Ayotzinapa, un posible despertar – por Rubén Luengas

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Ayotzinapa

«Genial sería que Ayotzinapa inspire a los mexicanos, como el texto de Schiller a Beethoven, a componer una «sinfonía de la conciencia». Muchos llevan tiempo tocando ya sus instrumentos, pero solos muchas veces y ante los oídos sordos de quienes sólo escuchan si se les habla de poder y de dinero.» Rubén Luengas.

Por Rubén Luengas

Ayotzinapa es la encarnación emblemática del dolor en México, mecido por la mano impune de la corrupción en la cuna de su historia. Más que un lugar en la geografía del estado mexicano de Guerrero, Ayotzinapa es hoy la sede de los sentimientos de una nación, donde la mentira es la esencia de su vida política. Mentira ante la que muchos mexicanos asumen actitudes indignas de conformismo y resignación.

En México, me dijo una vez un amigo, «pasamos de castrados a machos, sin pasar por hombres». De la indiferencia y la apatía expresadas en el clásico dicho de «me vale madres», a lo pendenciero, bravucón y fanfarrón. Listos para las trompadas o las balas ante la menor provocación.

Pero la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, crimen de Estado a todas luces, en tanto fueron policías municipales quienes se los llevaron y en tanto, según declaraciones de testigos, miembros del ejercito omitieron ayudar a las víctimas y hasta llegaron a decirles: «ustedes se lo buscaron», es un hecho criminal que ha sacudido la conciencia colectiva del país movilizando a millones de mexicanos que no paran de salir a las calles para manifestar su indignación. Sin faltar algunos que a través de las redes sociales lanzaran burlas e ironías propias del ámbito de la psiquiatría clínica acerca de las víctimas, de los estudiantes que protestan realizando paros de actividades en sus universidades y hasta de aquellos que salen a la calle a manifestar su legítimo descontento con el estado de anomia que prevalece en México, destacando en su repertorio patológico la declaración del secretario de organización del Frente Juvenil Revolucionario del dinosáurico y oficialista Partido Revolucionario Institucional, Luis Adrián Ramírez Ortiz, clamando por el retorno de la política del expresidente Gustavo Díaz Ordaz, responsable de la asesina represión de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en la histórica plaza de Tlatelolco en la Ciudad de México.

La desaparición de los estudiantes de la Normal de Ayotzinapa ha hecho que flote en el ambiente social de México, el sentido de la frase de Shakespeare en el segundo acto de su obra Julio César: «Los cobardes mueren muchas veces antes de su verdadera muerte; los valientes prueban la muerte sólo una vez».

Los padres de los 43 alumnos desaparecidos por el Estado mexicano, que no necesitan leer tragedias griegas, porque son los protagonistas de su propia tragedia mexicana, decidieron no morir de miedo muchas veces antes de su verdadera muerte, a la que dicen estar dispuestos, si es necesario, en su lucha porque se conozca la verdad de lo que ha pasado con sus hijos. «El corazón tiene razones que la razón desconoce», dijo Blas Pascal, frase que describe muy bien lo que están experimentando estos atormentados padres mexicanos que me hacen recordar palabras bíblicas del libro del Eclesiastés: «Dirigí mi corazón a conocer, a investigar, a buscar la razón y a reconocer la maldad de la insensatez y la necedad de la locura».

Junto a estos padres de familia, millones de mexicanos dirigen sus corazones a exigir que se conozca la verdad, que se esclarezcan los motivos de esta necedad de locura criminal dentro de un contexto de actividad delictiva en el que el suelo mexicano, de norte a sur y de este a oeste, se ha cubierto de sangre, destrucción, incertidumbre y muerte.

