¿La inserción de la mujer en el territorio laboral internacional es realmente un empoderamiento del género o sólo han cambiado sus roles?.
Por Gabriela Rosas
El modelo de acumulación capitalista contemporáneo, impuesto a mediados de la década de los 70 del pasado siglo, ha traído aparejada la flexibilización del proceso productivo y del mercado laboral a nivel internacional. Una de las principales consecuencias de este último hecho ha sido el crecimiento inusitado de los flujos migratorios con fines laborales a lo largo y ancho del planeta de millones de trabajadoras y trabajadores originarios de países pobres, que se desplazan hacia los centros económicos localizados en países o regiones que han alcanzado un alto desarrollo.
Saskia Sassen ha definido a estos centros económicos como “capitales globales” (Sassen 2002 y 2007), ejemplo de ellas son las ciudades de Nueva York, París, Londres, Tokio y México. La flexibilización del mercado de trabajo ha implicado su fuerte polarización: en la cúspide se ubican trabajadores con altos niveles de calificación, que desempeñan empleos en empresas con fuertes componentes tecnológicos, que reciben altos salarios y que demandan una serie de servicios realizados por quienes se encuentran en la base del mercado laboral, en su mayoría, trabajadores que provienen de regiones pobres, muchos de ellos inmigrantes, hombres y mujeres jóvenes (en edad productiva y reproductiva) que desempeñan empleos para los cuales se requieren escasas calificaciones, y que se realizan en un contexto de total precariedad laboral.
Desde 1980 aproximadamente han proliferado investigaciones que dan cuenta del cambio del perfil sociodemográfico de las y los migrantes, destacando la presencia de indígenas, grupos familiares y mujeres, principalmente. Tales son todos los casos documentados de las mujeres jornaleras mexicanas en Estados Unidos y Canadá, las polacas, rumanas, marroquíes o sudamericanas (principalmente ecuatorianas y colombianas) en Francia y España, las turcas y ecuatorianas en Alemania y las indígenas (casos de migración interna) y centroamericanas en México, por mencionar solo algunos.
Ahora bien este incremento de la participación de las mujeres en el fenómeno migratorio ha sido analizado desde diversas aristas, algunos abordajes desde la perspectiva de género han señalado que la participación ha generado independencia, autonomía y un “supuesto empoderamiento” de las mujeres, derivado de su incorporación a los flujos migratorios y al mercado de trabajo asalariado, logrando con ello su reposicionamiento tanto a nivel comunal como familiar.
En cambio, otros estudios han planteado que el incremento de la participación de las mujeres en el mercado de trabajo es resultado del desmantelamiento del Estado de Bienestar, lo que ha propiciado que muchos de los servicios que en el pasado eran brindados por el Estado sean realizados en la actualidad por mujeres, además de que el capitalismo ha tenido la pericia de refuncionalizar los patrones tradicionales de división del trabajo que ponderan “la naturaleza fina” de las mujeres, generando nichos laborales feminizados en los cuales no tienen cabida los varones, ejemplo son el trabajo doméstico, el cuidado de infantes, personas enfermas y ancianos y ancianas, el mantenimiento de hoteles y restaurantes, las labores “minuciosas” en maquiladoras textiles, invernaderos y empacadoras. Características de estos nichos laborales son sus bajos salarios, carencia de prestaciones y seguridad social, y la nula posibilidad de movilidad laboral ascendente.
Por lo que acaso valga la pena hacernos varias preguntas como: ¿cuáles son las condiciones estructurales que han lanzado a las mujeres al mundo laboral extra-doméstico, transnacional y multilocal?, ¿Cuáles son los costos materiales y emocionales que esta inserción ha traído para las mujeres?, ¿Es posible pensar que su condición de asalariadas ha generado cambios en sus relaciones de género? Y finalmente: ¿en verdad la incorporación a los flujos migratorios y al mercado de trabajo asalariado puede ser entendida como un éxito dirimido en la arena de la lucha entre los sexos?
Tal vez simplemente estamos frente a un escenario en el que las diferencias de clase, etnia, lengua, estatus migratorio y género abonan a una incorporación precaria al mercado de trabajo. O tal vez no.
¿Y ustedes… qué piensan?
Es indudable que para algunas mujeres el trabajar es motivo de orgullo personal, hablando de una primer ministro, senadora, empresaria, etc. pero para muchas otras que nos vemos en la obligacion y necesidad de sacrificar todo por unos pocos pesos, dolares o cualquiera que sea la moneda, es mas una forma de esclavitud que una igualdad de sexos, desde el momento que a una mujer se le sigue pagando mucho menos que al hombre por el mismo trabajo y que le cobran mas a una mujer por limpiarle una blusa igual a una camisa…Donde quedo la igualdad???