Wayne sirvió seis años como secretario de Estado adjunto para Asuntos Económicos y Empresariales en la administración de George W. Bush, luego fue nombrado embajador en la Argentina en 2006 y tres años más tarde enviado a Afganistán de donde salió para irse a la embajada estadounidense en México.
Anthony Wayne, embajador de los Estados Unidos en México, abrió en mayo de 2012 la Academia de Seguridad Pública en San Salvador Chachapa, Puebla. «Es un ejemplo para todo el país», dijo entonces el presidente Felipe Calderón sobre esa academia de formación policial para «combatir al crimen organizado».
Otras opiniones como la del politólogo Pablo Moctezuma Barragán, aseguran que se trata en realidad de «una base militar disfrazada donde actúan la Oficina Federal de Investigación, el Servicio Secreto de Estados Unidos, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, el Servicio de Investigación Criminal Naval y otras agencias estadounidenses».
Hace dos días, el embajador Wayne participó en la clausura de un curso impartido por el Centro Nacional Antiterrorista de Estados Unidos, (National Counterterrorism Center), a elementos de la Secretaría de Seguridad Pública del Distrito Federal para enfrentar eventuales amenazas o ataques con armas químicas, biológicas, radiológicas o nucleares. El jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, dijo que no hay amenazas terroristas contra la Ciudad de México, pero que es necesario capacitar a la corporación ante cualquier eventualidad: «No estamos hablando de amenazas terroristas, simplemente le da a la policía mayor capacidad de respuesta. El entrenamiento va dirigido a un cuerpo de élite que debe estar preparado para todo».
Wayne sirvió seis años como secretario de Estado adjunto para Asuntos Económicos y Empresariales en la administración de George W. Bush, luego fue nombrado embajador en la Argentina en 2006 y tres años más tarde enviado a Afganistán de donde salió para irse a la embajada estadounidense en México.
El 7 de enero pasado, el diario La Jornada publicó un artículo de Carlos Fazio en el que afirma que: «Lo más visible en la transición ( de Calderón a Peña Nieto) ha sido el protagonismo del embajador de Estados Unidos, Anthony Wayne, con eje en la agenda de seguridad y la contrarreforma energética».
El 18 de febrero, Fazio escribió en otro artículo: «De la mano del embajador estadounidense Anthony Wayne y a la sombra del Comando Norte del Pentágono se sigue ajustando la estrategia y los tiempos de la guerra de Enrique Peña Nieto. La idea es cambiar algunas cosas para que todo siga como está, profundizando la estrategia belicista de la administración anterior bajo nuevas coartadas propagandísticas».
En agosto del 2012 en un artículo publicado en la revista Contralinea, el politólogo Pablo Moctezuma Barragán fue aún más allá afirmando que: «La política de los partidos Revolucionario Institucional y Acción Nacional ha provocado la escalada de la intervención militar de Estados Unidos en México, particularmente desde la firma de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte y de la Iniciativa Mérida, con el pretexto de la colaboración en la “guerra contra el crimen”. Pero detrás de esta fachada, Washington ha cocinado una “alianza estratégica” que no es más que la subordinación militar de México a los objetivos de construcción imperial de Estados Unidos, la integración militar de México a sus planes bélicos. Quieren dominar a nuestras Fuerzas Armadas y policiales como lo hacen con Canadá, donde pueden intervenir a su antojo y mandan jóvenes a la guerra de Afganistán, o como en tantos países como Colombia y otros muchos infestados de bases militares y marines gringos».
El artículo de Moctezuma Barragán cita el informe del Comité de Relaciones Exteriores del senado de Estados Unidos ordenado por quien era su presidente, John Kerry, ahora secretario de Estado de Barack Obama: «En el informe proponen el envío de más financiamiento y personal estadounidense a México, y la elaboración de reformas policiacas y judiciales que convengan a Estados Unidos. Una nueva estrategia que no es más que la consolidación de la injerencia y el control de las Fuerzas Armadas sobre México».
Pero ¿qué significaría en ese contexto, que policías mexicanos reciban entrenamiento para enfrentar «eventuales amenazas o ataques con armas químicas, biológicas, radiológicas o nucleares»?
Tras el 11-S, la administración Bush, según críticos de su llamada «guerra contra el terrorismo», instaló en el mundo «un sistema de control político y social» por medio de la manipulación mediática de la amenaza terrorista, inaugurando al mismo tiempo un «nuevo orden internacional» sustitutivo de la guerra fría con la Unión Soviética, basado en la guerra contraterrorista «que sirviera de justificación para nuevas estrategias de dominio expansionista». De hecho en agosto de 2009, el ex secretario de Seguridad Interna en el gobierno de George W. Bush, Tom Ridge, confesó en un libro que las alertas de colores para indicar el nivel de amenaza de un posible ataque»terrorista» de Al Qaeda, fueron utilizadas con fines electorales para «subir la popularidad de Bush»
Todo lo anterior se interpretó en diferentes estudios y ensayos publicados dentro y fuera de Estados Unidos, como la puesta en práctica del «Proyecto para el Nuevo Siglo Estadounidense (Project for the New American Century o PNAC) que buscaría supuestamente «el dominio militar y económico de la tierra, el espacio y el ciberespacio por parte de Estados Unidos, basándose en la idea de que el siglo XX fue «el siglo estadounidense», y que esto debía prolongarse durante el siglo XXI.
¿Será que México no ha tenido otra opción más que aceptar «el papel que le corresponde en el mundo» en ese «nuevo orden internacional» impuesto tras el 11-S ?
Rubén Luengas / redacción Entre Noticias
Crédito foto / Rubén Luengas