Por Juan J. Paz y Miño Cepeda
Pese a que Japón fue la potencia asiática desarrollada después de la II Guerra Mundial (1939-1945), los “tigres del Asia” (dragones asiáticos) pasaron a ser considerados como ejemplos de desarrollo económico entre empresarios y políticos neoliberales de América Latina durante las décadas finales del siglo XX. Se trata de Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwan (https://bit.ly/310lNPr). Su “despegue” ocurrió desde los años setenta; dejaron atrás las economías agrarias, impulsaron la industria y el avance tecnológico, fortalecieron sus exportaciones y apoyaron el auge de las empresas internas. El crecimiento de esos “tigres” fue espectacular, con un promedio entre el 7 y el 8%, sostenido en las siguientes tres décadas. Y en ese camino construyeron economías de mercados “libres”, abiertos, competitivos, con bajos intereses, bajos impuestos, altas inversiones extranjeras, enormes recursos del Estado al servicio de las empresas (https://bit.ly/3hHfwh9).
Pero quienes soñaban con una América Latina que podía hacer lo mismo en el largo plazo, no mostraron el otro lado de la medalla: se trató de un proceso con varias fases, en el cual las “condiciones para el despegue” (para utilizar un caduco concepto de W.W. Rostow en su viejo libro Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, 1960) estuvieron sujetas a Estados que crearon a las burguesías, porque a través de ellos se impuso la industrialización sustitutiva de importaciones con severas medidas proteccionistas, dirigieron los créditos y las tasas de interés, regularon impuestos, controlaron el tipo de inversiones, construyeron las más importantes obras de infraestructura sin las cuales no podían levantarse las empresas, reformaron los sistemas educativos, fomentaron la investigación tecnológica y científica; y, sobre todo, regularon severamente la fuerza de trabajo, sobre cuya hiperexplotación los “tigres” se convirtieron en potencias con economías desarrolladas, que solo con el paso de los años lograron incluso mejoras sociales. El capital extranjero también llegó para aprovecharse con el sistema de “maquilas” y la disciplina laboral que sirvió para sujetar a los trabajadores.
Tampoco se advierte la larga vigencia de Estados sin democracia o con “democracias imperfectas”, pues dominaron gobiernos autoritarios o dictatoriales, con violaciones a los derechos humanos, restricciones a las libertades de prensa o serias limitaciones a las garantías ciudadanas. Todavía predomina en Singapur el partido único (Partido de Acción Popular, PAP); Hong Kong, como región administrativa especial de China, se mantiene bajo la política de “un país, dos sistemas”; Corea del Sur superó las recurrentes (y sanguinarias) dictaduras militares, para establecer una “democracia liberal” desde la década de 1990, y casi lo mismo ocurrió en Taiwán, tras décadas de dominio unipartidista del Kuomintang (KMT). Cabe resaltar, adicionalmente, que durante el proceso de potenciación de los dragones asiáticos, fue negada la ideología neoliberal y no se acogió el decálogo del Consenso de Washington (https://bit.ly/2YaTQ5m).
Un proceso comparable intentó despegar en América Latina durante las décadas de 1960 y 1970, de la mano del desarrollismo: el Estado como promotor económico e industrializador, ante la inexistencia de empresarios modernizantes y sociedades agrarias tradicionales. En sus inicios incluso se contó con el apoyo norteamericano de la Alianza para el Progreso, empeñada en las reformas estructurales, para evitar una reproducción de la Revolución Cubana. Paradójicamente, esas políticas fueron resistidas en la región por “estatistas” e incluso acusadas de “comunistas”. Sin embargo, México y Brasil crecieron durante esas décadas, aunque Ecuador no quedó atrás e incluso en los setentas, con petróleo y dictaduras militares, la industria superó a la agricultura y el país creció al mismo ritmo anual comparable con los tigres asiáticos. Pero las oligarquías tradicionales y los empresarios ecuatorianos “modernos”, surgidos al amparo del Estado, no estuvieron dispuestos a que la economía sea regulada y mucho menos a que el poder político deje de estar en sus manos directas. Finalmente, en América Latina de fines del siglo XX, con la introducción de las consignas neoliberales, la economía “productiva” fue desplazada por la economía “especulativa” de comerciantes y banqueros, así como por la economía “rentista” de empresarios que exigen dineros públicos, privatizaciones, no quieren pagar impuestos, anhelan sobrexplotar la fuerza de trabajo y obtener, por estas otras vías, las ganancias más fáciles, sin los esfuerzos para invertir en el desarrollo tecnológico, la investigación o la innovación de los negocios (https://bbc.in/30VQFAq). Las excepciones no dejan de confirmar estas características generalizadas.
El modelo de los tigres sirvió en Asia y no en América Latina; y bajo ese manto surgieron los “tigres menores”: Filipinas, Indonesia, Malasia y Tailandia. Sin embargo, China superó a todos los dragones asiáticos, con un crecimiento permanente que bordeó el 10%, bajo el sistema de “socialismo de mercado”, un fenómeno histórico ampliamente estudiado por el profesor Elias Jabbour, de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, (experto en el tema y con varias obras, entre las que destaco su reciente China: socialismo y desarrollo, siete décadas después, 2019), y que ha servido para que hoy este país se convierta en una potencia que contrarresta la hegemonía mundial de los EEUU.
En Ecuador, el camino de los tigres mayores o menores y también el de China, igualmente ha servido para los posicionamientos políticos. En Guayaquil, desde la década de los noventa, la oligarquía regional, apoyada por intelectuales que expresan sus ideales y por los medios de comunicación locales, impulsó el “proyecto Singapur”, para preservar la “autonomía” (y hasta la “independencia”) de la que han soñado como una ciudad-Estado (https://bit.ly/3hzuxBT). Cuestionaron la Constitución de 2008, exigiendo “un país con dos sistemas”, porque consideraban que el “modelo exitoso” guayaquileño, hegemonizado por el Partido Social Cristiano en la alcaldía y supuestamente basado en la eficiencia de la empresa privada, debía respetarse, frente al “estatismo” de esa Constitución.
En su visita a Ecuador durante el gobierno de Rafael Correa (2007-2017), el viceministro de Cooperación Económica y Desarrollo de Alemania, Hans–Jürgen Beerfeltz, no dudó en reconocer el progreso económico y social del país, bautizándolo como el “jaguar latinoamericano”, comparable con los tigres asiáticos. (https://bit.ly/2CllJPR) Pero bajo el gobierno de Lenín Moreno (2017-hoy) se cuestionó al “correísmo” por haber “hipotecado” el país a China, con deuda externa, preventas petroleras, compras y presencia de empresas.
Como la historia tiene sus ironías (Hegel), la crisis del coronavirus demostró que el “éxito” del modelo guayaquileño se reducía al de sus élites dominantes (https://bit.ly/2Cnvo8J; https://bit.ly/2Na6uLH; https://bbc.in/3ehjnQe); y que el gobierno de Moreno tenía en la “cuestionada” China un salvavidas al que había acudido desde antes para encontrar la ayuda necesaria ante el galopante desastre económico (https://bit.ly/3db68za; https://bit.ly/2BiCwmc).
De otra parte, la admiración por los “tigres asiáticos” de los neoliberales latinoamericanos no pasó de las palabras, si bien las elites de la región demandan permanentemente mercados “libres” y negocios privados absolutos. No logran entender que la utopía de su proyecto de sociedad para el largo plazo se ve postergado una y otra vez, porque no puede evitar el estallido de una aguda lucha de clases, que lo frena históricamente.
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