La falsa matanza de Timisoara en 1989 que la prensa internacional había difundido como verdadera hasta que se demostró que había sido un montaje

Solía decir Joseph Goebbels que es más fácil que la gente se trague una mentira enorme que una pequeña. Es un principio que la CIA ha venido aplicando durante los últimos años con el invento de masacres falsas que justifican guerras. El filósofo Domenico Losurdo analizó en un texto de 2013 la facilidad sorprendente con que nos dejamos engañar.

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El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra comenzó a manifestarse a escala planetaria.

En la historia de la industria de la mentira como parte integrante del aparato militaro-industrial del imperialismo, el año 1989 marcó un verdadero viraje. Nicolae Ceaucescu se mantiene en el poder en Rumania. ¿Cómo derrocarlo? Los medios de prensa occidentales comienzan a divulgar masivamente informaciones e imágenes del «genocidio» perpetrado en Timisoara por la policía del propio Ceaucescu.

Los cadáveres mutilados

¿Qué había pasado en realidad?, escribió y se preguntó en septiembre de 2013 Domenico Losurdo: Basándose en el análisis de Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo italiano, Giorgio Agamben, sintetizó magistralmente este caso:

«Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial, para que quedara claro que lo real no era a partir de entonces otra cosa que un momento del movimiento necesario de lo falso. Verdad y falsedad se hacían así imposibles de distinguir una de la otra y el espectáculo se legitimaba solamente mediante el espectáculo.

Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma manera».

 
El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra comenzó a manifestarse a escala planetaria.

Varias semanas antes del golpe de Estado, o sea antes de la «revolución de Cinecittà» en Rumania [2], se producía en Praga –el 17 de noviembre de 1989– el triunfo de la «revolución de terciopelo» con una consigna inspirada en Gandhi: «Amor y verdad». En realidad, la difusión de la información falsa según la cual la policía había «matado brutalmente» a un estudiante desempeñaba un importante papel. Eso es lo que nos revela, 20 años más tarde y con satisfacción, «un periodista y líder de la disidencia, Jan Urban», protagonista de aquella manipulación: su «mentira» tuvo en aquel momento el mérito de suscitar la indignación de las masas y el derrumbe del régimen, ya debilitado.

La falsa matanza de Timisoara y otros cuentos de terror que cuentan los reporteros

Timisoara es una ciudad rumana que casi nadie conocía hasta que el 22 de diciembre de 1989 saltó una “noticia” impresionante: había aparecido una fosa común con 4.630 cuerpos asesinados por balas, cadáveres mutilados por bayonetas y torturados. Muchos de ellos eran niños, enterrados con sus juguetes. Muy posiblemente seguirían apareciendo cadáveres porque se había abierto una “investigación”.

“Las cifras que se manejan de víctimas de los combates en Timisoara en la última semana oscilan entre los 5.000 y 12.000 muertos, mientras los heridos superan la cifra de 50.000”, escribió la corresponsal de El País (*). ¿Se dan cuenta? ¡Las cifras se manejan!, o mejor dicho, algunos manejan las cifras.

De la noche a la mañana Ceaucescu dejó de ser el “gran amigo de occidente”. Escasos de ingenio, los medios le calificaron de “vampiro”. Había dejado Rumanía en el desastre más absoluto. Los medios llamaron a sostener a la población con “ayuda humanitaria”: alimentos, medicinas, ropa… Se trataba de justificar el derrocamiento y posterior asesinato del “dictador”, un criminal sin escrúpulos al estilo de los que luego se hicieron famosos: Milosevic, Saddam Hussein, Gadafiy Bashar Al-Assad.

La terrible policía secreta de Ceaucescu, decían los medios, cargaba los camiones con cadáveres para llevarlos a otras fosas comunes y luego les disparaba en la cabeza a los conductores para que no pudieran revelar el lugar del enterramiento. Timisorara se convirtió en la “ciudad mártir” de la humanidad.

Hay mentiras tan gruesas que parecen ser verdad, sobre todo si van acompañadas de fotos. “Una imagen vale más que mil palabras”. Las espeluznantes fotos de la carnicería de Timisoara recorrieron el mundo, en una época en la que no había redes sociales, ni preocupación por la “posverdad”, ni verificadores de hechos. Entonces todo colaba, especialmente la propaganda anticomunista.

En fin, en aquella época estaba muy claro dónde estaba la fuente de las mentiras, quien se inventaba las “noticias” sin ninguna clase de escrúpulos. Los medios primero empezaron a rebajar la cifra de muertos; eran muchos menos de 4.630. Finalmente no había ninguno. Algunos huesos eran de animales y los cadáveres habían sido desenterrados de un cementerio para pobres, maquillados y puestos sobre el suelo para que los corresponsales los fotografiaran.

Una “noticia” así tapa otras realidades, como que el derrocamiento de Ceaucescu estaba muy lejos de haber sido pacífico, ya que había 700 rumanos muertos, o que en aquel preciso momento el ejército de Estados Unidos estaba invadiendo Panamá y disparando contra todo el que se movía.

Tras el descubrimiento del fraude, el filósofo italiano Giorgio Agamben dijo que era “el primer triunfo mundial de la sociedad del espectáculo”. Ignacio Ramonet habló de una “televisión necrófila”, ávida de crímenes, matanzas y toda clase de desgracias, sean sociales o naturales. “La falsa fosa común de Timisoara es probablemente el mayor engaño desde la invención de la televisión”, escribió el periodista. Ahora ya estamos acostumbrados a que nos engañen, pero entonces fue una sorpresa, sobre todo para los menos avisados en este tipo de montajes.

La mentira es una industria que genera beneficios, tantos más cuanto más gruesa es y más se adorna con términos apocalípticos, como “genocidio” y otros. Por el contrario, la verdad ni se compra ni se vende. Es extraño ver dinero en torno a quienes indagan sobre la verdad.

Fuente: Red Voltaire y mpr21

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