¿Qué se puede esperar de la «Cuarta Transformación» en educación y medios de comunicación? / Por Rubén Luengas

Deseamos que la "Cuarta Transformación", en el rubro educativo y de la comunicación, permita que haya cada vez más mexicanos y mexicanas que no sólo traspasen con sus ojos los vidrios que les separan de los libros, sino que puedan accedan a ellos y experimentar aquello que decía Emily Dickinson: "Para viajar lejos, no hay mejor nave que un buen libro".

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«Ante ciertos libros, uno se pregunta: ¿quién los leerá? Y ante ciertas personas uno se pregunta: ¿qué leerán? Y al fin, libros y personas se encuentran».

A la izquierda de la calle, vi a este hombre traspasar con sus ojos el vidrio que le separaba de libros que llamaron su atención. Fue hace varios años en el centro de la Ciudad de México, viniendo a mi mente las palabras de un productor de televisión de Los Ángeles, California, quien se mofaba de mí por recomendarle libros a la audiencia de habla hispana de Estados Unidos desde un canal de televisión: «No recomiendes libros, nos vas a tirar los «ratings» Rubén, aquí los inmigrantes no leen». Sus palabras eran acompañadas por gesticulaciones que denotaban esa repugnante frivolidad que caracteriza a muchas de las personas que ocupan cargos de responsabilidad en los medios de comunicación.

Comparto con ustedes, amables lectores de Entre Noticias, una de varias anécdotas que me proporcionaron gran alegría al comprobar en la práctica que aquel productor no estaba en lo correcto. Resulta que unos dos meses después de haber entrevistado en la ciudad de San Francisco a John Perkins, autor del libro Confesiones de un Sicario Económico, fui a recoger mi ropa a un Dry Cleaner cercano a mi casa. De su interior salió a saludarme un televidente oaxaqueño con un libro entre sus manos, pidiéndome que se lo firmara. Le respondí que no era yo el autor, pero me dijo que yo lo había recomendado, que lo compró y lo leyó de principio a fin causándole un gran impacto. Confieso que sentí ganas de llorar por la emoción. Insisto, anécdotas similares me ocurrieron varias veces en Los Ángeles, desmontando los prejuicios y aseveraciones tan socorridas como aquella de que «al público hay que darle lo que pide»: ¿»Televisión para jodidos»?

Los medios en general, y la televisión en particular, con algunas excepciones, han contribuido decidida y perniciosamente a que un gran número de mexicanos no logren lo que sí pudo hacer con éxito el pedagogo brasileño Paulo Freire: que los marginados y excluidos aprendan a «decir y a escribir su palabra» y a ser los «dueños de su propia voz».

En su libro, La Pedagogía del Oprimido, Paulo Freire distingue la existencia de dos tipos de educación: la domesticadora y la libertadora. Freire propició obviamente la segunda, que es la concepción humanista, que concibe el proceso educativo como una dinámica en la que todas las personas implicadas se educan y son educadas al mismo tiempo.

«La idea de una verdadera educación liberadora es imponer el diálogo, de tal manera que en la sala de clases o donde se está dando el proceso educativo se dé la relación en términos del educador-educando con educando-educador. De modo que el educador ya no solo es el que educa sino aquel que, en tanto educa, es educado mediante el diálogo con el educando, quien, al ser educado, también educa. Los seres humanos se educan en comunión y el mundo es el mediador».

 
En ese proceso de educación en común, la alfabetización no es únicamente poder leer y escribir palabras, sino interiorizar significados de palabras usadas en un contexto social determinado, para que al mismo tiempo que se aprende a leer y a escribir, se aprenda a reflexionar, a pensar sobre la realidad en la que los involucrados están inmersos, de tal suerte que la conquista de la palabra individual y colectiva sea al mismo tiempo un proceso de concientización transformadora: la reflexión-acción o praxis, alejada de la llamada «educación bancaria o depositaria», en la que los educandos son vistos como recipientes vacíos y pasivos a los cuales llenar con el conocimiento que ha sido seleccionado por otros para ellos.

Justo eso ocurre con la mayoría de nuestros medios de comunicación. Ven a las audiencias como recipientes vacíos, capaces de «consumir» sólo un montón de frivolidades y estupideces, cuando en realidad estamos ante algo perfectamente diseñado y calculado con propósitos de control social: impedir la reflexión y la concientización de las personas ante mundo.

En su maravilloso libro, «Amusing Ourself to Death: Public Discourse in the Age of Show Business» el escritor neoyorkino Neil Postman, doctorado en letras en la Universidad de Columbia, discípulo de Marshall McLuhan, y quien fuera también director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, confrontó dos visiones: la de George Orwell (1984) y la de Aldous Huxley (Un mundo feliz), llegando a la conclusión de que fue éste, y no aquél, quien mejor supo anticipar nuestra sociedad actual, en tanto Huxley anunció con claridad cómo «el hombre llegaría a amar su opresión y a adorar las tecnologías que anularían su capacidad de pensar».

