Por Alberto Vila
La confusión real que se impone cuando se escuchan u observan presuntos debates o tertulias radiales y televisivas consiste en no distinguir entre periodismo y propaganda. Entre verdad y mentira. El periodismo tiene como fin ético buscar la verdad al presentar hechos verificables, inclusive desde diferentes puntos de vista. La propaganda, en cambio, sólo procura imponer “su verdad”. No admite alternativas. Es pura manipulación.
En los sistemas democráticos sobreestimamos la importancia de la educación para promover la racionalidad. Se cree que “estar sobre aviso” es estar protegido. Pero los intentos de cambiar las opiniones de los demás sin, o con, el uso de la violencia es más antiguo que la historia escrita. Surgieron con el lenguaje. Del lenguaje procedía la capacidad de manipular o de persuadir a la gente sin necesidad de recurrir a la fuerza física. Por tanto, los pensamientos se crean y modifican fundamentalmente a través de la palabra hablada o escrita. de forma que, aunque en el llamado “lavado de cerebro” las palabras pueden ser suplidas por malos tratos físicos y en la publicidad comercial por música o imágenes agradables, es evidente que las principales armas en la batalla por el relato son de naturaleza verbal. Y los resultados perseguidos son de índole psicológico. Los sujetos están bajo el efecto de la lluvia mediática que hace germinar y “propagar” los pensamientos “apropiados”.
En una era de ideologías en conflicto, cuando se está sometiendo a naciones enteras a la persuasión de grupo a través de los nuevos medios de comunicación social y de las nuevas técnicas. En donde los movimientos de masas están siendo dirigidos por demagogos, con el respaldo de importantes grupos de prensa, es importante llegar a saber hasta qué punto resiste la mente humana y en qué punto cede. Hasta qué punto es posible producir un cambio auténtico en la forma de pensar individual o de grupo. Los medios empleados con ese fin, incluidas las redes sociales, son cada vez más sofisticados. Es decir, si el periodismo busca descubrir la verdad, lo que se proponen los propagandistas es ocultarla.
El Diccionario de Oxford define “propaganda” como “una asociación o plan para propagar una doctrina o práctica”. La palabra proviene del latín “propagare”, verbo que describe la práctica del jardinero que mete en tierra los esquejes frescos de una planta para multiplicarla. Por ello, un significado del término, cuando fue por primera vez utilizado en su sentido sociológico por la Iglesia Católica, implicaba que la difusión de ideas por este sistema no era algo que se hubiese producido espontáneamente, sino más bien una forma de generación por cultivo o artificial. En el año 1633, el papa Urbano VIII fundaba la “Congregatio de Propaganda Fide”, conocida también por “La Congregación de Propaganda” o simplemente por “La Propaganda”: un comité de cardenales que tenía a su cargo, y que toda vía tiene, las misiones de la Iglesia en el extranjero. Como es natural, se consideraba que aquello era un proceso benéfico que intentaba sacar los paganos de las tinieblas mediante la predicación y el ejemplo, y sí era artificial o cultivado lo era tan sólo en el sentido de que, sin una intervención desde el exterior, estos pueblos nunca hubiesen conocido el cristianismo.
Este sentimiento ambivalente de que la propaganda es algo taimado, desagradable y frecuentemente estúpido y a la vez, sin embargo, un arma de poder devastador para “llegar” a la gente con o sin su consentimiento, tiene unas raíces mucho más profundas. Abarca la religión, la economía, la política, la educación, es decir, todo el control del pensamiento. No da alternativas. No ofrece argumentos. Sólo impone el llamado “pensamiento único”.
Se entiende así la definición de propaganda, aplicándola a cualquier plan para propagar una doctrina o práctica ,o para influir en la creación de actitudes emocionales de los otros. En la propaganda de guerra lo único que intenta él propagandista es suscitar fuertes emociones de odio, aprobación o codicia. La argumentación racional y desapasionada no es propaganda, aunque algunos pensamientos se modifiquen en él proceso. El propagandista no entra en una argumentación genuina, porque tiene determinadas sus respuestas por adelantado. No acepta alternativas. Véase el discurso de la ultraderecha.
Toda propaganda intenta cambiar las mentes. En cambio, en el periodismo verdadero, se procura que los individuos no caigan en las trampas de la propaganda. Aunque, esto último, resulte a menudo infructuoso.
Las personas que están en los medios de comunicación son, en su mayoría, propagandistas en nómina de los poderes fácticos. No procuran la verdad.
No te dejes engañar.
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