Para llevar a cabo este proyecto a gran escala, General Electric se quiere apoyar en empresas médicas emergentes
La multinacional General Electric se ha unido al Pentágono para diseñar un laboratorio móvil para la fabricación rápida de vacunas y fármacos transgénicos. Al proyecto se ha unido también la empresa de biotecnología DNA Script.
El acuerdo forma parte del programa NOW (Nucleic Acids On-Demand World-Wide) que dirige la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa (Darpa), que desarrolla los proyectos de investigación de Pentágono con tecnologías de vanguardia.
Es un programa para cinco años y 41 millones de dólares de presupuesto adjudicado a GE Research, una filial de General Electric. Su objetivo es fabricar vacunas y fármacos basados en ADN y ARN en pocos días, con el fin de transformar el ADN de las tropas para que resulten inmunes a ataques biológicos y enfermedades infecciosas.
Para llevar a cabo este proyecto a gran escala, General Electric se quiere apoyar en empresas médicas emergentes, como DNA Script, que ha patentado una tecnología de síntesis enzimática que ha integrado en una especie de impresora molecular, llamada “Synthax”. Es capaz de crear una secuencia de ADN personalizada utilizando cartuchos que contienen enzimas naturales en sólo unas horas, más rápido que los métodos convencionales.
Este método permitirá la síntesis de ácidos nucleicos de alta calidad muy rápidamente, que entrarán en el proceso de amplificación desarrollado e industrializado por General Electric.
A finales de enero el Pentágono ya encargó a la empresa de biotecnología el desarrollo de un prototipo de laboratorio para la detección y el diagnóstico rápidos de patógenos, en relación con la pandemia actual.
Además de experimentales, la mitad de las actuales vacunas contra el coronavirus son también transgénicas, con mecanismos de acción sobre el organismo humano que nadie conoce. Precisamente la pandemia actual está siendo un laboratorio para averiguar las reacciones que suscitan en el cuerpo.
Hace años que se llevan a cabo estos experimentos médicos, con resultados dramáticos en muchos casos. En 1999 falleció Jesse Gelsinger, el primero que murió en un ensayo clínico cuatro días después de comenzar la terapia génica.
El experimento se llevó a cabo bajo la coartada de la Universidad de Pensilvania y en colaboración con la empresa Genovo, pero el fracaso obligó a investigar a los investigadores, especialmente al doctor James M. Wilson.
Como tantos otros matarifes modernos, el doctor Wilson tenía dos caras. Era director del Instituto de Terapia Génica Humana de la Universidad de Pensilvania pero, al mismo tiempo, tenía acciones en la empresa propietaria de la tecnología de transferencia genética.
En enero de 2000 la FDA suspendió los experimentos con seres humanos del Instituto de Terapia Génica Humana y luego la Universidad acabó cerrando el programa e indemnizando a la familia de Gelsinger para que mantuvieran la boca cerrada.
Este tipo de prácticas se lograron paralizar hasta la actual pandemia, cuando han proseguido de una manera desvergonzada. Inmediatamente antes de la pandemia, el New York Times todavía publicó un titular clarificador: “Los científicos defienden la suspensión de la terapia génica”.
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