«Se puede engañar a parte del pueblo parte del tiempo, pero no se puede engañar a todo el pueblo todo el tiempo».
(Abraham Lincoln)
En sus primeros meses como presidente, el mundo ha sido testigo de giros radicales en posturas como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), China y Siria y Bashar al-Assad, entre varios otros.
Dentro del folclore de Arabia Saudí, la danza Ardha es uno de los elementos más distintivos y llamativos, considerada además el baile nacional del país. Propia de de las tribus beduinas de la Península Arábiga, en su origen era interpretada por las tribus beduinas del desierto antes de salir hacia la guerra.
En septiembre de 2016 en entrevista con la cadena libanesa Al-Mayadeen, el politólogo estadounidense Noam Chomsky se pronunció en contra del silencio del gobierno estadounidense y sus aliados occidentales ante el “papel destructivo” del reino árabe en la región de Oriente Medio.
A su modo de ver, Arabia Saudí secunda y estimula a los grupos y organizaciones que guardan una ideología radical, incluidos el Estado Islámico (Daesh, en árabe) y el Frente Al-Nusra (recientemente rebautizado como Frente Fath al-Sham), para adelantar el cumplimiento de sus objetivos.
¿Será por los gigantescos negocios que diferentes gobiernos occidentales han realizado desde hace mucho tiempo con la monarquía árabe?
En el arranque de su gira internacional, el presidente Trump se animó a bailar quizás por haber firmado en Riad el mayor contrato de venta de armamento de la historia estadounidense por 110.000 millones de dólares para modernizar el Ejército mejor dotado de Oriente Próximo, después del de Israel.
Libro muy importante para entender el contexto histórico del hecho de ver bailar a Trump en Saudi Arabia con espada en mano, es el del periodista neoyorkino Craig Unger: Los Bush y los Saud: la relación secreta entre las dinastías más poderosas del mundo.
Los Bush y los Saud parte de la misteriosa salida de Estados Unidos de 140 saudíes al día siguiente del atentado del 11 de septiembre de 2001 para adentrarse luego a lo largo del libro en la influencia que el régimen integrista ha tenido en la política norteamericana a partir de su riqueza petrolífera. El libro no olvida analizar que la mayoría de los atacantes suicidas del 11-S eran ciudadanos sauditas.
En el tercer debate presidencial entre Hillary Clinton y Donald Trump en octubre pasado, el republicano atacó a la demócrata por «haber recibido 25 millones de dólares de los sauditas (…) siendo personas que matan y tratan horriblemente a las mujeres».
En un acto de campaña en Carolina del Sur, Trump citó la existencia de «documentos secretos» que probarían la responsabilidad de los sauditas en los ataques del 11 de septiembre:
Inolvidable en este contexto la famosa afirmación en una declaración jurada del exsenador estadounidense Bob Graham en 2012, quien presidió el Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos:
¿A quién le sorprende, pregunta el portal, The Intercept, que Trump le haya vendido en 2001 un piso completo de la Torre Trump a los sauditas por $4.5 millones de dólares o que haya registrado ocho compañías vinculadas a intereses hoteleros en Saudi Arabia durante su campaña?
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