Por Daniel Espinosa Winder
El mundo rico reabrirá sus puertas muy pronto y las principales ciudades del planeta renacerán triunfantes: volverán la cultura, los conciertos, el deporte-espectáculo y la reunión social, reabrirán el pub y la discoteca (las bibliotecas nunca dejaron de ser un lugar seguro). Si no forma parte de ese selecto mundo, no se preocupe, usted podrá acceder a él –de vez en cuando y de manera temporal– si saca su pasaporte biológico.
El pasaporte Covid o “pase verde” –como ha sido bautizado en Israel, especialista en control de poblaciones–, le permitirá volar dentro y fuera de su país en modernos aviones, comprar en lujosos centros comerciales y hasta trabajar para grandes corporaciones trasnacionales. Irá adjunto a su currículum vitae.
El precio del flamante pase biológico –temporal ya que deberá actualizarse constantemente debido a las peligrosas variantes del virus– es una ganga. Solo pagará por sus respectivos análisis y por la producción de la documentación física o virtual que deberá mostrar en los múltiples puntos de control –ya sabe, supermercados, cines y estaciones de buses–, y claro, deberá renunciar a cualquier (anticuado) deseo de privacidad, convirtiendo su cuerpo en un libro abierto para el Estado y las corporaciones privadas que, ¡gracias a Dios!, nos están asistiendo en este duro momento para la humanidad. La modernidad así lo exige.
Por supuesto, los cínicos y los “conspiranoicos” sugerirán que es al revés, que el Estado ha devenido en el asistente y que las grandes corporaciones –es decir, la élite propietaria– son quienes mandan.
Dirán que la finalidad de todo esto no sería nuestro bienestar, sino su lucro o, peor aún, el “control de las masas”, ¡imagínese! Es obvio que estos desadaptados se han convertido en un gran problema, pues algunos hasta llegan al extremo de asegurar que serían las medidas para paliar el Covid, y no el virus en sí mismo, el verdadero problema.
Dirán que todo esto del “pase Covid” multiplicará la desigualdad, que podría ser usado para una enorme variedad de fines controversiales o reñidos con nuestros derechos más elementales; sugerirán que eso ya estaría sucediendo, ¡cómo si sus sospechas y suspicacias fueran más importantes que salvar una sola vida!
Pero ellos ya no importan: pronto serán parias –siempre lo fueron– y tendrán que irse a vivir a las cavernas con las bestias y el resto de no vacunados, como una nueva casta de intocables o leprosos. Ahí encontrarán su igualdad. Lo cierto es que hace tiempo debimos deshacernos de ese problema “sanitario”, de ese riesgo para la salud y la supervivencia de la especie que representan quienes no siguen la “ciencia”, tan eficientemente expuesta por el sistema de comunicación masiva y nuestros verificadores de contenido autorizados.
Los escépticos y los cínicos pensaron que tendrían lugar en las redes sociales e Internet, pero se equivocaron. Más temprano que tarde, su peligrosa desinformación y sus preguntillas intransigentes serán consideradas como lo que realmente son: terrorismo.
La variante Davos
“2030: No poseerás nada, no tendrás privacidad, pero serás feliz”. Ese es el mensaje central de un artículo publicado en el sitio web del Foro Económico Mundial de Davos que causó cierto revuelo el año pasado. El “gran reseteo” del capitalismo –un cambio de era global planeado por los integrantes del foro y anunciado a fines de 2019–, hizo que algunos vieran en ese texto un anuncio de cómo sería ese probable futuro.
Debemos hacer un paréntesis para agregar que, aunque expresada de manera generalmente benigna y amable, esta forma de planificación es totalmente unilateral y se impone verticalmente. No será consultada con nadie fuera de esa élite. No se basa en procesos democráticos sino en el poder acumulado en las últimas décadas por los dueños de las corporaciones más grandes de la historia. Como señaló el historiador marxista David Harvey: el proyecto político neoliberal, a todas luces un rotundo éxito, tuvo por finalidad devolverle riqueza y poder a una élite tradicional luego de que esta viera ese poder recortado por el avance de la democracia durante el siglo XX.
“Mi mayor preocupación…”, dice también el profético artículo de Davos que se proyecta al 2030, “…es toda la gente que no vive en nuestra ciudad, los que perdimos en el camino…”.
El texto habla claramente de ciudades amuralladas y de alta tecnología “limpia”, donde se vive bien en el aislamiento con respecto a los peligros climatológicos, la contaminación, la enfermedad, el hambre, la miseria y hasta la migración. ¿A cambio de qué?
