«John F. Kennedy padeció varios problemas médicos a lo largo de su vida. La enfermedad Addison fue diagnosticada cuando tenía 30 años e hipotiroidismo en su época de senador. La coexistencia de enfermedad autoinmune suprarrenal con la endocrina concuerda con el diagnóstico de APS 2»
John Fitzgerald Kennedy tenía 43 años cuando fue elegido presidente de EEUU, convirtiéndose así en el hombre más joven de la historia norteamericana en ocupar la Casa Blanca. Pese a su corta edad y su aspecto saludable y fuerte, JFK y su equipo médico fueron capaces de ‘esconder’ a la opinión pública sus complejos problemas médicos.
Hasta hace algunos años sus antecedentes médicos seguían despertando curiosidad entre los médicos. Uno de los informes que ingagó en el estado de salud del presidente fue elaborado por la Marina estadounidense. Concretamente, del ‘puño y letra’ de Lee Mandel, médico militar en el portaaviones Jorge H.W. Bush.
«Me han permitido revisar su historia médica así como acceder a la correspondencia mantenida entre especialistas de la Clínica Mayo, la Clínica Lahey y el padre del Kennedy, el embajador Joseph P. Kennedy», explicaba entonces el doctor Mandel en un artículo publicado en el ‘Annals of Internal Medicine’.
Para este especialista, «el análisis de los archivos médicos de la Casa Blanca revela que Kennedy sufría síndrome poliendocrino autoinmune tipo 2 [APS 2, sus siglas en inglés]». Se trata de una afección de varios órganos endocrinos asociados a una enfermedad autoinmunitaria. De hecho, Kennedy fue diagnosticado de ambos tipos de patologías: enfermedad de Addison e hipotiroidismo.
La primera, también conocida como insuficiencia córtico suprarrenal, es relativamente rara. Su prevalencia: 110 casos por millón de habitantes. Se caracteriza por la destrucción progresiva de las glándulas adrenales [cuyos síntomas son fatiga, debilidad, anorexia, náuseas, vómitos, pérdida de peso, pigmentación de la piel y de las mucosas, hipotensión e hipoglucemia]. La segunda, en cambio, se produce por una cantidad insuficiente de hormonas tiroides circulantes, debido generalmente a que la glándula tiroides no funciona como debería. Sus signos: somnolencia, pérdida de pelo, depresión, aumento de los niveles de colesterol, entre otros.
Aunque JFK no fue diagnosticado ‘formalmente’ de la enfermedad de Addison hasta septiembre de 1947, tuvo manifestaciones previas de la enfermedad. «Cuando anunció su candidatura al Congreso en 1945, tenía un aspecto frágil y cansado… Un día antes acudió a la marcha anual Bunker Hill. Hacía mucho calor y tras andar más de ocho kilómetros sufrió un colapso. Se puso de todos los colores, amarillo, azul… parecía que le estaba dando un infarto», agrega el documento.
La causa posible de su patología inmune «está en el consumo prolongado de terapia de sustitución prolongada de esteroides… A pesar de sus patologías, así como de sus problemas recurrentes [dolor de espalda, osteoporosis, úlceras e infecciones urinarias] y los que sufrió en el pasado [durante su infancia pasó la escarlatina, el sarampión y un brote de malaria en su juventud], John F. Kennedy logró ‘transportar’ una imagen de salud y vigor que enmascaró el estado verdadero de su salud al público estadounidense», concluyo el doctor Mandel.
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Lo que nadie conocía hasta ahora es que en 1962, cuando la crisis de los misiles había puesto al mundo al borde de un enfrentamiento nuclear, John F. Kennedy, encargado de tomar las decisiones que podían determinar el futuro de la civilización, dependía de pastillas e inyecciones que le permitían dormir, despertarse, sujetarse en pie o estar medianamente consciente.
Unos años antes, esa enfermedad de Addison habría acabado con su vida, pero se descubrió que la cortisona y después la testosterona suplantaban la falta de energía provocada por la carencia de adrenalina. Conscientes de los males del joven político, los Kennedy guardaban dosis de cortisona en cajas fuertes repartidas por todo el país.
Además del tratamiento con hormonas, Kennedy tomaba antiespasmódicos para controlar su inflamación permanente del colon y antibióticos para una infección urinaria implacable. También tomaba antihistamínicos para combatir alergias, pero le provocaban depresiones que aplacaba con estimulantes. Éstos, a su vez, le obligan a ingerir medicamentos contra la ansiedad; el insomnio que producían lo anulaba con barbitúricos.
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