De esta forma se aseguraban neutralizar a sus enemigos sin necesidad de entrar en choques armados ellos mismos
Joaquín «El Chapo» Guzmán e Ismael «Mayo» Zambada utilizaron a la Policía para que esta se enfrentara con los hombres de los cárteles rivales de los hermanos Beltrán Leyva y los Carrillo Fuentes en la guerra que mantuvieron en México, aseguró hoy el hijo del «Mayo», Vicente ‘Vicentillo’ Zambada.
En su segunda jornada de comparecencia ante la Corte Federal del Distrito Este de Nueva York, en Brooklyn, Zambada, uno de los principales testigos en el juicio contra el Chapo, explicó que su padre y el principal acusado tenían influencia sobre las autoridades policiales, y que las utilizaban a su antojo.
Zambada detalló cómo durante el conflicto con sus rivales, en 2008, se dedicaban a buscar localizaciones, oficinas y casas de seguridad de las bandas rivales, y cómo transferían la información al Gobierno, la Policía Federal Preventiva (PFP) y la Policía Militar.
De acuerdo con Vicentillo, de esta forma se aseguraban neutralizar a sus enemigos sin necesidad de entrar en choques armados ellos mismos, ya que si identificaban una oficina o casa de seguridad con 15 o 20 personas, ellos tendrían que haber enviado por lo menos al doble de sicarios para acabar con ellos, según su testimonio.
Preguntado por la Fiscalía, el testigo explicó que gracias a la connivencia con las fuerzas de seguridad y el control sobre las autoridades, el Mayo, el Chapo y Vicentillo se aseguraban deshacerse de sus contrarios.
El objetivo del cartel de Sinaloa en esta guerra con los Beltrán Leyva y los Carrillo Fuentes era encontrar cuantas más oficinas de sus contrarios y «mandar a la gente a pelear», detalló Zambada, que enumeró a alguno de los pistoleros fieles al Chapo como «El Negro», «Fantasma», «Chino Antrax» o «M1».
Tras el inicio de la guerra, en el mes de abril de 2008, contó Vicentillo, solo pasó dos meses más en Culiacán -la ciudad más grande de Sinaola, en el norte de México-, ya que sus contactos le detallaron que había un piso franco de pistoleros de los hermanos Beltrán Leyva cerca de la casa donde Zambada vivía.
Allí encontraron fotos del coche de su mujer, a la que estaban siguiendo cuando llevaba a sus niños al colegio para secuestrarla, matarla y enviarle su cabeza, según el testigo, que hoy declara por segundo día consecutivo en el juicio por narcotráfico contra el Chapo.
Vicentillo también narró ante la sala los aparatos para captar comunicaciones ajenas y grabarlas, así como las diferentes armas que importaban de EE.UU. y que posteriormente modificaban en México para convertirlas en «ráfagas»: armas automáticas que permitían 15 disparos por segundo.
Entre dichas ráfagas, Zambada reconoció la pistola del «38 súper» que utilizaba Guzmán Loera, reconocible por su culata con forma de jaguar y engarzada con diamantes.
Asimismo, el testigo implicó al Chapo en diversos asesinatos en los que el narcotraficante dio la orden, convenida junto a El Mayo, de matar.
Uno de ellos fue el de Julio Beltrán, al que mandaron asesinar por referirse al Mayo y al Chapo como «pinches viejos» que ya no tenían nada que hacer en el negocio, que ya estaban acabados.
La Fiscalía también presentó ante el juicio diversas grabaciones de llamadas, revisadas por el testigo, en las que se pudo escuchar al Chapo hablar con diversos de sus socios o pistoleros.
En una de ellas, se escuchó al Chapo quejarse de un posible cambio de agentes federales a quienes ya tenían sobornados y les pagaban una «mensualidad». «Aquí hay seriedad», zanjaba el Chapo en una de estas conversaciones.
La fiscal Amanda Liskamm terminó un interrogatorio más tenso con el juez y la defensa que con el propio testigo, ya que levantó numerosas quejas del juez sobre el excesivo nivel de detalle al que quería llegar la letrada, que cedió el testigo a Eduardo Balarezo, abogado de la defensa.
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