“A veces, me molesta no tener verdadera privacidad…”, se queja el personaje ficticio que habita esa sociedad futura, “…ningún lugar al que ir sin ser vigilado. Sé que, en algún lugar, todo lo que hago, pienso y sueño es registrado. Solo espero que nadie lo use en mi contra”.
Luego de aclarar que el “precio” a pagar a cambio de vivir esa vida es entregarle tu privacidad a “la ciudad” (los que mandan o el modelo político jamás son mencionados), el artículo acaba despotricando contra la contaminación actual, la desigualdad, el conflicto social y el “modelo de desarrollo” imposible y sin futuro que actualmente sufrimos, ¡el mismo que hizo ultrarricos a los miembros de Davos!
¿Por qué sería necesario renunciar a nuestra privacidad o permitir que ella se convierta en un “lujo”, como dice el artículo? Porque hablan de un sistema “neofeudal”, de una servidumbre “feliz”, satisfecha.
Los de arriba están locos por saber qué haces, qué piensas, qué dices, a quién se lo dices, a dónde vas y hasta qué sueñas por las noches (parte de esto ya es realidad hoy mismo). Nuestro gran problema es que todavía existen quienes se preguntan por qué alguien desearía eso, qué ganan ellos controlando al mundo. Quienes se hacen tales preguntas necesitan urgentes clases de psicología humana e historia, necesitan empezar a ver su propia ingenuidad –cultivada por los medios masivos– como un peligro para su propia supervivencia.
En el 2030 de Davos, el hombre y la mujer son reducidos a una condición infantil y completamente dependiente; “felices”, como en “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, y a la merced del controlador de toda la información, de la vigilancia –de las cámaras, micrófonos y termómetros– y de los medios de comunicación. “Solo espero que nadie lo use en mi contra”, termina resignándose el habitante ficticio de esa ciudad amurallada del futuro.
Acta de sujeción
El pasaporte biológico será, efectivamente, un salvoconducto, un permiso para transitar, viajar y trabajar. Usted podrá desenvolverse socialmente como lo hacía antes, única y exclusivamente, si firma el acta, si acata el nuevo orden, el nuevo sistema –impuesto sobre las ruinas del anterior por sus propios mandamases–. Un sistema diseñado y dirigido por los grandes ganadores de la era neoliberal, quienes se reúnen en la ya mencionada Davos, el Club Bilderberg y el Council on Foreing Relations, todos interconectados. Los “amos de la humanidad”, usando el lenguaje de Adam Smith.
Nada de lo expuesto hasta el momento hace referencia a un futuro democrático –ni de lejos–, sino a uno en el que las relaciones sociales, políticas y económicas son moldeadas sin consulta, en función de la emergencia de turno, de la próxima guerra a librar. Guerras contra el terror, las drogas, el comunismo y, finalmente, contra un virus que podría encontrarse en su cuerpo ahora mismo. De hecho, el virus se encuentra en usted a menos que pueda probar lo contrario.
Usted ya está en falta: salga a la calle con culpa y cuidado, potencial asesino de masas. Y agradezca la posibilidad de obtener su salvoconducto, su carnet de pertenencia al club de los limpios, su prueba de que no duda del sistema, de que se somete y confía en él, sus expertos y sus organismos internacionales, que desea entrar de una vez en un mundo post-nacional sin lugar para la democracia (palabra jamás usada por Davos para hablar del futuro), guiado por “filántropos” endiosados por sus propios aparatos de relaciones públicas y décadas de propaganda capitalista. Entonces las puertas del futuro se le abrirán de par en par.
El pánico y la culpa son los “argumentos” que habrán de convencernos –que ya nos han convencido– de ponernos vacunas experimentales, acatar la medida de los pasaportes biológicos y toda nueva forma de discriminación institucionalizada, perpetuando este estado de emergencia. Como bien sabemos, los estados de emergencia son el sueño húmedo del poder, el momento en el que puede pasar por encima del ciudadano y sus derechos sin que se levanten muchas cejas.
Y resulta que, cuando se instala la lógica de “guerra”, las medidas acatadas, las políticas para librarla y “salvarnos”, salen directamente de esos centros de poder de élite que no rinden cuentas a ninguna ciudadanía; de Davos, de la Comisión Trilateral, de la Fundación Gates o del servicio de inteligencia de Wall Street, la CIA, cuando no de la constelación de think tanks conservadores de Washington.
Ahí es donde se delibera y se debate, no entre la chusma, no entre las desorientadas muchedumbres. Para ellas, televisión y miedo bastarán.
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