Decía William Shakespeare: «Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente». No son pocos los que en España están sintiendo el sufrimiento, ya no por la incertidumbre del futuro, sino por la certeza de que la divina providencia no precisamente se ha extendido en el presente inmediato hasta sus hipotecas y hasta carencias propias por la pérdida de sus empleos.
Por Rubén Luengas
Cuando veo la noticia del aumento dramático de suicidios en España, seguramente como consecuencia del desalojo forzado de sus viviendas por falta de pago, en el muy grave contexto de la debacle económica que acongoja a un gran número de familias españolas, viene a mi recuerdo aquella oración que en mi entorno familiar escuchaba cuando niño: «Que la divina providencia se extienda para que nunca nos falte casa, vestido y sustento».
Leo en el diario mexicano La Jornada: «El caso más reciente, el de una madre de 47 años con tres hijas menores de edad que se quemó a lo bonzo en una sucursal de la entidad financiera acreedora». Se trata de una mujer desesperada por la falta de trabajo y una deuda bancaria que le estrujaba el poco presupuesto familiar, que está en estado crítico con quemaduras en 50% de su cuerpo.
Decía William Shakespeare: «Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente». No son pocos los que en España están sintiendo el sufrimiento, ya no por la incertidumbre del futuro, sino por la certeza de que la divina providencia no precisamente se ha extendido en el presente inmediato hasta sus hipotecas y hasta carencias propias por la pérdida de sus empleos.
Según datos de la organización Stop Desahucios, el 34% de los suicidios en España estarían siendo causados por la expulsión de la gente de sus viviendas teniendo como resultado, entre muchas otras consecuencias, algo que también se ha dado dolorosamente aquí en Estados Unidos y es la ironía de la existencia de casas vacías sin gente y gente sin casas que literalmente en muchos casos se quedó en la calle, vacías de esperanza ante una situación cuya culpa no puede ser endosada a las víctimas de una realidad gestada en prácticas depredadoras que se alimentan de avaricia en los poderosos círculos de poder político, bancario y financiero.
Es el retrato lúgubre de esta España actual, conducida al desastre por la clase política en gobiernos con diferentes membretes partidistas e ideológicos, pero que en la práctica se sometieron a los mandatos de los amos de la globalización del desahucio. Poetas como Federico Garcia Lorca, quien según comentaristas literarios podría definirse mejor como el poeta de los oprimidos y no como el poeta de Andalucía, tendría mucho de qué escribir sobre la desesperanza y el desasosiego, realidades que logró cristalizar en palabras de manera sublime. Muchos españoles hoy, diría Lorca, «lloran zumos de limón», aludiendo a una gran amargura o lo que refiere para los gitanos en su «Romancero Gitano» como una «madrugada remota», señalando hacia una esperanza tan lejana que se torna inalcanzable.
El suicidio constituye hoy la primera causa de muerte violenta en España, por delante de los accidentes de tráfico según datos que publica Wikipedia. Tan solo en el año 2010, España alcanzó la cifra de 3.145 suicidios.
El lado siniestro del capitalismo
El psicólogo, docente e investigador de la Universidad Diego Portales, Patricio Rojas, indica que desde un punto de vista clínico, habría que distinguir tres fenómenos distintos: «Primero, la ideación suicida, es decir, la existencia de ideas repetitivas e intrusivas para el individuo, que tienen como contenido fantasías sobre la propia muerte, el deseo de morir, los escenarios, circunstancias y herramientas para consumar tal hecho. En segundo lugar, se habla de parasuicidio cuando un sujeto consume conductas de daño a sí mismo, como cortes en las muñecas, sin que la muerte se consume. Finalmente, el suicidio propiamente tal es cuando el sujeto muere como consecuencia del logro de su acto».
En ese sentido, quitarse la vida es el último paso de un insoportable proceso de duelo, de admitir la respuesta más radical, siendo además un fenómeno muy difícil de interrogar (no hay posibilidad de preguntarle a la víctima sus motivos). En la tradición cristiana, el suicidio es considerado como algo malévolo. En varios países las leyes tipifican como delito facilitar o ayudar la consumación de un suicidio. También ha sido expuesto de distintas formas: mientras la prensa alemana trata al suicidio como una problemática de salud mental, los periodistas húngaros lo trataban como un hecho de esencia romántica.
Según lo postulado por el sociólogo francés Emile Durkheim, la unidad y bienestar de una sociedad se explica por la existencia de valores y tradiciones comunes. La pérdida de estos valores o su rechazo provoca alienación, que el individuo se margine. De esta manera, lo predispone al suicidio, que es un acto consciente de su resultado y por tanto de su efecto colectivo.
En este sentido, hay una correlación importante entre las tasas de suicidios y el nivel de estrés en que las personas viven actualmente. Por las características propias del neoliberalismo económico, se acrecienta el individualismo, el preocuparse nada más de uno mismo y no de lo que le pasa a los demás, a los parientes, a los vecinos. Al mismo tiempo, los ciudadanos deben acceder a numerosos créditos para acceder a bienes y otros medios competitivos, lo que cambia su relación con su trabajo, ya que terminan laborando sólo para pagar deudas, en un círculo vicioso y frustrante.
Fotografía por Rubén Luengas
Extractos de este artículo extraídos del reportaje de revista «El Fracaso».