“No olvidaré nunca lo que me dijo aquel día.” Hacía años que O’Neill esperaba lo peor. Pero nadie le hizo caso. Lo tildaron de loco y lo echaron del FBI. ¿Por qué?»
Luego de dedicarse a perseguir el crimen organizado y los delitos de cuello blanco, y de especializarse en contrainteligencia extranjera, cambió de rumbo cuando terroristas islámicos atacaron las Torres Gemelas de Nueva York, el 26 de enero de 1993. Se transformó no solo en un experto del FBI y de toda la comunidad de inteligencia estadounidense, sino también de los principales foros mundiales sobre el tema. El terrorismo islámico fue su pesadilla y también la causa de su muerte.
John Patrick O’Neill era un visionario, de acuerdo con el documental que ha vuelto a ser emitido por el famoso programa Frontline, de la cadena PBS. Bajo el título de El hombre que sabía, el director y autor de la investigación, Michael Kirk, relata que O’Neill advirtió repetidas veces que Al Qaeda, después del frustrado intento de 1993, volvería a intentar destruir las Torres Gemelas con el propósito de causar el mayor número de bajas civiles. Lo escucharon poco o nada.
Las disputas internas en el FBI lo obligaron a renunciar el 22 de agosto de 2001. Se fue a trabajar como encargado de la seguridad del World Trade Center, donde instaló su oficina en el piso 34 de la Torre Norte. Veinte días después, sería uno de los 3025 fallecidos a causa del ataque terrorista de Al Qaeda, el 11 de septiembre. Le costó la vida probar que estaba en lo cierto.
Sus jefes y compañeros de trabajo entrevistados en el documental coincidieron en que O’Neill era un hombre muy dedicado al trabajo y que por eso escaló posiciones. En enero de 1995 fue nombrado jefe de la Sección de Contraterrorismo del FBI. Al mes siguiente, formó parte del equipo que capturó en Pakistán a Ramzi Yousef, uno de los planificadores del primer bombazo a las Torres Gemelas. Luego, en 1996, investigó la voladura de un edificio en Dharan, Arabia Saudita, donde murieron 19 militares estadounidenses. Estos hechos motivaron a O’Neill a alertar de que la amenaza terrorista había cambiado: atacaba en cualquier lugar del mundo, no necesariamente recibía apoyo de algún gobierno y su objetivo era causar el mayor daño posible en la población civil. El agente del FBI fue mucho más allá.
En 1997, en un reportaje de la agencia Associated Press, advirtió que grupos extremistas islámicos «contaban con apoyo e infraestructura en los Estados Unidos para atacarnos en el momento que ellos quisieran». Explicó también que los terroristas «tienen la misma mentalidad, el mismo pensamiento fundamentalista y el mismo tipo de entrenamiento».
En 1998, el entonces subdirector del FBI, Robert Bryant, lo convocó para elaborar un informe con la finalidad de proponer una nueva estrategia contra el terrorismo del tipo fundamentalista islámico que no se concentraba en un solo grupo sino que sus integrantes se desplazaban a cualquier parte del planeta para cumplir con su cometido.
El reporte planteaba centralizar toda la información de inteligencia sobre los terroristas con el objetivo de prevenir ataques. Los mandamases del FBI encarpetaron la iniciativa.
Los brutales ataques a las embajadas de Estados Unidos en Nairobi (Kenia) yDar es-Salam (Tanzania), en 1998, y del buque «Cole», en Yemén, en el año 2000, confirmaron las advertencias de O’Neill.
El agente viajó a la península arábiga para investigar las características del atentado al navío y concluyó que Al Qaeda había desarrollado una impresionante capacidad para embestidas de mayor envergadura y que se preparaba para intentar un nuevo zarpazo en territorio estadounidense, sin descartar que el blanco sería otra vez las Torres Gemelas. No le hicieron caso.
Incidentes menores sirvieron de pretexto para los burócratas del FBI que marginaron a O’Neill, quien, forzado por las circunstancias, dimitió y se fue a trabajar en el World Trade Center. Su muerte fue una confirmación de su teoría. El niño que soñaba con ser un héroe del FBI no se había equivocado.