Se denuncia que “la izquierda debería luchar contra eso, sin embargo a día de hoy se comporta como otra forma de derecha”, ya que para la izquierda fucsia, el precariado ayuda a que “se venda la idea de (que los afectados) puedan ser aquello que ellos quieran”.
“El término izquierda nace durante la Revolución Francesa para definir a aquellos diputados de la Asamblea que se sentaban a la izquierda del presidente de la cámara y estaban en contra de los privilegios del trono y del altar”, así explica el origen de la izquierda política Guillermo del Valle, director del think tank El Jacobino. En 2021 esa idea histórica tiene un poso, y “ser de izquierdas debería seguir siendo estar contra los privilegios de origen”.
La lucha contra las prebendas estamentales y el Antiguo Régimen que sostuvieron los liberales dieciochescos dio paso en el último cuarto del siglo XIX a la izquierda obrera, centrada en combatir los privilegios de clase, que alzó la bandera roja en el Kremlin de Moscú.
Esta enseña, que dominó su espacio del espectro político durante gran parte del siglo XX, ha sido sustituida en el debate y en los parlamentos por la de una izquierda “fucsia”, piensa Diego Fusaro, filósofo y ensayista italiano, marxista y hegeliano. “La izquierda hoy en día es lo contrario a Marx, Lenin y Gramsci. Tiene realmente pocas cosas que decir al capital”, subraya; y añade que lo fucsia se centra, en el fondo, en «luchas que favorecen a los poderosos». Fusaro ve un exponente de estos partidos en Podemos, “una izquierda para las clases dominantes”.
Para Santiago Armesilla, politólogo y ensayista, la izquierda en 2021 es “indefinida”, ya que carece de un proyecto de Estado. “Hoy ser de izquierdas en España es básicamente a nivel sociológico no ser de derechas; estar en contra de todo aquello que se considere conservador, como los toros o el nacionalismo español”.
Adiós a la clase obrera
Hay varios factores que han provocado que se hayan desteñido las banderas. Daniel Bernabé, escritor y columnista, apunta que “la Caída del Muro de Berlín afectó a toda la izquierda, no solo a la comunista”; ya que “¿quién quería referenciarse en el comunismo en 1999, tras una derrota?”. Esto hizo que surgieran nuevos movimientos, referencias y lo más importante, la búsqueda de nuevos sujetos políticos, que dejaron atrás la clase.
El año 1989 cambió las demandas políticas. “La izquierda dejó de lado a Marx, Lenin y Gramsci; y aceptaron que definitivamente había sido el Fin de la Historia”, se lamenta Fusaro.
La muerte del socialismo real no sólo regurgitó a la primera línea a personajes como Boris Yeltsin o Eduard Limonov en una Rusia quebrada. Sin el colapso de la Unión Soviética, políticos como el laborista Tony Blair, al cual definiría Margaret Thatcher como su mejor logro político, no hubieran podido poner en marcha la tercera vía.
Desde los 90, ha habido una evolución hacia la tercera vía, socioliberal, al “asumir que como cayó el socialismo real no había posibilidad de poner en cuestión el sistema económico capitalista”; así explica del Valle el giro copernicano que la socialdemocracia dio hace dos décadas.
“La opción victoriosa de Blair cambió Europa. La clase trabajadora empezó a verse enajenada de sí misma”, apunta Bernabé; lo que explica que “al final los partidos cedieran todo a la búsqueda de una clase media, con un mensaje de que el Estado sólo tenía que cubrir los huecos que el Mercado no podía”.
Tras una larga travesía en el desierto, durante los 90 y primeros 2000 en los que las cuestiones materiales, eje de la izquierda obrera, pasaron a un segundo plano y se aceptó el neoliberalismo; “la izquierda ha apostado por muchísimas cosas. Ha buscado sujetos políticos en cualquier aspecto, incluso hay cierta izquierda que ve una cola en El Corte Ingles y dice que es un sujeto político”, bromea Bernabé.
Una parte de este espectro político se centró más en cuestiones postmateriales, lo que hizo que la clase social perdiera la centralidad. A ojos del director de El Jacobino, esto hizo que los puntos de los programas políticos no miraran por “la igualdad económica ni la transformación de los elementos materiales”, si no que se hablaba mucho de “sentimientos e identidades muy individualistas”.
“Nuestra identidad se ha vuelto más competitiva, y a no ser que encontremos un factor que genere un sujeto político grande con vinculaciones; tenderemos a la competencia entre distintos aspectos (identitarios)”, resume Bernabé, quien en 2018 escribió La trampa de la diversidad, un ensayo en el que se aborda el tema.
La sociedad neoliberal hipercompetitiva surgida en las últimas décadas del siglo XX provocó que una vez que la izquierda perdió de vista las políticas redistributivas, “lo que fue quedando, al final, se convirtió en una serie de competiciones por aparecer”. Todo ello se traduce en que “lo identitario es más difícil de vehicular políticamente, y es más complicado que cree afinidades”.
Armesilla explica que las políticas ligadas a las identidades “carecen de un proyecto común para toda la población” y se limitan a “agregar demandas particulares de grupos determinados, a las cuales se trata de contentar desde el poder”, un ejemplo es Podemos y su Ley Trans.
