Gráfico: The New Yorker
«Tanto el periódico The Guardian, el año pasado, como la revista The New Yorker más recientemente, han publicado sobre cómo las autoridades escolares están siendo entrenadas como interrogadores para buscar la obtención de “confesiones” en relación a “crímenes” que muy a menudo resultan ser no más que “ofensas menores” ocurridas en el patio de recreo o insubordinaciones propias de la edad y la evolución normal hacia la madurez de los adolescentes.»
Por Rubén Luengas
Me impactó profundamente leer el encabezado de un artículo que se pregunta: ¿Por qué educadores en las escuelas están siendo entrenados en técnicas de interrogación coercitiva?
El texto de Kali Holloway reflexiona: “Con educadores siendo capacitados sobre cómo extraer confesiones de los estudiantes, el vínculo entre la escuela y la prisión se estrecha más cada día”.
Alarmante es ya de entrada el hecho de que Estados Unidos sea el líder mundial absoluto de encarcelamientos, con alrededor de 2.2 millones de personas en prisión habiendo registrado un incremento del 500% durante las últimas tres décadas. Incremento relacionado intrínsecamente con las drogas y las penas impuestas a los delitos vinculados al uso, tráfico y hasta el comercio al menudeo de estupefacientes, obteniendo como resultando un porcentaje del 46% de encarcelamientos relacionados con la droga, pero dentro de un contexto en el que el perfil racial de los encarcelados fue determinante en el origen o en algún determinado punto del proceso que tiene como desenlace la pérdida de la libertad.
Además de los 2.2 millones de personas en prisión, el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ por sus siglas en inglés), reporta que hay otros 4.5 millones personas en lo que en inglés se conoce como “Probation y Parole”.
Probation es cuando a una persona que ha sido condenada se le conmuta la pena de prisión y se le otorga “libertad condicional”; mientras que Parole, es “libertad bajo palabra”, otorgada a una persona que habiendo sido condenada y pasado ya un determinado tiempo en la cárcel, se le permite salir antes del tiempo establecido para el cumplimiento de su condena.
Estamos hablando entonces, junto a los que viven en prisión, de un universo de casi 7 millones de personas, uno de cada 35 adultos estadounidenses, sin el goce de su libertad plena. Siendo pobres, negros y latinos la mayoría de los protagonistas de este drama.
Dentro de ese contexto y al del advenimiento de un “estado policiaco” de la sociedad norteamericana en su conjunto, al que apelan explícitamente los precandidatos republicanos a la presidencia y que incluye ya en los hechos el aumento de la presencia de policías que vigilan lo que pasa en los salones de clase de las escuelas de los Estados Unidos, el artículo de Holloway al que me referí al principio, describe el surgimiento de una nueva figura extremadamente preocupante. La figura del “educador-interrogador”.
Tanto el periódico The Guardian, el año pasado, como la revista The New Yorker más recientemente, han publicado sobre cómo las autoridades escolares están siendo entrenadas como interrogadores para buscar la obtención de “confesiones” en relación a “crímenes” que muy a menudo resultan ser no más que “ofensas menores” ocurridas en el patio de recreo o insubordinaciones propias de la edad y la evolución normal hacia la madurez de los adolescentes.
“La instrucción en las artes de la interrogación”, es proporcionada por John E. Reid y Asociados. Una firma global de capacitación para el interrogatorio que tiene contratos con diferentes departamentos de policía, divisiones de fuerzas armadas y compañías de seguridad en todo el país.
De acuerdo con The New Yorker, dicha empresa ha enseñado al personal escolar su técnica patentada de interrogación “Reid Technique”, a cientos de administradores escolares en ocho estados. Dicha técnica podría causar, dice The New Yorker, que un número creciente de estudiantes se vieran orillados a admitir algo, aún no teniendo nada que confesar en realidad o provocar también que testigos impliquen falsamente a personas inocentes a partir de la aplicación de tres partes básicas del procedimiento: un primer componente de investigación para reunir evidencias; un análisis de comportamiento, que incluye entrevistar al sospechoso para determinar si ella o él está mintiendo y un interrogatorio no violento, pero psicológicamente riguroso, de nueve pasos para, según el manual de la empresa John E. Reid y Asociados: “obtener una admisión de culpabilidad”.
Extremadamente grave resulta el hecho de que la capacitación en tácticas de interrogación en las escuelas, no sólo estén convirtiendo a las autoridades escolares en oficiales de policía y a las escuelas en extensiones de fiscalías o de ministerios públicos, sino que se conduzca con ello a la sociedad estadounidense en su conjunto hacia su muerte espiritual, donde reine la cultura de la desconfianza y la sospecha generalizadas. Bien dice Kali Holloway que esta intromisión policiaca en las escuelas, viene a “garantizar que la primera lección que los niños aprendan en las escuelas sea una, enraizada en el miedo”; pero me atrevo a ir más a fondo todavía. Antes de la aplicación de estas medidas orwellianas en las escuelas ya el educador estadounidense John Taylor Gatto había desenmascarado el papel de la escuela como la base de una renovada religiosidad laica, “diseñada para apuntalar un orden social jerarquizado, hecho a la medida del poder político y de la gran empresa”. Un orden social que resulta incompatible con la idea de un sistema escolar comprometido con la formación de personas solidarias, responsables, gozosas, independientes, capaces de analizar y de atreverse a pensar críticamente, en el mejor sentido de la palabra “critica”, que tiene mucho más que ver con construir que con destruir y con la difícil tarea de hacer la realidad más inteligible.
