El PRI sigue al pie de la letra la estrategia de “shock and awe” (conmoción y pavor) desarrollada por el ejército estadounidense.
Por John Ackerman
Enrique Peña Nieto ha arrancado su sexenio de la misma manera en que dio inicio a su campaña presidencial. Durante sus primeros cien días en el poder ha emprendido un desesperado esfuerzo por apantallar e intimidar a sus rivales políticos y a la sociedad entera.
En respuesta, hoy se requiere una contundente acción ciudadana para romper de nueva cuenta el hechizo del supuesto poder arrasador de la maquinaria priista. En 2012 fueron los valientes jóvenes de la Universidad Iberoamericana quienes sacudieron nuestras conciencias y nos empujaron a la acción. ¿Quiénes seguirán su ejemplo y tomarán la batuta del liderazgo social en 2013?
El PRI sigue al pie de la letra la estrategia de “shock and awe” (conmoción y pavor) desarrollada por el ejército estadounidense, y redactada por Harlan Ullman y James Wade de la Universidad de la Defensa Nacional. Esta doctrina se basa en el despliegue de vistosas muestras de fuerza intimidatoria al principio de una campaña militar con el fin de paralizar y desmoralizar al enemigo en preparación para la introducción de las tropas terrestres.
En 2012, el intenso bombardeo de espectaculares en cada rincón de la República, encuestas de dudosa procedencia, entrevistas pagadas, y costosos “regalos” a la población buscaban generar al principio de la campaña electoral la impresión de la inevitabilidad del triunfo de Peña Nieto. Hoy, en cambio, el objetivo es neutralizar la oposición política y social para que el pueblo se resigne a regalar su oro negro a Halliburton y Exxon-Mobil. En ambos casos, la apuesta es al desánimo y la des-movilización social. El debate democrático, el análisis crítico y la participación ciudadana constituyen los adversarios a vencer.
Lo ocurrido en las campañas del año pasado genera esperanza para el futuro. En 2012, el guión indicaba que Peña Nieto debía arrasar con 15-18% de la votación para evitar cualquier cuestionamiento a la legalidad o legitimidad de su victoria. Las encuestadoras tenían el encargo de colocar este margen en la opinión pública y los operadores políticos la responsabilidad de cumplir con ello en los hechos, por medio de una masiva operación de compra y coacción del voto el día de la elección.
Pero justo cuando la estrategia empezaba a surtir efectos y todos se resignaban a la inevitabilidad del retorno de los dinosaurios al poder, de repente emergió un fuerte y combativo movimiento juvenil que les arruinó la fiesta a los nuevos alquimistas electorales. #YoSoy132 inyectó aire fresco y una sana incertidumbre democrática a las campañas. Los jóvenes también generaron una positiva presión post-electoral a favor de la legalidad y la rendición de cuentas en la actuación del IFE, el Tribunal Electoral y las principales televisoras del país.
Desde entonces el PRI y Peña Nieto han estado a la defensiva, luchando contracorriente para establecer desde el gobierno la legitimidad que no pudieron comprar en las urnas. Así se explica la necesidad de un “Pacto por México” para cooptar a los rivales, la represión contra los jóvenes durante la toma de posesión, la politización de la justicia en el caso de Elba Esther Gordillo, y las constantes conferencias de prensa con escenografías totalitarias para anunciar con bombo y platillo la introducción de viejo vino en odres nuevos.
Fuegos de artificio han sido la tónica de los primeros 100 días de Peña Nieto. La “nueva” estrategia de seguridad pública, la “Cruzada nacional contra el hambre” y las declaraciones patrimoniales de los integrantes del gabinete carentes de información sobre su patrimonio, son apenas tres botones de muestra de la obsesión del nuevo mandatario para engañar desde la pantalla de televisión en lugar de gobernar desde Los Pinos. La fallida reacción a las explosiones en las torres de PEMEX también fue un indicador de las profundas debilidades estructurales que aquejan al gobierno actual.
Los potentados del país también empiezan a movilizar sus recursos como medida profiláctica para cooptar y controlar la movilización social que, tarde o temprano, surgirá de nuevo. Por ejemplo, el pasado 5 de marzo, Lorenzo Servitje publicó un artículo en el Periódico Reforma que llama a construir una nueva “organización de ciudadanas”. El eje central del texto es el contraste que establece entre las personas que “viven en la pobreza” cuya “lucha por la vida los lleva a excesos o actividades negativas” y las personas que tienen “mejor educación” y por lo tanto son personas “responsables” “trabajadoras”, “ordenadas” y “corteses”.
El abierto e indignante clasismo y desprecio por el pueblo mexicano que exhibe el ex-presidente del Grupo Bimbo sin pudor alguno tiene la evidente intención de dividir y domesticar futuras manifestaciones de descontento social. Este nuevo esfuerzo sigue fielmente el guión ya ensayado desde hace tres años con el totalitarismo de la Iniciativa México.
La buena noticia es que las estrategias de “Shock and awe” muestran una efectividad limitada y una duración sumamente corta. Asimismo, los esfuerzos de polarización y división social desde el poder son poco eficaces en el contexto mexicano. Los mexicanos sabemos bien que los potentados, y no los pobres, son quienes más violentan el Estado de derecho. El reciente Latinobarómetro reveló que 60% de la población cree que “los que menos cumplen con la ley” en México son “los ricos” y solamente 22% cree “que se gobierna en bien de todo el pueblo”. Resulta que el pueblo no es tan inconsciente y fácilmente engañado como Televisa quisiera hacernos creer.
El humo de los fuegos artificiales de los primeros 100 días ya empieza a despejarse. Se abre la oportunidad para una nueva movilización popular en defensa del petróleo, a favor de la justicia social y en contra de la manipulación mediática.
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