Harry Truman hace 73 años: «Le pido a Dios su guía para usarla (la bomba atómica) según sus fines”

"La explosión de la primera bomba atómica puede considerarse un suceso por encima de la Historia. No es un recuerdo, es una experiencia perpetua que no cesa con el tictac del reloj (...) Hiroshima no tiene relación con el tiempo: pertenece a la eternidad" (Pedro Arrupe)

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El 6 de agosto de 1945, hoy hace 73 años, Estados Unidos lanzó en Hiroshima, Japón, la primera bomba atómica de la historia contra seres humanos.

A las 8.15 del 6 de agosto de 1945 el bombardero estadounidense Enola Gay lanzaba contra la ciudad japonesa de Hiroshima a Little Boy (“chico pequeño”), un nuevo tipo de bomba que desencadenó una fuerza destructiva nunca vista hasta ese día.
El ex presidente estadounidense Harry Truman, quien ordenó el bombardeo nuclear de Hiroshima y tres días después el de Nagasaki, aseguró ese mismo día en un discurso televisivo a la nación que el genocidio había significado “un gran logro científico”.

La mayoría de los norteamericanos todavía apoyan la decisión de Truman a pesar de la existencia abrumadora de evidencias históricas de que la bomba “no tenía nada que ver con el final de la guerra”, en palabras del general Curtis E. LeMay, el duro “halcón” de la Fuerza Aérea del Ejército, hizo una famosa declaración pública después de los bombardeos.

“La guerra habría terminado en dos semanas… La bomba atómica no tuvo nada que ver en absoluto con el final de la guerra”.

 
De hecho cada vez más historiadores reconocen ahora que EE.UU. no necesitaba utilizar la bomba atómica para terminar la guerra contra Japón en 1945.

La perspectiva más esclarecedora, sin embargo, proviene de los máximos dirigentes estadounidenses de la Segunda Guerra Mundial. La creencia generalmente aceptada de que la bomba atómica salvó un millón de vidas está tan generalizada (aparte de la inexactitud de esa cifra, como señala Samuel Walker) que la mayoría de los estadounidenses no se han detenido a considerar algo bastante impactante para cualquiera que se preocupe seriamente del tema. No solo la mayoría de los altos dirigentes militares de EE.UU. pensaba que los bombardeos fueron innecesarios e injustificados, muchos se sintieron moralmente ofendidos por lo que vieron como destrucción innecesaria de ciudades japonesas y de lo que eran esencialmente poblaciones no combatientes.

Algunos hablaron de manera muy abierta y pública sobre el tema. El general Dwight D. Eisenhower describió así cómo reaccionó cuando el secretario de Guerra Henry L. Stimson le dijo que se utilizaría la bomba atómica:

“Durante su enumeración de los hechos relevantes, fui consciente de un sentido de depresión y por lo tanto le expresé mis graves dudas, primero sobre la base de mi creencia de que Japón ya estaba derrotado y que el lanzamiento de la bomba era totalmente innecesario, y segundo porque pensaba que nuestro país debía evitar el choque a la opinión pública mundial por el uso de un arma cuyo empleo, pensaba, ya no era indispensable como una medida para salvar vidas estadounidenses”.

 
Hasta el momento de ser lanzadas aquellas bombas atómicas, en Hiroshima y Nagasaki, los continuos bombardeos norteamericanos contra las ciudades japonesas, utilizando bombas incendiarias de alto poder, habían causado ya cientos de miles víctimas.

Un ensayo sobre la historia del Proyecto Manhattan y sus implicaciones éticas, de Miguel A. Bracchini, ingeniero de la Universidad de Austin, concluye diciendo:

“La pérdida de vidas inocentes en Hiroshima y Nagasaki no tiene disculpa alguna(…) El asesinato de niños no puede ser justificado(…) Cuando los Estados Unidos lanzaron la bomba, perdimos la superioridad moral sobre Japón”.

 
Numerosos académicos –como Mark Selden, profesor de la Universidad de Cornell y editor de The Asia-Pacific Journal– han llegado a la conclusión de que las bombas no fueron tampoco el factor determinante para que Tokio se rindiera.

“Los japoneses ya habían sufrido la destrucción de ciudad, tras ciudad, tras ciudad, con la pérdida de aproximadamente medio millón de vidas, por causa de los bombardeos estadounidenses.

 
En su primer discurso referente al bombardeo de Hiroshima, Harry Truman afirmó: «El mundo se enterará que se soltó la primera bomba atómica del mundo sobre una base militar en Hiroshima. Esto se hizo para evitar hasta donde fuera posible la muerte de civiles». Aunque Hiroshima tenía una base militar, ésta no fue el blanco del ataque, sino el centro de la ciudad. La mayoría de las víctimas de Hiroshima fueron civiles en realidad, incluyendo mujeres y niños. Truman agregó: “Pero ese ataque sólo es una advertencia de las cosas que vienen». Truman hizo mención de la “gran responsabilidad que ha caído sobre nuestros hombros y que gracias a Dios llegó a nosotros y no a nuestros enemigos”. «Le pido a Dios su guía para usarla según sus fines». Fue la plegaria escalofriante del presidente Truman.

La ciudad de Hiroshima recordó el lunes el 73er aniversario de la bomba atómica que cayó sobre la ciudad el 6 de agosto de 1945 con una sombría ceremonia en memoria de los muertos y heridos, e hizo un llamado a eliminar las armas nucleares ante la esperanza de la desnuclearización de Corea del Norte.

El alcalde, Kazumi Matsui, comenzó su discurso describiendo la infernal escena del ataque de esa mañana de hace 73 años y la agonía de las víctimas y pidió a los asistentes que escuchasen “como si ustedes y sus seres queridos estuvieran ahí”. El regidor mostró su preocupación por el aumento del egocentrismo y las tensiones a nivel global e instó a Japón a asumir más protagonismo en los esfuerzos para lograr un mundo libre de armas nucleares.

“Algunos países están proclamando abiertamente su nacionalismo egocéntrico y modernizando sus arsenales nucleares, reavivando las tensiones que se habían mitigado al término de la Guerra Fría”, indicó Matsui, sin mencionar a las naciones.

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