Los planes de Trump para terminar con Nicolás Maduro | Por J. Jaime Hernández (@jaimejourno)

Tras el fallido atentado en agosto de 2018 contra el presidente Nicolás Maduro (es decir, lo que parece una operación similar a la famosa opción de la “bala de plata” de la CIA), el gobierno de Estados Unidos parece convencido de que el derrocamiento del presidente de Venezuela.

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«…en lugar de apostar por la famosa opción de la “bala de plata”, Clinton prefirió bombardear Bagdad con la esperanza de eliminar a Sadam Hussein.» Por J. Jaime Hernández

Por J. Jaime Hernández

Hacia fines de 2002, el entonces agente especial de la CIA, Robert Baer, me contó la forma en que había orquestado en 1998 un plan para asesinar al presidente de Irak, Sadam Hussein. En la jerga de la CIA, me dijo, le llamábamos la opción “bala de plata”.

En resumidas palabras, un magnicidio para deshacerse de un hombre que había dejado de ser útil a Estados Unidos en su viejo juego de alianzas cambiantes en Oriente Medio.

“Lo teníamos todo preparado. Habíamos negociado con algunos de los más importantes mandos del ejército iraquí para evitar un baño de sangre y, al mismo tiempo, pilotar un proceso de transición que nos fuera beneficioso”, me relató Baer durante una entrevista que tuvimos durante un breve encuentro en París.

El plan, que pasaba por convencer o comprar a los más importantes mandos militares de Irak, había demandado una serie de contactos exitosos del propio Bear para evitar el levantamiento de los más leales a Sadam Hussein y deshacerse de ese viejo aliado mediante un Golpe de Estado controlado desde Washington.

¿Y qué paso?, le pregunté.

“A última hora, cuando ya estaba todo preparado para el atentado, dieron la orden de frenar el plan. El presidente Bill Clinton, sin mediar explicación alguna, ordenó el fin de la opción “bala de plata”.

Pocos días después, el 31 de octubre de 1998, el presidente Bill Clinton firmaba el Acta de Liberación de Irak que marcaría la cuenta regresiva para el bombardeo realizado en diciembre de ese mismo año con el fin de eliminar la supuesta “amenaza de armas de destrucción masiva” y, de paso, desestabilizar al régimen de Sadam Hussein.

Es decir, en lugar de apostar por la famosa opción de la “bala de plata”, Clinton prefirió bombardear Bagdad con la esperanza de eliminar a Sadam Hussein.

La pregunta entonces es: ¿qué motivó este cambio de decisión de última hora que elevó el costo de vidas inocentes en Irak y engordó las ganancias de los contratistas que viven de las guerras emprendidas por el Pentágono?

A más de 20 años de ese bombardeo contra Bagdad, la única razón plausible. La que explica este cambio de estrategia en Irak, es la estrategia de la distracción que el presidente Bill Clinton necesitaba urgentemente para cambiar el foco de atención de sus ciudadanos y del Congreso del proceso de juicio político que los republicanos habían entablado en su contra por sus amoríos con la famosa becaria de la Casa Blanca, Monica Lewinsky.

Hoy, como todos sabemos, Clinton fue absuelto de todos los cargos y permaneció en su cargo. Y el bombardeo en Irak, le permitió cambiar en buena medida la narrativa que lo presentaba como un presidente débil que se dejaba llevar muy fácilmente por sus instintos pedestres.

Dos décadas más tarde, un presidente asediado por las múltiples investigaciones en su contra como Donald Trump, parece haber apostado por esta misma estrategia. Es decir, aprovechar el ánimo golpista que ha cundido en Venezuela para montarse en la ola intervencionista desde la frontera con Colombia.

Tras el fallido atentado en agosto de 2018 contra el presidente Nicolás Maduro (es decir, lo que parece una operación similar a la famosa opción de la “bala de plata” de la CIA), el gobierno de Estados Unidos parece convencido de que el derrocamiento del presidente de Venezuela, mediante el convencimiento o la compra de voluntades de algunos de los altos mandos militares de ese país, permitirá a Trump cambiar la narrativa de una presidencia fallida y dejar atrás una montaña de escándalos bajo investigación del fiscal especial, Robert Muller.

Y, al mismo tiempo, evitar un derramamiento de sangre para asegurarse un proceso de transición pacífico en Venezuela que les beneficie ampliamente una vez que Maduro sea depuesto del poder y el elegido por Washington, Juan Guaidó, les entregue las riendas de la nación.

El problema para el presidente Trump es que, su elegido para dirigir tan delicada misión, se llama Elliot Abrahms, un abogado de 71 que, sobre todo, es conocido por una de las etapas más aciagas y sangrientas en Centroamérica en la década de los 80.

En pocas palabras, Abrahms es un hombre conocido por sus planes de imponer “la democracia a cañonazos”.

En el curso de los últimos días, la amenaza de una intervención militar con la participación directa de tropas de EU desde territorio colombiano, ha sido considerada como muy arriesgada por altos mandos del Pentágono.

Entre otras cosas por la extensión y una orografía venezolana que convierten a ese país en el candidato ideal para convertirse en un nuevo Vietnam, como ya ha advertido el presidente Nicolás Maduro.

Los cálculos de algunos expertos señalan que, en caso de una intervención militar de EU, el Pentágono necesitaría enviar no 5 mil efectivos (como ha insinuado el consejero de seguridad de la Casa Blanca, John Bolton), sino 100 mil militares para enfrentar una guerra de guerrillas sin fecha de caducidad que, además, se dispersaría por bosques tupidos y montañas de difícil acceso.

Si tenemos en cuenta que el Congreso de EU no tiene apetito para una nueva guerra —tras la que ha mantenido en Afganistán durante casi 20 años—, el presidente Donald Trump tendría serias dificultades para declarar una guerra que tendría fecha de inicio, pero no de capitulación en Venezuela.

De ahi, la intensa campaña del presidente Trump a favor de una revuelta que le ahorre a EU las molestias y, sobre todo, los costos en vidas y recursos de una nueva guerra eterna en el hemisferio.

Una campaña a la que se han sumado de forma entusiasta congresistas como Marco Rubio y Mario Díaz Balart, que se han convertido en los hechos en los generales de avanzada de una intervención que, en caso de materializarse, conlleva numerosos riesgos.

Especialmente para la nación vecina de Colombia, cuyo presidente, Iván Duque, se ha convertido también en otro de sus promotores anunciando el inminente inicio del “efecto domino” con el abandono de algunos de los más importantes mandos militares de Venezuela al presidente, Nicolás Maduro.

El problema, para Colombia e Iván Duque, es que si los cálculos del “efecto dominó” le salen mal a Washington y Bogotá, la guerra que estalle en Venezuela terminará por incendiar las fronteras de ese país vecino que aún sigue sin cerrar las heridas de una guerra de más de 50 años.

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J. Jaime Hernández ha sido reportero de radio, de prensa escrita y editor de noticiarios en televisión antes de iniciarse como corresponsal en el extranjero (un oficio de más de 30 años) en ciudades como Madrid, Bruselas y París, Los Angeles y Washington. Ha cubierto guerras en Irak, Afganistán, Líbano, en la antigua Yugoslavia, en el Golfo Pérsico y Haití. Ha sido corresponsal de distintos medios internacionales en España, Francia, Bélgica y EU durante tres décadas. Actualmente es editor de La Jornada Sin Fronteras. Twitter: @jaimejourno

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