Las encuestas dicen que es favorita, que ningún candidato del oficialismo ni de la oposición le llega a los talones. Otros dicen derechamente que es la única y última esperanza de la Concertación (conglomerado que gobernó Chile durante 1990 hasta 2006) de volver al poder que perdieron contra la derecha (Alianza por Chile) y el actual presidente Sebastián Piñera.
Colaboración de revista El Fracaso, de Chile.
El guión estaba cantado hace meses, sino años. Michelle Bachelet renunció a su cargo en la ONU, se subió a un avión de vuelta a Chile, donde fue recibida con jolgorio por simpatizantes y dirigentes, y luego anunció su candidatura presidencial.
“Estoy aquí frente a ustedes cumpliendo mi promesa. Aquí estoy junto a ustedes dispuesta a asumir este desafío, que es personal pero sobre todo es colectivo. Con alegría, con determinación y con mucha humildad, he tomado la decisión de ser candidata”, dijo Bachelet en un acto cultural en la capital de Santiago, ante cientos de fervientes adherentes.
Las encuestas dicen que es favorita, que ningún candidato del oficialismo ni de la oposición le llega a los talones. Otros dicen derechamente que es la única y última esperanza de la Concertación (conglomerado que gobernó Chile durante 1990 hasta 2006) de volver al poder que perdieron contra la derecha (Alianza por Chile) y el actual presidente Sebastián Piñera.
Todo es cierto, hasta cierto punto, porque el problema no es Michelle Bachelet, sino todo lo que le rodea: un conglomerado opositor con decepcionante apoyo popular, un actual gobierno con cifras macroeconómicas mejores que las de su anterior administración, una serie de movimientos sociales, estudiantiles, sindicales, ecologistas e indígenas que tiene en aprietos a la clase política, en fin, una serie de preguntas que requieren respuestas, palabras que hasta ahora no han salido de la boca de la ex mandataria.
Su círculo íntimo se ha manejado con extrema precaución. La ahora confirmada candidata presidencial no ha emitido ningún juicio importante sobre la problemática educacional, sobre el cierre de universidades que lucraban (a pesar de que por ley no pueden tener utilidades), situación que se sabía y amparaba durante su gobierno.
Bachelet no ha dicho nada sobre el conflicto chileno-mapuche, donde según los cables de Wikileaks, ella pidió al FBI estadounidense que investigara a los indígenas chilenos. La ex-mandataria tampoco ha resuelto su posición respecto a un cambio de Constitución, que muchos movimientos sociales suscriben, puesto que la actual carta magna fue redactada durante la dictadura de Augusto Pinochet.
Y por sobre todo, Michele Bachelet debe definir quién integrará su campaña y su potencial gobierno, si decide incorporar a los mismos dirigentes de antaño, o bien a tecnócratas neoliberales, caídos todos en una profunda sombra de desaprobación popular, o si en cambio decide ampliar los espacios para otro tipo de liderazgos, especialmente hacia la izquierda que no forma parte de la Concertación.
Pero hasta ahora nada se sabe, porque Bachelet llegó al país como un Mesías, pero una salvadora sin mensaje, sin religión, sin un código, sin un programa ni una brújula, simplemente apostando por el carisma, por el rostro, por la calidad de ser una mujer articulada y de prestigio. Un simple culto a la personalidad.
Hugo Espinoza / Redacción «Entre Noticias»
Crédito foto: solo-opiniones.com
