Se Vende un País

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Haciendo uso de lo que el gobierno denomina comunicación social, pero que en términos reales no es más que publicidad para su persona, el gobierno de Enrique Peña Nieto incrementó en un 1,885% el gasto en este rubro.

Opinión por Aleyda González

Votos, impunidad, paraestatales y hasta la presidencia de la república son solo algunas de las cosas que en México se pueden comprar -algunas veces incluso con recursos de los contribuyentes. Es irónico que el dinero se recicle, saliendo de los bolsillos de quienes más tarde lo recibirán en forma de una torta, una playera o un monedero electrónico para comprar sus voluntades y llevar a la dirigencia del país a quienes regalan dádivas con dinero ajeno.

De 1978 a la fecha México ha pasado por siete presidentes. Entre ellos, dos del supuesto partido de oposición, Acción Nacional, y con ninguno se han visto cambios significativos en la forma de hacer política. Cada uno ha prometido básicamente lo mismo con cambios mínimos en el discurso; combate a la pobreza, creación de empleos y el siempre recurrido compromiso de llevar al país al primer mundo.

Sin embargo, nunca como ahora se había visto el descaro con el que el erario ha comprado el infeliz destino que depara a la mayoría de los mexicanos. Tenemos hoy un presidente que desde que era gobernador del Estado de México demostró una enorme habilidad para utilizar los recursos públicos a favor de su imagen.

Haciendo uso de lo que el gobierno denomina comunicación social, pero que en términos reales no es más que publicidad para su persona, el gobierno de Enrique Peña Nieto incrementó en un 1,885% el gasto en este rubro. Dinero con el cual compró no sólo una enorme popularidad a nivel nacional sino una esposa cuyo reconocimiento entre el electorado vino a catapultar la imagen del entonces gobernador, pero también a agregarle un buen número de votos durante las elecciones presidenciales.

La popular actriz, Angélica Rivera participó activamente como promotora de los compromisos cumplidos de Enrique Peña Nieto en el Estado de México. Fue así que ambos se conocieron y comenzó el romance que pronto terminaría en final feliz -por supuesto transmitido en vivo a todos los hogares de México gracias a Televisa.

Esa misma televisora que se benefició con el 70% del gasto en comunicación social del EdoMex durante el gobierno de Peña Nieto, continuó construyendo la imagen y campaña electoral -ahora con rumbo a la presidencia de la república- de la pareja más famosa del país. Su rostro, de galán de telenovela, estaba en todas partes. La maquinaria del Estado y de los medios masivos de comunicación, en perfecta comunión, fue puesta en marcha para que nadie, absolutamente nadie, quedara sin ver el rostro del nuevo redentor; el nuevo y rejuvenecido PRI, que prometía terminar con la sangrienta guerra de Calderón y que traería de nuevo el orden con el que se gobernaba en aquellos tiempos que por ser pasados siempre serán mejores.

Los grandes empresarios aportaron también su granito de arena. Millares de monederos electrónicos y tarjetas telefónicas participaron activamente en la compra de voluntades para incrementar la simpatía del que debía ganar la presidencia. Dando lugar en México a un nuevo fraude electoral, uno que no es digital ni de robo de urnas, solamente, sino del que haciendo uso de cualquier recurso disponible compra para su candidato la silla presidencial.

Se llegó así el primer evento público masivo de la feliz pareja; el Grito de Independencia -que tradicionalmente se lleva a cabo frente a decenas de miles de ciudadanos ávidos de razones para festejar, aunque éstas sean más fantásticas que reales. Así pues, para tal evento de nuevo EPN compró sus propios invitados. Según cifras publicadas por la revista Proceso, unos ocho mil acarreados llegaron al Zócalo capitalino para aclamar al presidente; mismos que recibieron transporte gratuito desde el Estado de México, playeras, sombreros, tortas y 350 pesos en flamante efectivo.

Apenas unas horas más tarde azotaría al país una de las peores tragedias naturales de las que se tenga memoria. Las tormentas Ingrid y Manuel dejarían al país hundido, literalmente, en desgracia. Miles de ciudadanos verían sus vidas desvanecerse bajo la tormenta, que se llevaba con ella absolutamente todas sus pertenencias. Mientras, la clase gobernante festejaba –como es tradición- las fiestas patrias. Entonces, en ciudades como Acapulco donde la tormenta dejó varados a cientos de turistas, aquellos que pertenecían a la clase que compra voluntades, invitados y votos, compraron también su rescate en aviones de la Fuerza Aérea Mexicana. Los demás, quizá lograron salir pasadas muchas horas, algunos incluso siguen esperando los medios para poder regresar a trabajar.

Todo esto mientras el país se vuelca a las calles no sólo de la capital, sino de todo el territorio nacional, en reclamo por los derechos que les arrebata la Reforma Educativa, o para defender el patrimonio que tanto trabajo costó expropiar y que ahora pretende de nuevo ser vendido a través de la Reforma Energética. Incluso ahora que la inamovible clase media reclama que no está dispuesta a pagar los impuestos que pretende imponer la Reforma Hacendaria. México seguirá expectante de cuál será la siguiente compra-venta de sus gobernantes. Claro está que no hay nada ya que no se pueda vender y que no parece haber poder humano que detenga el tren que se puso en marcha el día que los mexicanos permitieron el regreso del PRI a la presidencia. Habrá que ver en diez años qué quedará de México para subastar y de dónde saldrán los impuestos que han permitido sexenio tras sexenio comprar el destino de quienes los siguen pagando.

Blog de Aleyda González.

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