Por Rubén Luengas
«Hay desapariciones de personas en la mayor parte del país», publicaron diarios mexicanos el viernes pasado.
«En un documento enviado a través de la Secretaría de Gobernación (SG) a todas las entidades federativas, se afirma que esta problemática se deriva de la ola de violencia que ha padecido México de 2007 a la fecha, lapso en el que las cifras de personas desaparecidas han aumentado en toda la República», describió en su nota el diario La Jornada.
Por razones familiares, me quedé en México más tiempo de lo planeado tras las celebraciones de fin de año, preguntándome constantemente sobre las causas de fondo del mal inconmensurable que mexicanos infligen cotidianamente a otros mexicanos. ¿De dónde surge este mal y por qué?
La Organización Mundial de la Salud (OMS) define la violencia como “el uso intencional de la fuerza o el poder físico (de hecho o como amenaza) contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas posibilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones».
Una nota del año pasado publicada en el diario Excelsior, señaló a México como «el país más letal para los jóvenes» en América Latina.
«El asesinato de adolescentes de 15 a 19 años alcanzó una tasa de 95.6 muertes por cada 100 mil jóvenes mexicanos, de acuerdo con un reciente análisis estadístico de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales».
Podría llenar no se cuántas páginas citando ejemplos del mal que agobia a la sociedad mexicana, en la que identifico cada vez que vengo a México, mucho miedo y desconfianza de unos hacia otros.
Me decía una señora en una galería del barrio de San Ángel, en Ciudad de México, que «se quiere destruir intencionalmente el tejido social en el país para que los mexicanos respondamos principalmente a las motivaciones individualistas y egoístas de la globalización». Tenía justo entre mis manos un libro escrito por Rüdiger Safranski, «El mal, o El drama de la libertad», cuyas primeras lineas del prólogo comparto con ustedes:
«No hace falta recurrir al diablo para entender el mal. El mal pertenece al drama de la libertad humana. Es el precio de la libertad. El hombre no se reduce al nivel de la naturaleza, es el “animal no fijado”, usando una expresión de Nietzsche. La conciencia hace que el hombre se precipite en el tiempo: en un pasado opresivo; en un presente huidizo; en un futuro que puede convertirse en bastidor amenazante y capaz de despertar la preocupación. Todo sería más sencillo si la conciencia fuera simplemente ser consciente. Pero ésta se desgaja, se erige con libertad ante un horizonte de posibilidades. La conciencia puede trascender la realidad actual y descubrir una nada vertiginosa, o bien un deshacerse de la sospecha de que posiblemente esta nada y Dios sean la misma cosa. En cualquier caso, un ser que dice “no” y que conoce la experiencia de la nada puede elegir también la aniquilación. En relación con esta situación precaria del hombre, la tradición filosófica habla de una “falta de ser”. Las religiones nacen sin duda de la experiencia de esta deficiencia. La sabiduría que puede hallarse en ellas consiste en representarse la imagen de un Dios que exonera a los hombres de tener que ser unos para otros el horizonte entero y último. Los hombres pueden dejar de recriminarse recíprocamente por su falta de ser y de responsabilidad entre sí por sentirse extraños en el mundo»…
Sofocante estar en mi país y escuchar tantos relatos de corrupción, crimen, abusos e impunidad; en un sistema masivo de comunicación, caracterizado en lo general, por el hundimiento de valores sociales, morales, estéticos y políticos.
Escribo esto mientras en México se ha llevado a cabo con total cinismo e impunidad la destrucción de más del 90% de las 57 hectáreas del manglar de Tajamar en Cancún, causando la muerte de cientos de cangrejos, iguanas y ardillas entre otro animales. Dicha devastación ha sido calificada de «legal» por parte de las autoridades locales y federales: «El Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur) aseguró que ha cumplido con los todos los requerimientos ambientales provistos por la ley durante la ejecución de obras en el Malecón Tajamar, ubicado en el municipio de Benito Juárez (Cancún) en Quintana Roo.
Es una ilusión óptica de la conciencia experimentarse así mismo como algo separado de todo lo demás, escribió Albert Einstein:
«Un ser humano es una parte del todo que llamamos ‘universo’, una parte limitada en el tiempo y el espacio. Se experimenta así mismo, con sus pensamientos y sentimientos, como algo separado de todo lo demás, lo cual constituye una ilusión óptica de su conciencia. Esta ilusión es para nosotros una suerte de prisión, que limita nuestras aspiraciones e inclinaciones a unas pocas personas cercanas a nosotros. Es tarea nuestra liberarnos de esta prisión».
Leía lo anterior en la página 53 del libro de Rüdiger Safranski, frente a la Plaza de San Jacinto, pensando en México y en los mexicanos; familiares, amigos y conocidos, que dejé de frecuentar cotidianamente cuando en el año 2000 me mudé a Los Ángeles, California.
Me acompañaba un vino Malbec, de vigorosa expresión frutal, cuando pensé que debiera recomendarles este libro que explora sobre las causas del mal, entendiendo que, «a través de la maleza de las opiniones nos abrimos el camino hacia la comprensión de los asuntos humanos. No podemos abandonar el mundo de las opiniones, sólo podemos purificarlo».
Rubén Luengas/ Entre Noticias