México: cuando la teatrocracia reemplaza a la política/ por Rubén Luengas

"La ignorancia es siempre corregible, pero ¿qué pasaría con nosotros si llegáramos a creer que la ignorancia es conocimiento? (Neil Postman)

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¿Ven acaso lo que nos espera con la suma del «elenco opositor» en la teatrocracia mexicana, con impresentables traspuntes o directores de escena como Alito Moreno, Jesús Zambrano y Marko Cortés? En fin, el show debe continuar.

Justo cuando en México y en el mundo, necesitamos urgentemente racionalidad hacia el futuro, los políticos de todos los partidos en nuestro país hacen hasta lo imposible para que el pueblo exija y se conforme con el espectáculo, con la diversión que pueda provocarles una contienda repleta de discursos, banales, vacíos; llenos de lugares comunes, y de perfiles «optimistas y joviales», como el de Marcelo Ebrard, cuidadosamente elaborados por expertos de la propaganda político-electoral como el ecuatoriano Jaime Durán Barba, quien desde hace años se convirtió en uno de los manipuladores electorales más destacados de la «derecha latinoamericana». Presidentes como Mauricio Macri, de Argentina, y Guillermo Lasso, de Ecuador, han contado con sus servicios, siendo ahora su viejo amigo, Marcelo Ebrard, quien es asesorado por el ecuatoriano, nutriendo con su libreto la grosera «teatrocracia» que se ha puesto en escena a lo largo y ancho del territorio mexicano.

En el elenco morenista, los actores se esfuerzan con vehemencia por agradar al público mexicano, al creador de la puesta en escena de la «magnum opus» llamada «Cuarta Transformación», Andrés Manuel López Obrador, y sin lugar a dudas, de agradar también, aunque lo nieguen o lo omitan, a los dramaturgos globales que como Klaus Schwab del Foro Económico Mundial, dicen a los cuatro vientos tener infiltrados a gran parte de los gobiernos del mundo sin que nadie le contradiga.

La teatrocracia como reemplazo de la política, sin consideraciones éticas o morales de ningún tipo, basada en en el discurso populista que apela a los sentidos, a lo emocional y no así a lo racional, imponiéndose sobre la argumentación lógica, no es ciertamente un fenómeno nuevo, pero que se se ha extendido a países donde las matrices «democráticas» parecían más sólidas.

Byung-Chul Han, el filósofo coreano radicado en Alemania, afirma que:

«La teatrocracia se impone sobre los argumentos y propuestas para atraer la atención de la opinión pública, nos está llevando a desear más a un actor que a un político con propuestas». Agrega Byung-Chul Han sobre la teatrocracia: «Es la búsqueda obsesiva de audiencias emotivas por parte de la política (o de su sucedáneo: la tertulia, vivero actual de políticos), el abuso del medio televisivo y la ruidosa batalla diaria en las redes sociales».

Este exceso confina a la política en la prisión de la teatralidad y el espectáculo, conduciéndola hacia una sola dirección: estimular y complacer las emociones de las audiencias, sin apelar al razonamiento que pudiera no resultar redituable para los actores del elenco democrático-electorero, en términos de simpatías y preferencias.

Por lo anterior, es que los políticos mexicanos se escabullen cuando se les cuestiona sobre temas que, los medios de comunicación, fabricantes de la llamada «opinión pública», dejan intencionalmente fuera del discurso «noticioso» o del «análisis político», haciéndolos aparecer como inexistentes o como delirios de quienes se atreven a cuestionar sobre la ausencia total de debate público sobre asuntos cruciales como el de la Agenda 2030, el Gran Reseteo, la Gobernanza Mundial, la Tecnocracia, o los planes que el Foro Económico Mundial, que a través del propio Schwab y de su vocero preferido, Yuval Noah Harrari, nos vienen advirtiendo sin reparos.

Ante el anuncio por parte de la llamada «oposición» integrada en «Va por México», en el sentido de dar a conocer el método de selección de su candidatura presidencial para el 2024, y la creación del llamado Frente Amplio por México, adelantando igualmente proceso por lo que tanto criticaron al oficialismo, se intensificará la teatrocracia, con la participación de actores que salen de oscuras y tenebrosas cavernas de poder donde a tantas cosas se sometieron en el pasado por dinero, aspirando a ser nuevamente parte de la kakistocracia que tanto daño le ha hecho a México.

La mayoría de los miembros de la clase política mexicana, con muy pocas excepciones, se distinguen por su soberbia, considerándose los depositarios únicos de la verdad que alguna vez les fue revelada por las encuestas, los sondeos de opinión pública o las urnas, donde el ciudadano consuma el sagrado privilegio de votar por alguien que muchas veces fue elegido por otros de antemano.

Mientras el mundo cruje y amenaza, anticipamos falta de respuestas verdaderas por parte de quienes aspiran a gobernarnos, haciendo promesas como la de quien fuera candidato de Morena al gobierno de Coahuila, Armando Guadiana, al ofrecer que si ganaba la gubernatura llevaría al apologista del narcotráfico conocido como «Peso Pluma» a cantarle a los jóvenes del estado norteño.

¿Ven acaso lo que nos espera con la suma del «elenco opositor» en la teatrocracia mexicana, con impresentables traspuntes o directores de escena como presuntamente serían Alito Moreno, Jesús Zambrano y Marko Cortés. Y los igualmente impresentables personajes como la acomodaticia Lilly Téllez, o la aspirante a actriz Xochitl Gálvez que lleva tiempo haciendo papelones de quinta, el acartonado y gris Santiago Creel que lleva tiempo dando vueltas en la política mexicana soñando con llegar algún día a la presidencia de México?

Es urgente que el pueblo de México no se conforme con el espectáculo y la diversión que ofrezcan los actores de nuestra «democracia». Hace 2500 años, Platón ya protestaba contra la estandarización de política”. Aunque, su lamento no iba dirigido contra la TV o las redes sociales, sino contra el que era el medio masivo de comunicación de su época: el teatro.

Para Platón, la decadencia moral de su época se manifestaba en el deterioro del teatro. Los dramaturgos habían empezado a innovar en su forma de arte para agradar al público. ¿No es exactamente eso lo que está pasando con las llamadas corcholatas?

El teatro en tiempos de Platón no sólo era un medio de diversión. Tenía también un papel central en la comunicación y la formación ciudadana. Los festivales de arte dramático convocaban multitudes. Por eso, la degradación del teatro, según Platón, se transmite a una degradación de la moral política. Y en eso estamos.

Rubén Luengas

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