Para John Taylor Gatto, las escuelas están diseñadas para producir, a través de la aplicación de diferentes formulas, seres humanos estandarizados cuyo comportamiento pueda ser predecible y controlado. Por encima de muchas otras consideraciones, dice Taylor Gatto, las escuela debieran ser espacios de experiencias que ayuden a que los alumnos sean personas libres y felices, y no centros de adiestramiento para la sumisión y la obediencia ciega.
La crítica de Gatto se centra ciertamente en su experiencia como maestro durante casi 30 años dentro del modelo educativo estadounidense pero siendo sin duda extrapolable a prácticamente todo el mundo, porque son los criterios de ese modelo los que imperan en el sistema globalizado en que vivimos.
Sin el advenimiento de esta nueva figura de, “educador-interrogador”, en el espectro escolar estadounidense, los niños ya eran de por sí, como en todo el mundo, enseñados al rendimiento de su individualidad ante “un comando predestinado de mando”, según palabras de Gatto. Imaginemos entonces lo que ahora, ante el resurgimiento de tensiones raciales, de una creciente brecha entre clases sociales, de tensiones políticas, económicas, religiosas, en plena era de la renovada paranoia inducida ante la amenaza real o fabricada de las siniestras y asesinas actividades terroristas, representa y significa para la formación de niños en las aulas y para el contexto social en que se da dicha formación, la extensión de los criterios y las tácticas coercitivo- policiaco-militares, justo al sitio mismo donde las personas pasan una gran parte de sus vidas en años determinantes y cruciales como resulta ser la escuela.
Vuelvo a Taylor Gatto para ahondar en su crítica a la institución escolar como el reflejo de una crisis social de mayor alcance y mucho antes de la aparición de este nuevo engendro: “educador-interrogador”. Según Gatto la escuela es un sitio que escolariza con éxito sin que eso signifique que la escuela eduque.
“Los niños a los que enseño – dijo en un discurso en 2009 Taylor Gatto – tienen un pobre sentido del futuro, de como el mañana está indefectiblemente unido al presente. Como dije antes, viven en un presente continuo, el preciso momento en el que se encuentran es el límite de su conciencia”.
“Los niños a los que enseño son ahistóricos, no tienen conciencia de cómo el pasado ha dado forma a su propio presente, limitando sus elecciones, moldeando sus valores y sus vidas”.
Tras seguir desde hace algunos años el pensamiento y los testimonios de John Taylor Gatto, tengo la convicción de que Estados Unidos requiere con urgencia de una discusión intensa sobre lo que debiera entenderse por educación, en una sociedad que mide el éxito según la capacidad de consumo y endeudamiento de la gente, para decidir qué es lo que se quiere que los niños aprendan y para qué. Discusión que sólo podría darse si se luchara al mismo tiempo por la democratización de la “democracia” estadounidense, lo que implicaría la concreción de una auténtica revolución política como la que ha venido proponiendo el precandidato demócrata a la presidencia Bernie Sanders.
No se necesitan “educadores-interrogadores” en las escuelas que fortalezcan esquemas de miedo, paranoia y de sistemas de control social en tiempos de grave turbulencia, sino un cambio generalizado de valores en el que la educación sea un proceso de transformación creativa hacia un nuevo estado de conciencia ante lo inmediato, lo nacional y lo global. El tema debiera estarse ventilando en los principales medios de comunicación del país con carácter de urgencia, sin embargo ha quedado relegado.
Mientras precandidatos como Trump y Cruz siguen demostrando que los inmigrantes indocumentados y los musulmanes siguen siendo sus preferidos chivos expiatorios, y la llamada «candidata del establishment» por parte de los demócratas, Hillary Clinton pierde la compostura cuando le cuestionan legítimamente sobre sumas de dinero recibidas de manos de la industria de los combustibles fósiles, temas tan graves como el de la realización de interrogatorios coercitivos en las escuelas, ni siquiera se mencionan en los diferentes actos de proselitismo político.
La irrupción de la empresa John E. Reid y Asociados en las escuelas de los Estados Unidos, el entrenador en técnicas de interrogación más grande del mundo, constituye una derrota moral y cultural para la sociedad de un país que se ha convertido en el escaparate de la mafia corporativa que verdaderamente lo gobierna.
Artículo originalmente publicado en: El Socialista Digital