Rómulo Gallegos: “Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida». (Doña Bárbara)
Nacido en Caracas el 2 de agosto de 1884, miembro de una familia sin mayores recursos, siendo su padre un modesto comerciante, una vez concluidos sus estudios básicos, inició, y más por necesidad que por vocación, su carrera en el magisterio, al tiempo que daba comienzo a lo que más tarde sería su prolífica labor literaria, con unos ensayos centrados en el análisis y crítica de la educación que entonces se impartía en Venezuela.
Durante sus años de estudiante universitario estableció nexos con jóvenes que se convertirían más adelante en sus mejores amigos. Uno fue el crítico Julio Planchart y otro el cuentista Julio Horacio Rosales, con quienes crea un grupo literario que tendría como medio de expresión una famosa revista llamada La Alborada.
«Teníamos alimentada nuestra mocedad con la milagrosa sustancia de las buenas letras, devoradas o saboreadas, adquiriendo la costumbre de enderezar las que luego fueran las nuestras hacia la dolorosa alma venezolana».
Entre 1906 y 1908, Gallegos fue jefe de la Estación del Ferrocarril Central. En enero de 1909 apareció el primer número de La Alborada, empezando desde ese momento su «cruzada redentora», acompañado de sus amigos de años universitarios: Julio Planchart y Julio Horacio Rosales, a quienes se sumaría Enrique Soublette.
Aquellos jóvenes, en medio del drama social y político que había vivido hasta entonces su país, pretendían «sustituir la noche por la aurora».
Julio Planchart, en uno de sus estudios críticos asienta: La Alborada estaba formada por lo que el gran poeta portugués Guerra Junqueiro llamó: «el dolor de la patria».
Alguna vez Gallegos escribió
“Yo no concibo forma de existencia sino bajo climas de libertad y de dignidad individual”. Esta declaración acerca de la manera como concebía la vida, bien podría tomarse como síntesis de su propia existencia, consagrada integralmente a la defensa de la libertad, al empeño por aclimatar dentro de las pautas de armonía social que distinguen a cualquier comunidad realmente civilizada.
El 30 de abril de 1937, durante un discurso pronunciado en la Cámara de Diputados, el autor de Doña Barbara defendió con pasión la libertad de pensamiento y de organización política, atacadas en aquel momento por el gobierno de Eleazar López Contreras.
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