El gobernador en su laberinto

"Si, me dijo reflexivo, la gente con dinero lo único que quiere es más dinero. No se dan cuenta que el dinero es bueno, cuando hace cosas buenas".

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Jaime

El poder del arte: reflexión de Jaime Casillas-Ugarte surgida en Oaxaca

Por Jaime Casillas-Ugarte

Me llegó esta historia. Me la trajo un amigo y a él se la platicó un pintor. Sucedió en Oaxaca. Un artista joven, de esos que comienzan a llamar la atención, se encuentra con uno de los viejos consagrados. Con un maestro de las artes plásticas. Después de los saludos, el viejo le pide al joven que lo acompañe a comerse una tlayuda. Tiene hambre. Había estado esperando, en su casa, a unas personas que le iban a comprar unos cuadros. Pero no llegaron. Tal vez para pasar la amargura de la espera y la frustración de no haber concretado la venta, la tlayuda sea acompañada por una cerveza. Tal vez, dos cervezas.

A comer, a beber, a platicar. Se habla de las exposiciones, de las cosas que pasan en la ciudad. Era la época en la que se acababa de levantar el bloqueo de la APPO.

Cuando la plática va tomando forma y fuerza, cuando las cervezas van surtiendo su efecto liberador y las carcajadas se agolpan, suena el teléfono del viejo, del maestro.

¿Bueno…? ¿Ya llegaron? Pues… No. Estoy aquí con mi amigo almorzando. Yo lo invité, ¿cómo lo voy a dejar solo? No está bien… ellos fueron los que llegaron tarde… que vuelvan cuando quieran, pero que sean puntuales. Si, eso dile… No me lo vayas a pasar. No’más que te diga cuando va a la casa y que llegue a tiempo. Ahí lo voy a estar esperando. Y ya me voy que estoy con mi amigo. Adiós.

Y colgó.

El pintor joven, muy apenado le dijo que no había problema si se tenía que ir, que por él no se preocupara y que entendía perfectamente que una venta era una venta.

El viejo lo miró a los ojos. Ellos, le dijo al joven, quedaron de llegar a una hora y no llegaron. Si quieren los cuadros ahí están, si no, que se chinguen.

Y retomó la plática donde la habían dejado, chocando las botellas de cerveza entre carcajadas. Continuaron con su convivio y disfrutando su tlayuda.
Al rato volvió a sonar el teléfono.

¿Bueno?… ¿Se va a llevar los siete? … También los dos óleos grandes… Él ya sabe cuánto cuestan… Ah quiere un descuento… pues no, dile que no. Que ya habíamos quedado en el precio. Bueno, pásamelo… Buenos días, ¿cómo está? Pues yo aquí almorzando mire usted (risa)… No se preocupe… Pos ya habíamos quedado en el precio… si de los óleos también, ¿no se acuerda?… No… fíjese que no le puedo hacer descuento, ya le estoy dando muy buen precio… ¡Ya hasta tengo comprador! Así que le recomiendo que si la obra le gusta, me la compre, porque yo ya la tengo vendida… Si como no, déjele el cheque a mi mujer. Yo se los mando a donde usted me diga… Ándele, que le vaya bien, que tenga un buen día.

Colgó.

El viejo maestro miró a todos lados, como tratando de entender lo que acababa de pasar. Finalmente atinó a decirle a su joven compañero: Era el gobernador. Quería un descuento, pero si los cuadros le encantaron, que pague lo que valen ¿no?

Fin de la historia.

Claro que uno piensa en la maravilla de la imagen. En el viejo maestro de los pinceles que en el humilde umbral de una fonda y comiéndose una tlayuda, doblega en una negociación de algunos cientos de miles de pesos, nada menos que al cacique de Oaxaca Ulises Ruíz.

Qué poética venganza. Qué divina justicia.

Por cuestiones de trabajo conocí a algunos artistas plásticos. Los entrevisté, hice cortometrajes para ellos, escribí textos para sus exposiciones, para algunas publicaciones. Al intimar me contaron, muchas veces, historias parecidas. Los detalles y las peripecias eran otras, pero la esencia era idéntica. Esa que nos habla del poderoso doblegado, ante el poder del arte. A veces eran políticos, a veces ricos empresarios, pero siempre el gran hombre era subyugado por una o varias obras y acababa soltando un pesado cheque. Poseer el cuadro, la escultura, era para aquellos hombres cuestión de vida o muerte y el proceso de compra implicaba una sutilísima tortura que el humilde maestro aplicaba con una maestría más elaborada, que la que había implementado para ejecutar la pieza. Y al final de todas aquellas historias uno acababa pensando en la poética justicia y en cómo, en ciertas condiciones, un hombre que es fundamentalmente humilde, terminaba siendo el poseedor de un poder extraordinario. El poder de su arte.

Después de conocer a muchos artistas y de escuchar de este tipo de historias, llegué a la conclusión de que era muy probable que todo lo que antes relaté, y todas esas anécdotas que escuché, no habían sido verdad. Que mas bien eran, lo que podríamos llamar, una “leyenda urbana” del gremio de los pintores. Creí entender que había una especie de ensoñación del gremio, que los llevaba a mezclar realidad y ficción, para establecer por medio de medias fantasías, el poder de su arte.

Fin de la reflexión.

Un día, hará algún tiempo, tuve el gusto de conocer en Oaxaca a uno de los protagonistas de la intrigante historia: el viejo maestro. Y era un viejazo. Un maestrazo. Cuando me lo presentaron me colgaron el título de cineasta, el cual yo siempre rechazo diciendo: “Cineasta Buñuel, yo sólo soy un pega tomas.” El viejo rió de muy buena gana y nos enredamos a platicar de cine, del cual es un rendido fanático. Pronto llegamos a los problemas para hacer cine. Y le dije la obviedad aquella de que hacer una película costaba mucho dinero y que generalmente el que ponía el dinero, lo que quería era ganar más dinero y ahí empezaban los problemas. Porque todo se empobrecía, paradoja divina, tratando de hacer rentable el negocio. Si, me dijo reflexivo, la gente con dinero lo único que quiere es más dinero. No se dan cuenta que el dinero es bueno, cuando hace cosas buenas.

Y esa frase me dejó fulminado para siempre.

Desde ese día me atormenta la posibilidad de que toda la primera historia, la que decreté como leyenda, haya sido verdad. Un hombre que veía mis problemas, y los de todo el mundo, con esa claridad oriental, con ese fondo de filosofía instantánea, debería ser el héroe humilde que derrotó, en buena lid, al cacique purulento Ulises Ruíz. Un pintor que con sus pinceles e imaginación, emuló a David venciendo a Goliath.

Finalmente te la conté, sin nombres, pelos, señales y apellidos, para que tú te atormentes igual que yo. Como ya la leíste, ya también es tuya. Decide tú si fue verdad o mentira.

 

Jaime Casillas-Ugarte

Jaime Casillas-Ugarte es colaborador de Entre Noticias:

Aspirante de escritor, dibujante, pintor, cineasta, guionista, fotógrafo, ciclista, beisbolista, corredor, futbolista, crítico de cine, crítico de arte, melómano, gourmet y sommelier. Trato de entender este desastre y darle un sentido. Y para eso escribo.

@uva_canibal

 

 

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