El caso es que estos “hombres verdaderos” han viajado muchos kilómetros para tratar de ganarse la existencia. Lejos de su gente, de su maravilloso pueblo, sus costumbres, sus mujeres con vestidos hermosamente bordados, del cultivo de las flores. Este asunto de los indígenas, sigue siendo el eterno tema de agendas políticas, de visiones distorsionadas, de miopías convenientes, de rezago social.
«Mi nombre es María. Hablo Tzotzil y español». Esto nos dijo en la entrada de su pueblo Zinacantán, Chiapas y antes de subir al auto, María nos llevo a su casa para enseñarnos los trabajos textiles, para darnos de comer y darnos posh (aguardiente) de beber.
El pueblo Tzotzil es uno de los diez grupos originarios de Chiapas y se autodenominan Bats’iviniketik (hombres verdaderos).
En la primera semana de este mes cascabeleramente primaveral, nos tocó hacer inventario de la calle en nuestra querida ciudad capital de México. Es costumbre ya, que al visitar nuestra ciudad natal, gocemos de la compañía del escritor Ramiro Gomes Pliego degustando unos suculentos y populares tacos de guisado. ¿Tacos de guisado? Así es. Unas tortitas de brócoli, de atún, de verdolagas, de col, de zanahoria, un bistec, un filete de pescado, un huevo cocido, caben en la doble superficie de maíz amarillo que lleva arroz de cama. Todo nuestro antojo, nuestra hambre, se llena, se sacia con unos cuantos de estos tacos de guisado. Todo cabe en un taco. Ramiro acucioso observador de los sucesos mágicos que encierra la cotidianidad, siempre encuentra espacio en la pequeña mesa junto al puesto de tacos que se ubica casi sobre la avenida de los insurgentes, donde antes se encontraba la glorieta de Chilpancingo, muy cerca del crucero que hace Insurgentes con Baja California y de una panadería fabulosa, “La Espiga”. Allí fue donde conocí a cuatro jóvenes muy callados que llegan todos los días al puesto a desayunar. Ramiro me comenta que ellos hablan otra lengua, también nuestra. ¿Que lengua hablan? Uno de ellos contesta: Tzotzil. De inmediato les confieso conocer Zinacantán, ellos se sorprenden. Les digo que sé de su hospitalidad, de las cosas maravillosas que bordan las mujeres y que María una niña de 11 años me dijo que los hombres se dedican al cultivo de las flores. Agrego que hasta tengo noticia de un grupo de Rock de allí que canta en Tzotzil de nombre Sac Tzevul. Les pregunto qué hacen tan lejos de su tierra y me contestan que limpian los parabrisas y las ventanas de los automóviles, en el semáforo del crucero de Baja California y Nuevo León. El escritor me comenta que algún listo se atrevió a decir para algún medio de comunicación, que estos muchachos eran prácticamente ricos o casi millonarios, al sacar el cálculo de cuántos pesos se podían ganar por minutos de duración de una luz roja. Cálculo completamente desfasado ya que pueden pasar muchas luces y muchos más minutos, sin que nadie les dé mas que el desdén con un gesto de incomodidad y desprecio.
El caso es que estos “hombres verdaderos” han viajado muchos kilómetros para tratar de ganarse la existencia. Lejos de su gente, de su maravilloso pueblo, sus costumbres, sus mujeres con vestidos hermosamente bordados, del cultivo de las flores. Este asunto de los indígenas, sigue siendo el eterno tema de agendas políticas, de visiones distorsionadas, de miopías convenientes, de rezago social.
Aquel día que conocimos a María, otra niña que estaba allí le presumió de hablar inglés. María le contestó, que también quería aprender a hablar inglés. ¿Yo te enseño inglés y tú me enseñas Tzotzil? Sí, contesto con alegría. Una muestra más que los Tzotziles no se detienen ante los desafíos que contraen estos tiempos, ni ante el desdén que produce la incomprensión y el destierro. Ellos quieren crecer como espuma en la arena. Hasta el próximo Callejeario.
«María madrugada es flor de los campos
es tierra humedecida con agua de llanto
María madrugada conoce la vida
María madrugada es noche y es día
Una mujer en cada María»
Guadalupe Trigo
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