¿Primera Guerra Biototalitaria Mundial?

La pandemia les vino como anillo al dedo, ideal para profundizarla, encauzarla y convertirla en la gran guerra que el capitalismo necesita cada generación o dos para limpiarse por dentro.

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Las izquierdas y derechas oficiales empiezan a abrazar esta bioideología de la supremacía de la lucha contra el virus frente a la libertad personal con gran entusiasmo.

Por Rainer Uphoff

 

Había ganas ya de crisis. Entre los que manejan el poder, claro. Hace años que banqueros y grandes inversores se lamentan de que “no se aprovechó bien la crisis del 2008”, que “no resolvió los problemas estructurales” ni de España, que es anécdota, ni de la gobernanza mundial, que es lo que de verdad está en juego.

La pandemia les vino como anillo al dedo, ideal para profundizarla, encauzarla y convertirla en la gran guerra que el capitalismo necesita cada generación o dos para limpiarse por dentro, hacer fortunas y establecer un nuevo régimen fresco, sin lastres del pasado, sin los problemas de legitimidad de los ancien régimes de cada época.

El capitalismo es por definición depredador: la ganancia no sólo es un derecho sino un deber. Es la más primitiva de las ideologías: ser ganador otorga la soberanía sobre la interpretación de la realidad y el establecimiento de lo que es verdadero, bueno y bello y aquello que es falso, malo y feo. Y, desde luego, es competidor, o sea darwinista: el descarte y la muerte del débil (del que “no supo aprovechar su oportunidad”) se legitima y se considera un avance para el “bien general”.

China está afilando sus armas. Mantiene la censura total sobre la realidad de la pandemia en su país para poder celebrar la brutal represión y eliminación de todas las libertades personales en Wuhan como un éxito indiscutible: la eliminación del virus y las vidas salvadas.

Mientras tanto, Trump anima a un sombrío espectáculo negacionista, una suerte de “Danzad, Danzad, Malditos” que observa con morbo la caída de los débiles y ensalza a los fuertes, hasta el punto de que gente de su entorno afirma que por el bien de todos, habrá que aceptar la muerte de unos cuantos abuelos.

El estrafalario melodrama del abuelo Trump y la abdicación de EEUU como potencia global ha abierto una enorme ventana de oportunidad que aquellos que llevan Sun Tzu, Marx y Maquiavelo en las venas, no dejarán pasar.

China ve ahora una oportunidad histórica para globalizar sus propias estructuras de gobernanza social, económica y política como primer paso de su plan para convertirse en nuevo poder hegemónico.

Desde luego, no están perdiendo el tiempo: los medios de comunicación chinos presentan Wuhan como caso de éxito y ejemplo a seguir en la lucha contra el coronavirus. La evidencia científica frente a los escépticos. La pureza del mensaje, garantizada por la TV estatal CCTV.

Su canal internacional repite ahora el mensaje de China al mundo: lo mismo que tras el 11 de septiembre fue necesario “reducir la libertad individual en los aeropuertos para salvaguardar un bien superior, es decir, la seguridad de los pasajeros”, su gobierno siembra ahora como “idea obvia” que después de la pandemia “tocará reformular el contrato social a nivel global”. Para ellos, el virus “objetiva lo que son reacciones correctas e incorrectas” sin distinguir entre sistemas políticos, económicos y sociales.

Las izquierdas y derechas oficiales empiezan a abrazar esta bioideología de la supremacía de la lucha contra el virus frente a la libertad personal con gran entusiasmo. Unos por legitimar una nueva vuelta de tuerca en el darwinismo social que normalizará las decisiones de qué personas son descartables y a quiénes hay que salvar. Otros por reforzar el estado en su papel de “administrador supremo” de las libertades personales y legitimador de su paulatina eliminación en favor de la dictadura, ya no del proletariado, sino de un difuso “bien social superior”.

Esta nueva fase hacia la sociedad transhumanista está dando sus primeros pasos reales. Las muertes de sus descartados, sean refugiados sirios en Turquía, hambrientos en África o moribundos por enfermedades curables en Venezuela, no aparecen en las estadísticas ni en los noticiarios.

En el otro frente, el del control social, el gobierno español acaba de derogar la Directiva 95/46/CE y la Ley Orgánica 3/2018, de 5 de diciembre, de Protección de Datos. Esto permite controlar cada uno de nuestros pasos y conocer nuestros comportamientos e intenciones con el Big Data y la Inteligencia Artificial.

Es la guerra que necesitaban los grandes poderes para reajustar el mundo y sus zonas de influencia sin destruir sus activos económicos. Para las personas y los pueblos, esquilmados, enfermos y asesinados por sus intereses, es el momento de despertar en el sentido de lo que nos acaba de recordar el Papa Francisco: “No nos hemos despertado antes de las injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.”

Es verdad que la prioridad del momento es luchar contra la Pandemia a nivel global. Pero no podemos consentir que esto legitime ni normalice convertirnos en mero objeto económico, en número de un algoritmo programado por los poderosos. Tatuar física o digitalmente números en las personas produce holocaustos.

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