Rastreo de gente infectada: ¿Medida de emergencia sanitaria o vigilancia permanente?

El historiador israelí Yuval Harari, le ha puesto nombre técnico a la vigilancia realizada sobre quienes habitamos este mundo: monitoreo biométrico centralizado o vigilancia totalitaria, según lo que publicó en el Financial Times el pasado 20 de marzo

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Peligro de que las medidas «temporales» de vigilancia se vuelvan de hecho permanentes.

Las autoridades de varios países están utilizando la información de los GPS de los teléfonos celulares de las personas para realizar un control «inteligente» de la respuesta de gente a las órdenes de confinamiento y distanciamiento social derivadas de la calificada como pandemia por Coronavirus.

-En Singapur, por ejemplo, los ciudadanos reciben todos los días -a una hora aleatoria- un mensaje de texto a su celular al que deben responder enviando su ubicación.

-En Alemania, Italia y Austria los operadores móviles están enviando la información de movimiento de los celulares de la gente al gobierno.

-En Israel se ha autorizado el uso de la ubicación de los celulares de los ciudadanos para seguir el virus “de manera temporal”.

-Y en algunos Estados de Estados Unidos se le ha instalado una aplicación en los celulares de los infectados para hacerles seguimiento (en Kentucky han ido más allá y están poniéndoles brazaletes electrónicos como los de los presos a los enfermos.

El rastreo de la gente y sus contactos, promete un mejor monitoreo y control del coronavirus, pero lo cierto es que podría también estar otorgar poderes totalitarios sin precedentes a los gobiernos de esos países, donde sus habitantes han experimentado lo que es la puesta en práctica de un estado policiaco con helicópteros y drones observando lo que hace la gente desde el aire, patrullas de policía deambulando por las calles, multando y deteniendo a ciudadanos por realizar actividades consideradas como «no esenciales».

No pocas personas se preguntan en el planeta si estas medidas tienen que ver efectivamente con una emergencia mundial de salud pública o con el sueño tan ansiado por quienes se creen los amos del mundo de establecer, de una vez por todas, un estado de vigilancia permanente sobre los seres humanos.

El historiador israelí Yuval Harari, le ha puesto nombre técnico a la vigilancia realizada sobre quienes habitamos este mundo: monitoreo biométrico centralizado o vigilancia totalitaria, según lo que publicó en el Financial Times el pasado 20 de marzo:

«El mundo después del coronavirus», donde proclama: «Hoy por primera vez en la historia humana, la tecnología hace posible monitorear a todos todo el tiempo».

 
Google y Apple anunciaron hace unas semanas un acuerdo para desarrollar la aplicación de tecnologías con las cuales detectar el contacto con casos de coronavirus cercanos a través del móvil: «Se trataría de una nueva tecnología basada en el Bluetooth de los móviles de los usuarios y sobre el que ambas empresas sostienen que será un proyecto que protege la privacidad y seguridad de los usuarios».

Las dos compañías llevan tiempo trabajando para dar información sobre cómo se expande el virus y para «combatirlo», ya sea con herramientas o con datos que muestran los movimientos de la población y su respuesta ante el confinamiento.

Hace veinte años, Laura K Donohue, autora y miembro del Centro de Derecho Constitucional de la Facultad de Derecho de Stanford, escribió un artículo titulado Libertades civiles, terrorismo y democracia liberal.

Mientras miraba el mundo a través de la lente del conflicto en Gran Bretaña y, en particular, Irlanda del Norte, su trabajo ofrece una visión única de cómo y por qué las medidas de vigilancia temporal podrían volverse permanentes hoy en día.

Tal como señala en un artículo Steve Glaveski, «un sistema hipotético que pueda rastrear información biológicos como la temperatura corporal, la frecuencia cardíaca e incluso nuestras emociones, podría ayudar a identificar a los portadores y sofocar la propagación de enfermedades infecciosas, pero también le daría un poder sin precedentes a los gobiernos y a las corporaciones para manipular nuestras decisiones, ya sean financieras, políticas, sociales o de cualquier otro tipo.

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