Por Horacio Franco
A los heridos y fallecidos y sus familias por el trágico evento del 3 de mayo, con solidaridad y amor.
De las cosas más importantes que aprendí cuando estudié en Holanda (aunque varias veces me han recriminado que siga hablando al respecto, pero no puedo evitarlo pues considero que todo lo que soy como ciudadano se lo debo a los años que viví en ese país, que entonces era una democracia ejemplar) es que la gran diferencia entre los europeos del norte y los mexicanos como sociedad es que —como colectividad— los primeros, antes de tomar una decisión, opinar sobre algo, o llevar a cabo una diligencia o acción piensan , reflexionan, planifican y razonan a fondo las consecuencias.
En cambio, los mexicanos somos absolutamente opuestos como colectividad: primero llevamos a cabo y/o decimos, y luego razonamos y pensamos en las consecuencias. Somos irreflexivos como sociedad.
Cuando los resultados salen bien —por lo acertadas que fueron nuestras acciones o decires— se nos aplaude y se nos premia. Cuando a pesar de esas buenas acciones algo sale mal, sacamos la casta con una capacidad impresionante de improvisar todo lo que falló por falta de planeación: tenemos un instinto prodigioso para reaccionar de inmediato con una espontaneidad envidiable, que puede ser utilizada para bien o para mal. Pero en caso de que aquello que hacemos o decimos sin pensar fuese erróneo, carente de sentido o fundamento, tarde o temprano nos sale el tiro por la culata, por no haber pensado y reflexionado antes sobre las consecuencias.
Peor que esto es saber las consecuencias negativas o destructivas de algo e, incluso así, llevarlo a cabo con dolo, premeditación, alevosía y ventaja. Eso se llama corrupción, el más dañino de los males que tenemos como Pueblo mexicano: Numerosos ejemplos lo señalan en la obra pública: las monstruosas cantidades de viviendas de interés social —hoy vacías— en lugares sin servicios ni adecuaciones avaladas por las pasadas administraciones del INFONAVIT; las licencias otorgadas por personal corrupto de alcaldías a constructoras también corrompidas e incompetentes para edificar en lugares inadecuados o sin parámetros correctos, lo que ocasiona derrumbes y muertes en los sismos; el premiado y laureado ex Aeropuerto Internacional de la CDMX —que como obra arquitectónica pudo haberlo sido—, cuya operatividad y mantenimiento iba a ser devastador y penoso por el enorme costo (según los estudios revelados posteriormente). Y para terminar con los ejemplos —quisiera ser prudente antes de saber el resultado de cualquier peritaje— el espeluznante incidente del 3 de mayo en el metro de la CDMX. Esperemos con ansia los peritajes nacionales y de la empresa noruega DNV GL, que parece hará lo propio para saber si fue negligencia, corrupción, falta de organización en el mantenimiento o alguna otra causa. Y que se castigue a quien se deba castigar.
Y con base en la reflexión sobre lo irreflexivo que somos, seré breve:
Si los actores políticos —estén o no en campaña—, no piensan en las consecuencias de lo que van a decir, a proponer o a hacer —por muy genuino y verdadero que sea—, y hacen o dicen cualquier cosa irreflexivamente en el momento o circunstancia incorrecta o inadecuada, el desencanto, desconfianza y enojo en la población será cada vez mayor. Parece que no entienden que están todos bajo la lupa en todo momento. Estoy empezando a temer que al Pueblo ya parece darle igual si son aquellos a quienes apoyamos con el cambio de paradigma y rumbo nacional que está llevando a cabo el Presidente de la República y su gobierno, o si pertenecen a la oposición y dicen que todos los logros que se están llevando a cabo están mal o los nulifican. Obviamente la desconfianza en la oposición es mucha, pero esta está aprovechando cualquier error o apariencia de falla que emane de Morena o del gobierno para dar zarpazos.
Y si el actuar y decir de cualquier político o aspirante a cargo público está basado en la mentira, en la deshonra, en el arribismo, en el protagonismo, o —paradójicamente— en un momento incongruente e impulsivo de irreflexión (por ejemplo: la “supuesta” nalgada de David Monreal a Rocío Moreno; la mentira que Clara Luz Flores lanzó a Julio Hernández Astillero que le hizo perder un alto porcentaje de preferencias; los insultos que lanzó el primer día de su campaña Alfredo Adame; los oprobiosos actos de Saúl Huerta Corona —aún con sus posteriores disculpas o excusas—, y la lamentable presencia de los diputados panistasen la zona cero del incidente en el metro Olivos para “sacar raja” política con un oportunismo indignante y totalmente fuera de lugar) los puede llegar a hundir y no solamente en la elección, sino en la percepción pública de sus carreras políticas porque, de haberlo reflexionado, jamás lo hubieran hecho. El premio a esto es el repudio de millones de ciudadanos que, aunque muchas veces inermes, no cesamos de manifestar la aversión y execración que nos pueden producir.
La decadencia que hoy estamos viviendo —y que siempre ha existido y existirá debido a la condición humana— gracias a las redes sociales empodera hoy por hoy a millones de ciudadanos —o bots— igual de irreflexivos y emana como aguas negras de una alcantarilla en una inundación, filtrándose por todas estas redes; se difunde y expande como reguero de pólvora, se comenta en Twitter y se insulta, se quema en una hoguera inquisidora a la cual todos pueden acceder y volverse Torquemadas e, igualmente, cuando se lanzan todos los epítetos horrendos habidos y por haber se crucifica y se chamusca contundentemente a quien sea y de la ideología (si es que la tiene) que sea, exactamente con la misma impulsividad e irreflexión que ellos —los criticados, los crucificados, los insultados— tuvieron al ocasionar lo que causaron con su impulsividad e irreflexión.
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