Para Fusaro, la izquierda de las últimas décadas centrada en lo identitario, “postmoderna, fucsia y arcoíris”, apuesta por los derechos civiles, que “hoy en día no son más que las libertades de la clase dominante, que llama derechos a la libertad de comprar cualquier cosa”.
El filósofo cree que la verdadera izquierda debería luchar “por los derechos de los trabajadores, un buen empleo y un buen lugar de trabajo” y releer a Marx, Lenin y Gramsci, autores que según él no estuvieron presentes en la última gran revolución que transformó el pensamiento progresista; Mayo del 68.
Nietzsche y no Marx
La Caída del Muro de Berlín y de la URSS supusieron un cambio visible en la izquierda hegemónica. Sin embargo, 20 años antes una nueva revolución francesa sacudió los cimientos de la ideología. Y “lo que pasó después es conocido por todos, el auge de la izquierda indefinida”, reseña Armesilla.
“Nietzsche, no Marx, fue el autor de Mayo de 1968”, subraya Fusaro, para quien lo ocurrido fue una “revolución de terciopelo”; un movimiento en favor del capitalismo y una modernización del mismo, como señaló Pasolini; ya que tras sus postulados se encuentra un “puedes hacer lo que quieras, si tienes el dinero para ello”.
Las demandas del movimiento reconfiguraron profundamente el pensamiento de la izquierda. “Fue el germen para disolver los movimientos de clase con una serie de jergas, algo que al final ha utilizado el capitalismo a su favor para neutralizar las protestas que ponen en cuestión los cimientos económicos del sistema”, analiza el director de El Jacobino, y sentencia que “se ha desplazado el eje de las luchas, ya no atacan a las matrices productivas”.
Bernabé cree que “el 68 anticipó el neoliberalismo”. El espíritu intervencionista de la década de los 60, donde todos los países, incluso la España franquista y Estados Unidos, apostaban por la intervención pública en la economía; dio paso a “una constante reivindicación del yo sobre el colectivo”. Los manifestantes expresaban en sus eslóganes que «está prohibido prohibir», piden la libertad y “les parece ruin que las únicas aspiraciones de la gente sea tener un casa, vacaciones y una familia”.
Diez años después, los neoliberales estadounidenses y británicos supieron recoger las ideas planteadas por los estudiantes y los líderes intelectuales de la Gauche Divine. Los desencantados de la revolución de terciopelo “ven en Reagan alguien que les dice que pueden ser diferentes”, explica Bernabé y pone el ejemplo de que “el hippie de los 60 se convierte en un yuppie (el joven ejecutivo norteamericano de los 80, educado en buenas universidades, que busca la realización personal)”.
Sin embargo, “no todo lo aparejado a Mayo del 68 forma parte de un conjunto maligno”, apunta del Valle, y recuerda que en ese instante histórico había una “necesidad de romper amarras con ciertas formas conservadoras en lo moral”.
Ford contra Uber
No sólo los eventos políticos han contribuido a la indefinición de la izquierda y a sus dificultades para relacionarse con el mundo laboral; el capitalismo financiarizado, en el cual los mercados dominan sobre el trabajo, ha disgregado a la clase obrera.
Fusaro recurre en su libro Historia y conciencia del precariado a dos cuadros para mostrar de forma gráfica el cambio que el nuevo capitalismo ha provocado en la clase trabajadora. El primero es El Cuarto Estado, pintado por el artista italiano Giuseppe Pellizza da Volpedo en los albores del siglo XX, en el cual se representa al proletariado avanzando de pie y unido hacia “un futuro radiante”.
La segunda obra se compuso en 2003 por Massimo Bartolini y se titula My Fourth Homage, en homenaje a la pintura de Pellizza da Volpedo. La imagen muestra a una serie de personas arrodilladas en línea, y al contrario que en El Cuarto Estado, no son más que individuos atomizados, que no hablan entre ellos. También su actitud muestra resignación y vergüenza, frente al orgullo y la dignidad que transmiten los personajes de El Cuarto Estado.
“El precariado es también una condición general. La gente joven no sólo es precaria en el trabajo, no puede empezar a formar una familia, ni pueden ser activos en la vida política. Es una nueva condición de ser”, señala el italiano.
Además, denuncia que “la izquierda debería luchar contra eso, sin embargo a día de hoy se comporta como otra forma de derecha”, ya que para la izquierda fucsia, el precariado ayuda a que “se venda la idea de (que los afectados) puedan ser aquello que ellos quieran”.
La clase obrera que trabajaba en fábricas enormes está siendo barrida por los nuevos modelos laborales uberizados (que siguen el patrón de la economía colaborativa surgida gracias a aplicaciones como Uber) que se traducen en falsos autónomos. Los becarios y los empleados de grandes plataformas, donde la relación con el empleador se difumina, son otros dos pilares de esta nueva clase social.
