«En Latinoamérica había quienes veían a Chile como el ejemplo a seguir. La mejor representación del éxito neoliberal.» Por Aleyda Villavicencio
Hace algunos unos meses que Latinoamérica ha dejado a un lado la aparente calma del sueño de prosperidad que le vendieron unas décadas atrás los vecinos del norte. Desde Chile hasta México, prácticamente todos los países del continente comienzan a demostrar su cansancio en las avenidas, o en las alamedas, como lo imaginara Salvador Allende durante el golpe de estado que le quitó la vida. Algunos cantan, otros golpean sartenes, y unos pocos desafían los sagrados monumentos históricos, aquellos que logran captar la atención de quienes pasivamente ven las cosas pasar allá afuera, como pretendiendo que no pasa nada, que todo va a estar bien.
Los medios, sobre todo los más grandes, se esfuerzan por destacar el desorden, los vidrios rotos y por sobre todas las cosas los monumentos y los bienes públicos destruidos. Pocas veces se escuchan las razones que obligaron a los ciudadanos a tomar las calles, a abandonar la seguridad de su hogar para salir a arriesgarlo todo en un intento de cambio pacífico que, por lo menos en Latinoamérica, nunca lo es. Desde que tenemos memoria las marchas son infiltradas, divididas y reprimidas por la fuerza pública, ya sea policial, o en caso de ser “necesario” militar. Decían en redes sociales que si la violencia no es el camino para exigir justicia, ¿por qué sí lo es para instaurar el orden? Una pregunta que siempre dejarán sin responder nuestros gobiernos.
Desde hace varios meses las noticias van de un extremo a otro del continente mostrándole al mundo que la cara del capitalismo que por décadas la habían pintado aparentemente alegre se está desmaquillando. En Latinoamérica había quienes veían a Chile como el ejemplo a seguir. La mejor representación del éxito neoliberal. De hecho, el modelo de pensiones mexicano se basa en el chileno, y no hace mucho estuvo este tema en el centro de la discusión en México, pues se tienen datos que demuestran el tremendo fracaso que se nos viene encima.
Los chilenos salieron en cientos de miles a desmentir a esas organizaciones internacionales que venden el modelo capitalista como la octava maravilla del mundo, aun cuando la gente vive cada vez más precariamente. El alza en el costo del transporte fue apenas un botón de muestra de la situación en la que se encuentran los muchos otros servicios a los que la sociedad chilena tiene tanto tiempo sin poder acceder. Chile ocupa el séptimo lugar en desigualdad a nivel mundial, de ahí que los hogares tengan un nivel de endeudamiento que rebasa el 70 por ciento. La gente utiliza las tarjetas de crédito no para comprar artículos de lujo, sino para poder pagar el supermercado, la cita con el médico y otros servicios básicos. De ese tamaño es la irrealidad que genera el modelo de prosperidad capitalista.
Pero este fenómeno no es único de Chile. Millones de mexicanos padecen este mismo mal. Quizá la única diferencia es que en México no se les otorgan créditos bancarios, así que no hay manera de endeudarse; por lo tanto, tampoco hay manera de ir al médico, o comer, porque sencillamente no hay dinero ni créditos.
Haití también tiene semanas en las calles, sin embargo, muy pocos medios hablan de ello. Pobre Haití, pareciera ser un país al que nadie volteamos a ver. Y no es que estemos demasiado ocupados con nuestros propios problemas, porque justamente como se ha hablado de Chile, se han visto noticias de Ecuador, Honduras, Perú, Bolivia y, sin embargo, de Haití sabemos tan poco. Sus calles se han inundado de jóvenes, y otros no tanto, que reclaman libertad. Libertad del sometimiento extranjero, que no solo es norteamericano, libertad política y de auto gobernanza. El gobierno encabezado por Jovenel Moïse está frente a las cuerdas. Decenas de miles de haitianos acumulan semanas de demostraciones públicas, paros y enfrentamientos en los que al menos 30 personas han perdido la vida. Pero como el ejemplo haitiano tenemos muchos a lo largo del continente.
Honduras, por ejemplo, sigue esperando que renuncie el presidente, Juan Orlando Hernández, a quien miles de hondureños acusan de ser un dictador y quien también usó la fuerza pública para contener las protestas. Un presidente más impuesto por el gobierno de Estados Unidos, a pesar de que su hermano enfrenta cargos por narcotráfico en ese mismo país. Para nadie es nuevo que la congruencia de discurso y hechos nunca ha sido un fuerte de la política exterior de los Estados Unidos.
Lo que es evidente es que la mayoría de las protestas a lo largo de todo el continente parecieran ser únicamente distintas ramas de un mismo árbol: el del modelo neoliberal, aquel cuyas raíces se extendieron profundamente por todo el continente gracias a gobernantes corruptos que permitieron el saqueo, el abuso y el consumo insaciable de los recursos naturales de los países que mal-gobernaron.
Es increíble que la prosperidad, que también se concentra en pocas manos en el extremo norte del continente, se deba prácticamente a la desgracia de los vecinos del sur. Canadá no es ningún hermano de la caridad. Por un lado, tiene mejores relaciones públicas y su primer ministro es mucho mejor recibido en el extranjero que su homólogo estadounidense, pero por el otro tiene las manos tan negras como el material que extrae de las minas que tanto daño han hecho a las comunidades en las que se encuentran. No vamos muy lejos, el pueblo de Samalayuca, en Chihuahua, se debate ahora mismo entre la posibilidad de conservar sus pocas reservas de agua y verlas entregadas a una minera canadiense que planea extraer óxido de cobre, a cielo abierto. Cabe recordar que el norte de Chihuahua es un desierto, por lo tanto, el agua es quizá el recurso natural más valioso que cuidar. Pero las autoridades locales anuncian estos acuerdos como grandes logros económicos para la comunidad. Como siempre, se destacan los beneficios del empleo y la inversión en infraestructura que un proyecto de esta naturaleza significa en el muy corto plazo, pero se olvidan de que, de acabarse el agua, no habrá más empleos que cuidar ni carreteras que transitar.
Así nos podemos ir de lo particular de cada poblado a la situación general que se vive en países enteros. Es lamentable que todavía hay quienes parecen no entender que el modelo de extracción, uso y abuso de los recursos naturales no puede ser eterno. México intenta poner un freno a esta práctica económica que tiene al mundo entero padeciendo niveles de desigualdad nunca antes vistos, aunque falta mucho para que podamos pensar que hemos cambiado. La cabeza del gobierno podrá tener las mejores intenciones; no obstante, todavía hay muchas decisiones que personajes como el presidente municipal de Samalayuca tienen en su poder, y que lamentablemente siguen alimentando al monstruo del consumo y de la aparente riqueza que ha lanzado a la calle a millones de ciudadanos para exigir que alguien lo detenga. ¿Será que no hemos visto nuestro reflejo en el modelo chileno que tanto nos hemos empeñado en imitar? ¿Será que no alcanzamos a ver que el pueblo está despertando, lenta pero seguramente, un país a la vez?
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