Nadie en el municipio les ha dicho a estos empresarios cuándo pueden esperar que terminen las obras, ni mucho menos pensar en que éste les brinde algún apoyo para compensar las incontables pérdidas de meses enteros de no recibir un solo cliente.
Opinión por Aleyda González
Una monumental X, color rojo vibrante, como el de la sangre -irónica coincidencia- domina el paisaje de Ciudad Juárez desde la lejanía, vista desde la vecina ciudad de El Paso, Texas. La X no se ve más allá de la línea fronteriza para los juarenses. Como si fuera una casualidad que el rostro, supuestamente, próspero de este municipio apunte mayormente a la mirada de los vecinos del norte; casi tratando de persuadirlos y de dejarles saber que acá las cosas están muy bien.
Pero solo hace falta cruzar la frontera para darse cuenta que acá las cosas no están mejor. Las principales vialidades de la ciudad están deshechas, en un afán insultante por sacar del presupuesto el mayor jugo posible antes de dejar las arcas. La administración de Héctor Murguía Lardizábal, una vez más, deja la ciudad hecha un caos. Cientos de empresarios sufren desde hace ocho meses, algunos mucho más, el desorden y falta de planificación del departamento de obras públicas del municipio.
Restaurantes, farmacias, ferreterías y pequeños comercios han visto su clientela reducirse a cero, durante meses, debido a la falta de accesos a sus establecimientos. Y pasado el tiempo las obras no tienen fecha de pronta o lejana conclusión; simplemente no hay fecha. Cientos de metros con el pavimento levantado no han visto una máquina de construcción en semanas, y ya ni hablemos de un operador o autoridad que explique cuánto tiempo más los establecimientos, y familias que dependen de ellos, deberán padecer este castigo.
«Ya estamos viendo un poco de gente, porque hace unos días si estábamos bien amolados», comenta un mesero del restaurante Parador Tomochi al preguntarle cómo les han afectado las obras en la avenida Adolfo López Mateos, que pasa justo frente a la entrada del restaurante. «Duramos muchas semanas que incluso abríamos los lunes» que usualmente es su único día de descanso, «para ver si así nos recuperábamos de la falta de clientela.»
Nadie en el municipio les ha dicho a estos empresarios cuándo pueden esperar que terminen las obras, ni mucho menos pensar en que éste les brinde algún apoyo para compensar las incontables pérdidas de meses enteros de no recibir un solo cliente. Su impotencia y rabia queda de manifiesto al salir a barrer sus banquetas, tratando de abrir paso a los poco peatones que caminan esta zona.
Juárez se caracteriza por la falta de espacios y libertad para caminar por las calles. Quien no tiene automóvil seguramente se traslada de un lugar a otro en los camiones del transporte público -que también están en deplorables condiciones- pues la inseguridad impide utilizar las banquetas o andar en bicicleta.
Así entonces, quienes poseen auto propio tienen que sortear el dilema de cómo llegar a su destino, pues las principales arterias de la ciudad fueron todas abiertas al mismo tiempo, en una total desorganización, falta de planiificación y de sentido común. Pero también deben lidiar con una vergonzosa cantidad de baches, surcos, topes hechizos y las infaltables alcantarillas robadas que un día están y a la mañana siguiente han desaparecido. También cientos de neumáticos tronados, ejes destrozados y daños severos a los automóviles que no tuvieron la suerte de llegar a destino, habiendo librado lo que se ha convertido en una carrera cotidiana con obstáculos para los juarenses.
Pero la imagen de Juárez es ahora la de una enorme X roja que rompe el cielo en la frontera entre México y E.E.U.U. Decenas de espectaculares a lo largo y ancho de la ciudad anuncian eventos futuros (y pasados) bajo la imponente mirada del monumento de más de 60 metros de altura, cuyo costo se estima en 40 millones de pesos. No hay evento que no presuma con orgullo la X de Enrique Carbajal «Sebastian». Festivales, aniversarios, eventos deportivos, conciertos al aire libre y cuanta cosa se pueda llevar a cabo en la explanada del monumento a la impunidad y desinterés colectivo por las cosas que realmente necesita esa ciudad.
Parece mentira que pobres y ricos, ignorantes y no tanto, celebren entusiastas actos que lejos de dar un respiro a la población, que ha vivido años de estrés y descomposición, los aleja cada vez más de tener un gobierno honesto. Los juarenses no han sabido hacer responsable al gobierno de su incompetencia para brindar seguridad, salud e infraestructura de calidad. Han aceptado por décadas que las colonias se hayan vuelto ghettos, que las inundaciones anuales dejen cientos de hogares cubiertos de lodo, decenas de automóviles convertidos en lanchas, o atascados en hoyos gigantes que se tragan un carro lo mismo que los hoyos negros en el espacio. Mientas nadie en el gobierno hace nada por cambiarlo, ni evitarlo.
Juárez vive sumergido en una contaminación visual y social que sólo se puede apreciar cuando se ve desde afuera. Como nos ven los gringos cuando vienen a visitar nuestras maquilas y pasan la mirada sobre los cientos de paredes despintadas, descarapeladas, grafiteadas, quemadas y balaceadas. Los juarenses se han acostumbrado a vivir entre los extremos opuestos de una imagen de falsa prosperidad y la realidad de una ciudad en obras que no parece terminar jamás; pareciera que se han resignado a vivir entre tachas y baches.