El viejo «malthusianismo» como modelo de futuro

El gran capital ya ha agotado la etapa de economía de mercado y comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos

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Algunos de los nuevos adalides –visibles– del viejo malthusianismo son Bill Gates, Klaus Schwab o George Soros; a saber: esta gente no trama nada bueno.

Por Javier Belda

En menos de 11 años la Tierra creció en 1.000 millones de habitantes, sobrepasando actualmente la cifra de 8.000 millones de habitantes. De nuevo –desde hace ya más de 300 años– las voces del malthusianismo vuelven a las andadas, presumiendo de filantropía futurista.

Thomas Malthus fue un clérigo anglicano y economista nacido en 1776. Las ideas de Malthus influyeron en la construcción de la teoría de la evolución de Charles Darwin.

El problema que Malthus identificó hacia finales del siglo XVIII fue que el ritmo de crecimiento de la población superaba, con creces, la capacidad de la sociedad de producir alimentos suficientes para abastecerse. Este ritmo respondía a una progresión geométrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hacía en progresión aritmética.

Esta diferencia, según Malthus, generaría inexorablemente hambrunas, conflictos y muerte. El británico desarrolló sus ideas en una serie de escritos de los que el más famoso fue el que publicó en 1798, bajo el título Ensayo sobre el principio de población.

Fue miembro desde 1819 de la Royal Society –aquí es dónde empezamos a ver que Malthus no está muerto, como no lo está el colonialismo europeo–. La Royal Society of London for Improving Natural Knowledgees es la sociedad científica más antigua del Reino Unido y una de las más antiguas del mundo.

Karl Marx ya expuso en El capital (1867) la necesidad esencial de un cambio de paradigma frente a la visión tradicionalista y lineal, incapaz de proyectar un futuro cualitativamente distinto a lo conocido e institucionalizado.

En la actualidad, el malthusianismo encuentra su mejor expresión en el «Ecofascismo».

Esta visión promueve que llegará un momento en que no tendremos bosques, praderas, desiertos, tierras agrícolas… Nada, excepto los paisajes urbanos más densos que podamos imaginar, altos edificios en todas partes. Cada centímetro cuadrado cubierto de asfalto y hormigón. Muy pocas plantas o animales, si es que quedará alguno. Tampoco habrá lugares tranquilos para escapar del ajetreo.

Careceremos de espacio para cultivar alimentos, por lo que necesitaremos de otros planetas solo para la agricultura, sin mencionar la extracción de todas las materias primas necesarias para construcción y la industria terrestre.

Finalmente, la Tierra por sí sola será claramente incapaz de alimentar a los humanos. Dado que llevará años conseguir comida aquí, incluso con naves espaciales que viajarán a la velocidad de la luz, la mayoría de la población morirá de hambre, entre otras variadas causas de mortalidad.

En 1968 resurgieron las preocupaciones sobre la sobrepoblación global, cuando un profesor de la Universidad de Stanford, Paul Ehrlich, y su esposa, Anne Ehrlich, escribieron La bomba demográfica.

También en 1994, cuando la población mundial era de apenas 5.500 millones, un equipo de investigadores –de la misma universidad en California–, calculó que el tamaño ideal de nuestra especie estaría entre 1.500 y 2.000 millones de personas.

En 2013, Attenborough explicó su punto de vista a la revista Radio Times: «Todos nuestros problemas ambientales se vuelven más fáciles de resolver con menos personas, y más difíciles y en última instancia imposibles de resolver con cada vez más personas».

Se espera que alcancemos los 10.000 millones de personas en el planeta entre los años 2070 y 2080, según estimaciones de la ONU.

El Fondo Mundial para la Naturaleza achaca la disminución de vida silvestre (en dos tercios entre 1970 y 2020) al crecimiento de la población mundial.

Paradójicamente, Elon Musk tuiteó que «el colapso de la población debido a las bajas tasas de natalidad es un riesgo mucho mayor para la civilización que el calentamiento global».

Algunos de los nuevos adalides –visibles– del viejo malthusianismo son Bill Gates, Klaus Schwab o George Soros; a saber: esta gente no trama nada bueno, lo cual es visible en sus mismos sitios de referencia.

-Bill Gates, vinculado a la esterilización transgénica de semillas y a los experimentos bacteriológicos sobre humanos #BillGatesBioTerrorist.

-En cuanto a Klaus Schwab, ya sus distinciones denotan un entramado ultranacional profundamente oscuro.

-Sobre George Soros, nada que añadir a sus propias declaraciones, en las que sostiene a menudo que únicamente le interesa hacer dinero, a costa de lo que sea.

La salud de la población mundial no esta segura en las manos de estas personas y sus respectivos entes. Nuestra supervivencia pasa por una visión no genocida sobre el viejo tema del crecimiento demográfico.

El Documento Humanista (1993) sostiene:

Los humanistas no necesitan abundar en argumentación cuando enfatizan que hoy el mundo está en condiciones tecnológicas suficientes para solucionar en corto tiempo los problemas de vastas regiones en lo que hace a pleno empleo, alimentación, salubridad, vivienda e instrucción. Si esta posibilidad no se realiza es, sencillamente, porque la especulación monstruosa del gran capital lo está impidiendo.

El gran capital ya ha agotado la etapa de economía de mercado y comienza a disciplinar a la sociedad para afrontar el caos que él mismo ha producido. Frente a esta irracionalidad, no se levantan dialécticamente las voces de la razón sino los más oscuros racismos, fundamentalismos y fanatismos.

Solo hemos que desplazarnos por una carretera entre ciudades distantes para ver las grandes extensiones de terreno en las que no vive nadie. En muchos casos estas extensiones son áridas y descuidadas (no bosques frondosos).

Podemos desarrollar nuevos núcleos poblacionales atuosostenibles sin necesidad de vivir todos hacinados en la proximidad en las grandes metrópolis. Y lo más importante: debemos cambiar nuestro estilo de vida tecnoconsumista por un nuevo paradigma humanista.

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