En el México de la corrupción y de la impunidad, hay muchas cuentas pendientes, mucha deshonra, mucha humillación acumulada que pareciera haberse vuelto algo «normal», algo «natural» en nuestro tenebroso horizonte político y social ante el cual, por inercia o impotencia, se muestran resignados muchos mexicanos teniendo como prioridad su necesidad de llevar el pan a la mesa de sus casas. Pero llegó y explotó un agravio más, que parece aglutinar en el epicentro de ese lugar geográfico de Guerrero y en esa palabra de la lengua náhuatl, Ayotzinapa, a todas las demás tragedias, a todos los demás hartazgos, a todos esos sentimientos que se han dado cuenta de que en México no existe verdadera democracia, de que las elecciones siguen siendo campañas mediáticas de manipulación masiva en las que se termina «votando» por alguien que fue confeccionado y elegido de antemano, por otros, en los talleres y laboratorios clandestinos del poder. Ayotzinapa es hoy en México sinónimo de indignación, pero también de esperanza.»Que Ayotzinapa sea la luz que transforme el país», dijeron miles de mexicanos encendiendo veladoras en puertas, ventanas, balcones, calles, escuelas, azoteas, jardines y plazas públicas. Luces de solidaridad que claman por justicia y que formaron hace unos días el número 43 en diferentes escenarios públicos del país como parte de una jornada que se generó espontáneamente en las redes sociales, llamada «Luz para México».

Friedrich Schiller, autor del texto de la «Oda a la Alegría» que al ser conocido por Beethoven enseguida quiso musicalizar, surgiendo así lo que sería con los años su Novena y última sinfonía, decía que «el hombre inteligente saca bien del bien, pero el genio saca bien del mal».

Genial sería que Ayotzinapa ayude a romper en definitiva las cadenas de la indiferencia que tantas veces en México ha resultado ser el apoyo silencioso a favor de la injusticia.

Genial sería que Ayotzinapa inspire a los mexicanos, como el texto de Schiller a Beethoven, a componer una «sinfonía de la conciencia». Muchos llevan tiempo tocando ya sus instrumentos, pero solos muchas veces y ante los oídos sordos de quienes sólo escuchan si se les habla de poder y de dinero.

Genial sería que Ayotzinapa nos reúna y que nos pongamos en México a escribir con urgencia la partitura de esa «sinfonía de la conciencia», para evitar trasladar a nuestra realidad actual el lamento del religioso alemán Martin Niemoller en el contexto de la Alemania nazi, que hoy en México bien podría decirse así: «Primero vinieron a buscar a los normalistas de Ayotzinapa y no dije nada porque yo no era normalista. Luego por los padres de los estudiantes que negaron ser comprados y no dije nada porque yo no era padre de los estudiantes. Luego vinieron por los manifestantes en universidades y en las plazas públicas y no dije nada porque yo no era manifestante. Luego vinieron por los periodistas críticos y no dije nada porque yo no era periodista crítico. Luego vinieron por los activistas por los sacerdotes comprometidos y no dije nada porque yo no era activista ni sacerdote. Luego vinieron por mi, pero para entonces ya no quedaba nadie que dijera nada».

¿Tienes alguna opinión?. Escríbela a continuación, siempre estamos atentos a tus comentarios.

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11 Comentarios

  1. seria magnifico que ocurriera, que no olvidáramos el nombre del joven Luis Adrián Ramírez Ortiz y en ninguna parte de la Republica se le permita llegar a la servil tarea de servirse del pueblo, ya ven que su abuelito Diaz Ordaz también pateo traseros de estudiantes. Ojala y la memoria nos alcance esta vez México y no le juegemos luego al arrepentido como hace 2 años, olvidando que ya estábamos hartos del PRI.

  2. Felicidades Rubén Luengas por tan sabias y valientes palabras en el texto de tu artículo. Claro que la masacre de estos jóvenes estudiantes normalistas es un CRIMEN DE ESTADO, ya lo documenta puntualmente otra valiente periodista ANABEL , donde cita testimonios en averiguaciones previas, de los testigos y sobrevivientes de la masacre narran como soldados del EJERCITO MEXICANO estuvieron involucrados en esto. Como es posible que el exgobernador Aguirre afirma que ya le habia avisado a instancias federales de la situación en Guerrero.

  3. Martin Niemöller
    “Als die Nazis die Kommunisten holten,
    habe ich geschwiegen;
    ich war ja kein Kommunist.

    Als sie die Sozialdemokraten einsperrten,
    habe ich geschwiegen;
    ich war ja kein Sozialdemokrat.

    Als sie die Gewerkschafter holten,
    habe ich nicht protestiert;
    ich war ja kein Gewerkschafter.

    Als sie die Juden holten,
    habe ich geschwiegen;
    ich war ja kein Jude.

    Als sie mich holten,
    gab es keinen mehr, der protestierte.”

    ― Martin Niemöller

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