Rafael Videla: «Creo que Dios nunca me soltó la mano»

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En 1978, la dictadura de Jorge Rafael Videla, ponía al fútbol al servicio del terror: «Mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados», dice Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo en el documental: La Historia Paralela.

Murió sin arrepentirse, defendiendo en todo momento la actuación de las fuerzas armadas durante la dictadura (1976-1983) y habiéndole dicho a la revista española Cambio 16, lo buena que había sido su relación con la iglesia:

«Fue excelente, mantuvimos una relación muy cordial, sincera y abierta. No olvide que incluso teníamos a los capellanes castrenses asistiéndonos y nunca se rompió esa relación de colaboración y amistad».

En 1978, la dictadura de Jorge Rafael Videla, ponía al fútbol al servicio del terror: «Mientras se gritan los goles, se apagan los gritos de los torturados y de los asesinados», dice Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo en el documental: La Historia Paralela.

Eran famosos en el mundo: Gauchito, la mascota del mundial, y Adidas Tango, la novedosa pelota oficial de la competencia que al tocar las redes de las porterías del estadio de River, provocaba en la tribuna tremenda gritería, mientras a menos de 1000 metros, en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), se ahogaban en la clandestinidad y el anonimato los gritos de los atormentados.

Ni los secuestros, las torturas, los asesinatos o los robos de bebés, hicieron mella en la conciencia de un dictador que se ha ido de este mundo sin remordimientos y quien estuvo a punto, por cierto, de declararle la guerra a Chile por un conflicto limítrofe que fue superado por la intervención del Papa Juan Pablo II.

Se fue Videla, el dictador que se sentía el salvador de la Patria, el salvador de la existencia de Argentina. Quien pedía públicamente a «Dios nuestro señor» para que el Mundial de 1978 fuera «una contribución para afirmar la paz».

El premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel, sobreviviente de los infames «vuelos de la muerte», cuando miles de argentinos fueron arrojados vivos al mar desde aviones militares, dijo que «no se alegra de la muerte de Videla» y que esta «no cierra un ciclo, pues se trató de una política implementada en todo el país y en toda Latinoamérica».

En efecto, Videla fue una pieza más de la llamada Operación Cóndor: «Un plan de operaciones coordinadas entre la CIA de los Estados Unidos y las cúpulas de los regímenes dictatoriales del Cono Sur de America».

Así, sin remordimientos, se fue Videla, aparentemente convencido, según sus propias palabras, de que: «Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace. Yo acepto la voluntad de Dios. Creo que Dios nunca me soltó la mano».

Redacción/Entre Noticias

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