“Todavía ahora cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días”, indicó el Papa en una entrevista concedida al semanario italiano Credere en diciembre pasado.
El Papa argentino bajó de un estrado junto al baldaquino barroco, y, tras meditar unos instantes y quitarse la capa pluvial morada, símbolo de preparación cuaresmal, acudió a uno de los confesionarios junto a la nave central, ante el que se arrodilló.
De este modo pudo verse públicamente cómo el Pontífice, ataviado únicamente con el alba y con la casulla blanca, además de con el solideo, se confesaba ante un sacerdote durante unos minutos.
“Todavía ahora cometo errores y pecados, y me confieso cada quince o veinte días”, indicó el Papa en una entrevista concedida al semanario italiano Credere en diciembre pasado.
En la homilía que pronunció poco antes ante miles de fieles, recordó que “el pecado también tiene este efecto: nos empobrece y aísla”. “Es una ceguera del espíritu, que impide ver lo esencial, fijar la mirada en el amor que da la vida; y lleva poco a poco a detenerse en lo superficial, hasta hacernos insensibles ante los demás y ante el bien”.
El Papa dijo que es erróneo pensar que «la economía consiste sólo en el beneficio y el consumo; que los propios deseos individuales deben prevalecer por encima de la responsabilidad social».
«Mirando sólo a nuestro yo, nos hacemos ciegos, apagados y replegados en nosotros mismos, vacíos de alegría y libertad verdadera», agregó el Pontífice.
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