Frente a él, unos 600 refugiados tratan de pasar las horas como pueden, aguardando el tren que los saque de allí y los lleve a una nueva escala en su viaje a la “tierra prometida”, cuenta el diario The Chronikler.
Rami estudio música en la ciudad siria de Homs. Sus compañeros lo alientan para que empiece a tocar. Tímido, el joven piensa, hasta que finalmente toma coraje y empieza la magia. Rami les proporciona un poco de paz a los cientos de refugiados desesperanzados con el Himno a la Alegría de Ludwig van Beethoven, el compositor que creó esa bella música inmortal desde la fuerza indomable de su espíritu, a pesar de su sordera.
Cuenta el citado medio, que cuando Rami comenzó a tocar el violín, la melodía era tenue, pero de inmediato los refugiados detuvieron sus charlas. Hasta los guardias se sorprendieron. Conocían la melodía. Seguramente alguna vez habían escuchado el Himno a la Alegría. Los ahí reunidos aplaudieron, tal vez sin saber que el autor de esas maravillosas notas, Beethoven, había dicho estas palabras: «Me apoderaré del destino agarrándolo por el cuello. No me dominará»
Luego de finalizar el Himno a la Alegría , Rami interpretó una melodía tradicional siria. Sus amigos, todos originarios de Homs, una ciudad devastada por la guerra, empezaron a cantar. Todo terminó en emoción. Mujeres, hombres y niños, por un momento, sintieron el milagro de esperanza que les obsequió ese lenguaje universal que no tiene banderas ni fronteras: la música.
Fue así como los desterrados de esta tierra, los golpeados por nuestra deshumanización galopante, no sólo por la tristemente célebre reportera húngara o el anticristiano obispo húngaro, también tristemente célebre, hallaron quizá sólo durante el tiempo que duró la música, un sentido renovado a su existencia.
«El que escucha música siente que su soledad, de repente, se puebla».
Robert Browning
Rubén Luengas/ Entre Noticias