientemente descubiertos en una fosa clandestina.

El grave pecado cometido por los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, ha sido intentar una praxis educativa que rompa la pasividad y el silencio ante la corrupta maquinaria gubernamental, municipal, estatal y federal, asociada en muchos casos con el llamado crimen organizado. Una práctica educativa que, en ese contexto colmado de injusticias, les lleve a reconocer la fuerza de su potencial unidad transformadora que les libere de sus ataduras ancestrales.

La impunidad de la que estamos hoy siendo testigos en el estado mexicano de Guerrero, se remonta a los años 70 cuando hubo en México y particularmente en Guerrero, una represión brutal generalizada que incluyó los llamados «vuelos de la muerte», en los que militares arrojaron al océano Pacífico a opositores y presuntos guerrilleros, según un informe de la Comisión de la Verdad (Comverdad) sobre las secuelas de la guerra paramilitar, por los caminos del sur.

Ante el estado de cosas en México y en gran parte del mundo, donde sobran ejemplos que nos indican el uso que se está haciendo del caos como sinónimo de política, creo que nadie está en una circunstancia de aislamiento tal como para preguntarse con curiosidad: ¿Por quién doblan las campanas en Ayotzinapa ? Porque en efecto, como nos advirtió el poeta John Donne, mucho antes de la globalización nuestra de cada día:

«Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, todo Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti».

 

¿Tienes alguna opinión?. Escríbela a continuación, siempre estamos atentos a tus comentarios.

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16 Comentarios

  1. toda una gran verdad este articulo felicidades Ruben Luengas por esto que usted siempre ha denunciado la verdad siempre es usted un Gran Reportero no ay palabras para este horror en mi tierra guerrero

  2. Un verdadero periodista, apegado a la verdad, como no recordar la inolvidable entrevista con el corrupto y mentiroso, ademas de ladrón de Fox. Felicidades Ruben Luengas. Excelente trabajo.

  3. Que triste solo imaginar estar en el otro lado,yo soy madre como muchas y solo pensar en perder un hijo me vuelve loca,porque esta horrible desigualdad e indiferencia, no entiendo ?

  4. Ruben hoy en tu programe el representante de derechos humanos, comento que el nuevo partido de Morena estaba salpicado con los hechos de Guerrero, Se por eso que Obrador no se pronunciado sobre este caso?

  5. Siempre lo he seguido como periodista y ahora confirmo su profesionalismo, no creo en absoluto, que si usted fuera un periodista de la prensa mexicana estuviera entregado al mar de corrupción en el que se dejan arrastrar cientos de periodistas (los famosos chayoteros). Celebro sus artículos y opiniones, sobre todo por sus fuertes bases documentadas, lo que lo hacen creíble y honesto. Saludos.

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