Hágase la música y la música sonó como esperanza entre los desterrados

Fue así como los desterrados de esta tierra, los golpeados por nuestra deshumanización galopante, hallaron quizá sólo durante el tiempo que duró la música, un sentido renovado a su existencia.

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«Porque es mi deber terrestre propagar la alegría. Y cumplo mi destino con mi canto».

Pablo Neruda

Rami Basisah es un joven sirio de 24 años que le puso música al drama del destierro. Rami sorprendió a cientos de refugiados sirios que están en la frontera entre Macedonia y Grecia, al convertirse no en un «violinista en el tejado», sino en violinista en un campo improvisado de refugiados al lado de las vías del tren. Diciéndole a los desterrados con música de Beethoven, lo que Pablo Neruda le dijo al mundo con poesía: «Porque es mi deber terrestre propagar la alegría. Y cumplo mi destino con mi canto».

Frente a él, unos 600 refugiados tratan de pasar las horas como pueden, aguardando el tren que los saque de allí y los lleve a una nueva escala en su viaje a la “tierra prometida”, cuenta el diario The Chronikler.

Rami estudio música en la ciudad siria de Homs. Sus compañeros lo alientan para que empiece a tocar. Tímido, el joven piensa, hasta que finalmente toma coraje y empieza la magia. Rami les proporciona un poco de paz a los cientos de refugiados desesperanzados con el Himno a la Alegría de Ludwig van Beethoven, el compositor que creó esa bella música inmortal desde la fuerza indomable de su espíritu, a pesar de su sordera.

Cuenta el citado medio, que cuando Rami comenzó a tocar el violín, la melodía era tenue, pero de inmediato los refugiados detuvieron sus charlas. Hasta los guardias se sorprendieron. Conocían la melodía. Seguramente alguna vez habían escuchado el Himno a la Alegría. Los ahí reunidos aplaudieron, tal vez sin saber que el autor de esas maravillosas notas, Beethoven, había dicho estas palabras: «Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará»

Luego de finalizar el Himno a la Alegría , Rami interpretó una melodía tradicional siria. Sus amigos, todos originarios de Homs, una ciudad devastada por la guerra, empezaron a cantar. Todo terminó en emoción. Mujeres, hombres y niños, por un momento, sintieron el milagro de esperanza que les obsequió ese lenguaje universal que no tiene banderas ni fronteras: la música.

Fue así como los desterrados de esta tierra, los golpeados por nuestra deshumanización galopante, no sólo por la tristemente célebre reportera húngara o el anticristiano obispo húngaro, también tristemente célebre, hallaron quizá sólo durante el tiempo que duró la música, un sentido renovado a su existencia.

«El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla».
Robert Browning

Rubén Luengas/ Entre Noticias

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