Al final de sus días, habiendo visto, leído y contado demasiado, el literato sudamericano sufría el mismo padecimiento que el patriarca de los Buendía. Su alejamiento de la vida pública fue como atarse a un árbol y quedarse mudo ante un continente que sigue su historia.
Por Hugo Espinoza Caut
El titular del diario ibérico El País lo enaltece como el mejor prosista en lengua castellana del siglo XX. A riesgo de vedar a Cortázar, Asturias, Vargas Llosa, Borges y tantos otros fuera de un merecido podio, bien se puede decir que el escritor colombiano Gabriel García Márquez se consolidó como una de las principales y más influyentes voces de Latinoamérica.
Nada más pensemos en todos esos titulares periodísticos poco creativos que colocan “Crónica de…” para cualquier tipo de artículo o columna. Pensemos también en la mera palabra “Macondo”, un pueblo que no es real pero cuyo reflejo efectivamente existe, arraigado en el imaginario colectivo del latinoamericano, que en su mente recrea terrenos silvestres, casas de barro, la primera iglesia, los ríos cristalinos de montaña, el progreso material, las guerras civiles, el choque ideológico, las corporaciones bananeras, todo pasando por encima del espíritu humano, de las ansias de hacer de esta vida lo mejor posible, de la batalla entre la voluntad y las circunstancias, entre la juventud y la tradición.
Porque al final de cuentas, Gabo fue un mago. Un Melquíades que tomó los elementos a su alrededor y los transformó en una metáfora íntegra, de carácter universal, donde nos podemos mirar a la cara, donde nuestro pueblo se encuentra con su historia, con una ideosincracia que reúne todas estas características.
El “realismo mágico”, del cual García Márquez puede considerarse su principal impulsor, es justamente una lectura del cosmos latinoamericano, de un universo creado por la batalla y la síntesis entre la sangre indígena y la cruz de la catedral, en una historia casi siempre improvisada, con mucho sinsentido y empuje, donde un siglo de soledad corre raudo como los torrentes que bañan y llenan de vida nuestras tierras, desoladas por una historia violenta pero llena de potencial y una fecundidad oscura y misteriosa.
Al final de sus días, habiendo visto, leído y contado demasiado, el literato sudamericano sufría el mismo padecimiento que el patriarca de los Buendía. Su alejamiento de la vida pública fue como atarse a un árbol y quedarse mudo ante un continente que sigue su historia, más allá del siglo XX y del propio realismo mágico, que como Macondo desaparecerá de la faz de la tierra sin dejar rastro. Los grandes hombres también se suben al barco que nos llevará a la otra costa: el resto de nosotros se queda con los ecos de sus sabias palabras, con el código de Melquíades en las manos.
Video del discurso de recepción del Premio Nobel (1982):