Por Hugo Espinoza
La reciente carrera presidencial en Estados Unidos ha revelado profundos procesos de transformación interna de los principales partidos políticos. Tanto Sanders como Trump representan las antípodas de un revitalizado electorado que desafía las estructuras tradicionales del poder.
Después de duros meses de contienda, parece ser que la candidatura de Bernie Sanders finalmente bajará la bandera durante los próximos días, luego de la derrota en los comicios de California. Con ello se acaba el proceso de primarias de los dos principales partidos políticos, dando paso a la tierra derecha donde se enfrentarán Hillary Clinton contra Donald Trump, dos millonarios que alguna vez fueron íntimos amigos.
No obstante, tanto las primarias demócratas como republicanas han dejado cenizas recalcitrantes, que impiden que estos nominados presidenciales puedan contar con el irrestricto y amplio apoyo de sus bases. Al mismo tiempo, estos cismas develan un profundo proceso de transformación interna en los dos principales partidos políticos del país, y podrían dar luces de cómo el electorado estadounidense puede comportarse durante los próximos años.
Trump, un mensajero básico pero efectivo
En el caso de Trump, su victoria ha removido los pilares conservadores en los que se sustentaba el poder de la élite del Partido Republicano. El magnate neoyorquino no solamente rechaza los tratados de libre comercio que los neoliberales han abrazado por tantas décadas, sino que también ha manifestado su desacuerdo con el amplio intervencionismo estadounidense en el Medio Oriente. Adicionalmente, su actitud beligerante contra las minorías étnicas y raciales lo ha distanciado con los dirigentes y donantes tradicionales del bloque republicano, quienes sienten que el nombre de Trump como abanderado presidencial perjudica sus posibilidades en comicios legislativos locales.
De todas formas, contra todo pronóstico de las mismas élites partidistas, Trump cuenta con el masivo apoyo electoral que le ha otorgado la nominación presidencial. En sus mítines se aglomeran miles de Anglos de bajo estrato social y educación. Su mensaje es simple: el país está en ruinas, por culpa de los políticos (del establishment) y de los inmigrantes.
La potencial construcción de un muro en la frontera austral del país se ajusta plenamente a esa noción nativista que es central de su candidatura, pues sienta un límite, tangible y sólido, entre el “nosotros” (estadounidense caucásico) y los “otros” (países subdesarrollados que han acaparado la manufactura y por ende quitado el trabajo a estadounidenses). La fortaleza de este mensaje subyace en su universalidad, puesto que se instala más allá de los temas sociales que generalmente han dividido las aguas entre republicanos y demócratas (derechos reproductivos, matrimonio homosexual), sentando el tema económico como el principal tópico de campaña.
El problema de confiabilidad de Clinton
En la vereda opuesta, lo que hace unos meses parecía una carrera ya sentenciada a favor de Hillary Clinton, terminó en una aguda batalla que provocó una ruptura en los votantes demócratas. La candidatura de Bernie Sanders desafió a todo el establishment del partido y contra viento y marea logró instalar temáticas y posturas que tambalearon a la ex primera dama.
Sanders logró montar una campaña financiada en su integridad mediante pequeñas donaciones, que promediaban los 27 dólares por persona, al contrario de Clinton que sustentó su campaña en donaciones de millonarios y de corporaciones, incluyendo cenas donde cada comensal debía pagar miles de dólares para participar en los elitistas eventos. El senador por Vermont también enfrentó la apatía de los medios de comunicación corporativos, que ignoraron la masiva asistencia a sus actos de campaña. Asimismo, Sanders nunca contó con la venia de los dirigentes demócratas, cuyos súper-delegados favorecieron a Clinton en amplios márgenes, incluyendo al presidente Obama que nunca ocultó su preferencia por su ex secretaria de Estado.
El resultado fue devastador para Clinton. Para muchos votantes progresistas y especialmente para los votantes independientes, la candidatura de la ex primera dama representa justamente el poder corporativo en contra de la voluntad popular. Lamentablemente para las aspiraciones de la nominada demócrata, los millones de dólares que los banqueros de Wall Street han puesto en sus bolsillos (mediante charlas pagadas) han mermado la confiabilidad de las bases, quienes no ven en Hillary Clinton a una aliada que pudiera reformar el sistema financiero.
Tanto así, que la campaña de Clinton se ha enfocado durante las últimas semanas en atacar las posturas xenófobas de Donald Trump. En el fondo, su principal mensaje de campaña es ser una alternativa a Trump, lo cual es sumamente peligroso considerando que los comicios presidenciales son voluntarios, y que la gente debe sentir la pasión suficiente para salir de sus casas, hacer una fila y votar por un candidato en el cual depositen su confianza, como otorgando un cheque en blanco cada cuatro años. Hasta ahora ambos candidatos sufren de un amplio rechazo entre la población, y pareciera ser que justamente aquel que logre organizar mejor a las desunidas bases de su conglomerado político será quien llegue a la Casa Blanca.
Por H. Espinoza, Entre Noticias.