Postman afirma que, en la era de la televisión e internet, «los estadounidenses son los mejor entretenidos, pero probablemente los peor informados del mundo occidental». Y añade: “La televisión está alterando el significado de la expresión ‘estar informado’, al crear un tipo de información que para ser más exactos habría que calificar como desinformación”. Desinformación no significa siempre información falsa, sino engañosa, equívoca, irrelevante, fragmentada o superficial. Información que «crea la ilusión de que sabemos algo, pero que de hecho nos aparta del conocimiento». Fuente

 
Postman estaba convencido de que la seducción comercial de la tecnología se había impuesto a la innovación y a la creatividad cultural. Del mismo modo que la función de la televisión era esencialmente atrapar audiencias para vendérselas a los anunciantes, también los ultramodernos avances tecnológicos no tienen más razón de ser que la de transferir un mayor poder a las grandes corporaciones e incrementar sus cuentas de beneficios: “La ausencia de controles sociales sobre la tecnología la despoja de una base ética reconocible, de una dimensión social y cultural propia de una sociedad soberana”.

Me he referido anteriormente, en términos muy generales, a lo qué es el neoliberalismo que ha venido imperando en México y en el mundo desde hace décadas: ¿Qué es eso llamado “neoliberalismo” tan criticado por el presidente López Obrador? Pues bien, dicho neoliberalismo globalizado no es ajeno a lo que los medios corporativos exaltan como prioridad, ni a los criterios que se les quiere imponer a las personas sobre lo que debe ser la educación. Así como la mayoría de medios de comunicación operan sobre una plataforma estrictamente mercantil, en el ámbito educativo, bajo el neoliberalismo, se ha pasado de entender la educación como un derecho, a entenderla como una mercancía, como una «empresa» necesariamente rentable.

La educación en ese contexto, advierten pedagogos nacionales y extranjeros, «queda despojada de cualquier sentido formativo, sustituido grotescamente por un sentido lucrativo. Se imparte una educación según un modelo tecnocrático: se trata de entrenar mano de obra hábil pero acrítica, por ello, se jerarquizan los campos tecnológicos en detrimento de lo humanístico, ético y social». El Neoliberalismo y la Educación

 
Cuando el Secretario de Educación Pública del ex presidente Enrique Peña Nieto, Aurelio Nuño, decía que para el gobierno “la prioridad es la educación”, no estaba diciendo que en las escuelas de México se trabajaría intensamente para estimular y desarrollar las capacidades innatas de los estudiantes, para la transformación de sí mismos, de su realidad inmediata, local y nacional, ni para la formación de ciudadanos con capacidad crítica, ni la creación de condiciones políticas, económicas y sociales que, dentro y fuera de las aulas, impulsen el protagonismo de su propio desarrollo integral y el de la edificación de sus vidas como seres libres y pensantes.

Lo que el gobierno de Peña Nieto estaba diciendo, al impulsar su fallida Reforma Educativa, era que el gobierno utilizaría todos los medios posibles a su alcance, incluido el de la fuerza policiaca, para imponer la adaptación del pueblo mexicano al paradigma del llamado “orden internacional neoliberal” y al lugar que al país en ese “orden” le había sido asignado desde el exterior. Para ello se requiere de obediencia, de una instrucción diferenciada entre la población sobre lo que debe saberse y hacerse según las demandas y exigencias del mundo globalizado convertido en una dictadura del mercado que reclama súbditos incondicionales del consumo irracional. Para ello se requiere a su vez de la fabricación de la llamada «opinión pública», de la percepción del mundo que los poderes globales necesitan, algo que los programas de noticias y los medios masivos en general, han venido realizando con enorme eficacia.

En este México tan afligido por la inseguridad, la corrupción, la impunidad y la violencia, con un nuevo gobierno desde el pasado 1 de diciembre, deberá ser prioritario para revertir dicha aflicción y para la concreción de lo que el presidente López Obrador ha ofrecido como una «Cuarta Transformación», un cambio verdadero de paradigma educativo y de medios de comunicación, que esté valerosamente decidido a estimular en todo los rincones del país, según prioridades, identidades y necesidades regionales y nacionales, la creatividad y la innovación, no sólo para nutrir ese ubicuo y apabullante espacio social que conocemos como mercado, sino espacios donde las personas no seamos reducidos a ser a la vez vendedores y artículos en venta. Una educación y medios de comunicación que nos ayuden a pensar y no a obedecer. Una educación y medios de comunicación que deje de imponer, desde una minoría, su condición de clase a una mayoría. Una educación y medios de comunicación que desde el diálogo y la comunicación («hacer en común») dejen de favorecer la «producción» de seres fracturados, desgarrados, seccionados y excluidos».

Deseamos que la «Cuarta Transformación», en el rubro educativo y de la comunicación, permita que haya cada vez más mexicanos y mexicanas que no sólo traspasen con sus ojos los vidrios que les separan de los libros, sino que puedan accedan a ellos y experimentar aquello que decía Emily Dickinson: «Para viajar lejos, no hay mejor nave que un buen libro».

Rubén Luengas/Entre Noticias

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