¿Jinetes del Apocalipsis? No… Migrantes al rescate de ciudades en cuarentena
La Jornada Sin Fronteras
Donald Trump se ha referido a ellos como criminales, violadores y portadores de enfermedades y drogas. Una suerte de jinetes del Apocalípsis que traerán consigo la muerte y la violencia.
Pero hoy, en medio del caos que ha traído consigo la pandemia del COVID-19, los migrantes se lanzan al rescate de millones de ciudadanos en cuarentena en algunas de las más grandes urbes del planeta.
En Nueva York, con los restaurantes y bares cerrados al público debido al contagioso coronavirus, su población, que adora comer afuera, depende ahora de un ejército de repartidores en bicicleta.
La enorme mayoría de los 40,000 repartidores de Nueva York son inmigrantes sin seguro médico ni papeles que se han tornado esenciales para la vida de la ciudad.
Sus siluetas, en medio de tormentas de nieve, de calles o parques anegados de agua tras el paso de tormenta y ahora, en medio de una cuarentena obligada para millones, vuelven a circular como almas que lleva el diablo, a bordo de sus bicicletas y enfundados en chalecos reflectores y con tapabocas improvisados.
Tras el cierre de restaurantes y bares decretado el martes hasta el 1 de abril, los neoyorquinos solo pueden pedir comida a domicilio o pasarla a buscar. Un consuelo para la población encerrada en casa, que ha visto su vida trastocada por el cierre de escuelas, el teletrabajo y la suspensión de todos los eventos culturales.
Nueva York incluso permite ahora a los bares repartir cócteles, y suspendió las multas para los repartidores que utilicen bicicletas eléctricas.
«Mientras otros están en casa, nosotros enfrentamos el riesgo de contraer Covid-19. Esto realmente me preocupa. Tengo una esposa y cuatro hijos en casa, todos están tomando medidas para quedarse dentro, ¿pero de qué sirve si yo los pongo en riesgo por estar en las calles?», se pregunta Alberto González, un hispano de Brooklyn sin seguro médico, que también trabaja en la organización pro-inmigrante Make The Road New York.
«Necesitamos más protección (…) No está claro quién tiene prioridad para los tests, y si quienes carecemos de seguro o estatus legal tendremos que pagar por los tests y el tratamiento», añadió.
Algunos concejales pidieron al alcalde Bill de Blasio que considerase a los repartidores como «trabajadores en el frente» de la lucha contra el virus, que arriesgan su vida para llevar comida a la población.
Pero en esta ciudad donde hay ya más de 800 casos del coronavirus y siete fallecidos, los pedidos de comida se han derrumbado por temor al contagio, y algunos restaurantes ya están cerrando porque no pueden pagar el altísimo alquiler y los salarios.
Precauciones extremas
Los repartidores también tienen miedo de un contagio, pero aseguran que no tienen otra opción que seguir trabajando.
Han extremado las precauciones contra este virus que ha matado a más de 7.000 personas en el mundo: algunos llevan guantes, gel desinfectante y máscaras, o envuelven el manubrio de la bicicleta con bolsas plásticas.
«Cada vez que entrego comida me pongo gel desinfectante en las manos y me cambio los guantes», contó a la AFP el mexicano Luis Ventura, de 30 años, al bajar de su bicicleta eléctrica en el corazón de Manhattan.
Ventura perdió hace unos días su trabajo como cocinero en un restaurante griego debido al desplome del negocio por el coronavirus. Pero continúa trabajando para Postmates, una compañía de reparto de comida donde gana nueve dólares la hora sin contar las propinas, bastante menos del sueldo mínimo de 15 dólares.
«Sinceramente este mes no me alcanzará el dinero», lamentó.
Alejandro López, un médico venezolano de 30 años que trabaja como repartidor en Brooklyn hace un año y medio, contó que algunos clientes le piden que no suba a su apartamento por miedo a un contagio, y que los comprende.
«La gente tiene muchísimo miedo. Yo me quedaría en mi casa. Pero los inmigrantes tenemos que seguir comiendo, pagando cuentas, llevando el dinero a nuestras casas», dijo.
Muchos neoyorquinos llaman en las redes sociales a aumentar las propinas para los repartidores en señal de solidaridad. Pero una docena de entrevistados asegura que éstas no han cambiado.
«Rezo a Dios»
El mexicano Martín Balderas es repartidor del restaurante Atomic Wings, que vende alitas de pollo fritas en Manhattan.
«El trabajo ha bajado demasiado, un 70%», dijo este hombre de 60 años sin papeles ni seguro médico que gana ocho dólares la hora más propinas. «Rezo a Dios que me evite un contagio», contó.
Balderas no puede darse el lujo de dejar de trabajar: mantiene con su salario a su esposa y ayuda a sus hijos y nietos en México. «La familia tiene que comer, y aquí la renta no perdona», sostuvo.
De Blasio ofreció préstamos sin interés de hasta 75.000 dólares para negocios con menos de 100 empleados que prueben que han perdido 25% de sus ingresos. Pero ni esto puede salvar a muchos restaurantes neoyorquinos, donde trabajan en total unas 250.000 personas.
Para Ousmane Savadogo, un repartidor de 33 años de Costa de Marfil, todo depende del tiempo que dure la crisis.
«Si esto dura dos semanas, está bien. ¡Pero si dura más, la cosa se complica!».
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