“La uberización y la financiarización hace que sea más difícil organizar las luchas sindicales, se han eliminado muchas veces grandes empresas ligadas a la industria nacional; y los trabajadores ya no están en un lugar físico concreto como cuando había grandes plantas de trabajo durante el fordismo, lo que facilitaba la organización”, apunta del Valle, a la vez que resalta otro aspecto de la nueva economía, “la uberización te hace creer falsamente que eres un emprendedor”.
Armesilla no cree que el precariado sea una nueva clase, ya que “no deja de ser un trabajador” aunque “su relación con quien le contrata se escapa del derecho laboral tradicional”. Razona que “tienen más que ver con las relaciones laborales del siglo XIX que con las de mediados del siglo XX, cuando se asentó el Estado del bienestar».
Vuelve el rojo
El empobrecimiento y la pérdida de derechos laborales, tras tres crisis económicas en una década, empiezan a contradecir las tesis de Francis Fukuyama, quien postuló el Fin de la Historia y de las luchas de clase, tras la caída de la Unión Soviética. Del Valle cree que la situación permite “recuperar la centralidad en el eje discursivo del trabajo”, ya que la mayor parte de la gente está muy “jodida”, y hay quien “no sabe lo que son unas vacaciones remuneradas, la negociación colectiva o tener un contrato laboral”.
El analista cree que lo material es un tema presente en el día a día de la mayoría, “salvo en el de quien está en las ficciones de las élites, y se puede permitir elucubrar sobre cuestiones postmateriales, sentimientos y cosas extrañas”. Mas subraya que poner lo material en el centro político no significa estar en contra de los derechos civiles.
Bernabé cree que las cosas han cambiado durante la pandemia y que la izquierda, que buscaba la representación de los diversos movimientos en la última década, ha dado un paso de nuevo hacia las cuestiones materiales. “Vuelve el factor del trabajo en primer plano, Yolanda Díaz, como ministra de Trabajo, y los sindicatos vuelven a tener un mayor protagonismo”, afirma.
“El coronavirus ha centrado de nuevo prioridades como la necesidad de los servicios públicos y una cierta estabilidad en el empleo, la vivienda y en la carestía de la vida”, dilucida el escritor; quien a la vez señala que “la situación hace que se busquen opciones de izquierdas, que ponga encima de la mesa políticas concretas, útiles y efectivas, frente a unas épocas anteriores”.
La configuración de la sociedad ha cambiado mucho respecto a hace años. Fusaro apunta las mira hacia una transformación cultural; “el capital se ha convertido en un capital de izquierdas”. Argumenta que ya no es fascista, como Mussolini o Franco; si no que a día de hoy es consumista y libertario, puedes hacer lo que quieras pero necesitas el dinero”.
“El capital hoy en día busca la desregulación en cuanto a la cultura. No más limitaciones para controlar el capital, no más familia, no más Estado, no más religión y no más clase obrera ni lucha de clases”, expone el ensayista, y añade que” el capitalismo busca a todo el mundo unidos como consumidores , no como padres, hijos, ciudadanos o trabajadores”.
Patria
Por ello Fusaro es muy crítico con el abandono de la idea de Estado por parte de la mayor parte del espectro político, “que es lo que el capital quiere porque el Estado es el poder de la política contra la economía, es el lugar donde las decisiones democráticas se llevan a cabo”.
En España la izquierda no sólo reniega del Estado, también es muy crítica con la propia nación. Del Valle denuncia que “se está en fragmentar el territorio político”, lo que es un error ya que “es donde se proyecta la riqueza compartida, y los sectores estratégicos que se querrían nacionalizar”. El analista culpa de esta aversión a España al nacionalcatolicismo.
“Hay un grado de responsabilidad muy fuerte del franquismo, y de una lectura de haber comprado un relato franquista por parte de la izquierda”; se apena del Valle, y explica que “Franco, que hizo mucho daño al país porque pratimonializó la idea de España. Él era España y lo contrario a su régimen era la anti-España, la conspiración judeo-masónica”.
La izquierda española no sólo tiene que enfrentarse a la cuestión nacional. También, la situación geopolítica hace que esta deba de dar respuesta a los retos que enfrenta Occidente, y más especialmente el sur de Europa.
“Hay gran problema con la división internacional del trabajo, el modelo productivo totalmente dependiente de los servicios y con gran dificultad para reindustrializarse, y también hay que señalar una unión del Euro, muy disfuncional creada para Alemania”, reflexiona el director de El Jacobino.
Armesilla cree que se debería pensar hacia dónde se va, ya que “el mayor problema de las izquierdas es interno, han abrazado el liberalismo, político y cultural, de una manera muy abierta; y lo único que quieren es los logros de ese liberalismo, sin el coste económico y laboral que supone. Eso es inviable”.
“Hace falta una autocrítica y una revisión de los postulados que manejan desde hace 60 años”, sentencia el politólogo.
Fusaro insinúa que la izquierda debería volver a ser antifascista, pero no mirando hacia los derrotados de la Segunda Guerra Mundial, que sólo existen hoy como un folclore. “Si quieres ser antifascista debes ser anticapitalista”, resuelve el filósofo, y recuerda que “si eres antifascista y apoyas a políticos como Draghi y a la Unión Europea estás con el fascismo y la violencia del Mercado”.
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